🧬 Capítulo 5 💉

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A Avalyn le dolía tanto la cabeza que no fue capaz de continuar llorando.

Decidió sacudirse la tristeza e ir a darse una ducha antes de que vinieran por ella para llevarla al laboratorio. Ya se había dado una ducha en la mañana y aunque sabía que el 78,25 por ciento de la población humana existente en el mundo tenía problemas para conseguir agua, le dio un manotazo mental a la culpa y lo hizo igual.

El agua se llevó gran parte de la tristeza y la relajó sobremanera. La melancolía y el hondo sentido de rechazo seguían estando ahí, pero al menos intentó enfocarse en todo lo que sí tenía, los privilegios de los que gozaba y, en especial, todas las cosas buenas que hacía por los demás. Los niños y los animales la querían, los doctores la apreciaban y los empleados eran muy atentos con ella. Tenía un sitio agradable en donde vivir, con las necesidades básicas cubiertas y comodidades de las que carecían muchos, incluso dentro de La Colonia.

Tampoco se avergonzaba de apestar a campo y desde luego, no iba a dejar de ir a la granja sólo porque a sus compañeros no les gustaba cómo olía. Amaba a los animales porque eran capaces de brindar cariño si se les daba cariño y el odio no formaba parte de su base genética primitiva. Sólo buscaban sobrevivir y proteger a sus crías, algo de lo que muchos humanos carecían. Los padres de Avalyn, por ejemplo.

Mientras era conducida por dos Agentes Grises al pabellón donde se hallaba el laboratorio y las cámaras de prueba, no dejó de pensar en eso. Siempre que lloraba por cualquier motivo, bien fuera el rechazo de sus compañeros, la muerte de un animal o persona cercana, la ausencia de Taxa (la única amiga de su edad que había hecho en La Colonia); siempre afloraba esa otra razón por la que sufría tanto y cuya herida no había logrado sanar después de dos años.

Era difícil superar el abandono de la propia familia y por tanto, esperar a que otros la quisieran. Avalyn habría dado cualquier cosa por recordar qué era eso tan horrible que había hecho para merecer semejante desprecio. Se habría conformado con recordar sus rostros siquiera, tener una imagen clara de ellos en su mente. Era feliz dentro de La Colonia y no sentía el más mínimo interés por salir de ella, a diferencia de sus compañeros que habían intentado escapar en varias ocasiones; pero siempre que veía el exterior a través de los enormes ventanales de cristal blindado y polarizado, imaginaba que en algún lugar allá afuera, estarían sus padres o quizá hermanos, no sabía si los tenía.

-¿Qué pasa, hija? – inquirió Helena en cuanto Avalyn entró en el K5, uno de los salones acuáticos – Te ves muy triste, ¿alguien te ha hecho algo?

La Doctora alzó una mano blanca y delgada para acariciar la barbilla de Avalyn. Su piel estaba fría pero ella sintió aquel gesto como el toque más maravilloso del mundo.

-¿Ha sido uno de los chicos de tu área? – insistió – Supongo que sí. Sólo tienes que decirme quién ha sido y yo me encargaré de que no te vuelvan a molestar.

Avalyn se planteó la posibilidad de desahogarse con Helena y contarle sobre lo mucho que la lastimaban los comentarios injustificados de sus compañeros. Pero no quería meter a nadie en problemas y aunque ella no había visto que se castigara a los chicos de forma física, la había dejado muy pensativa lo que dijo Yulieth sobre Michael.

En su lugar, optó por hablarle de la raíz de su pena.

-Quisiera que me contaras otra vez cómo fue que me encontraste, Helena – pidió en tono ansioso -. Quiero que me digas todo lo que sabes sobre mi familia. Luego de las pruebas, por supuesto – añadió.

Helena suspiró y la miró con tristeza.

-Eso sólo te hará más daño, cariño – sujetó una de sus manos -. Siempre que te hablo sobre tu familia, terminas llorando y pasando por todo ese dolor otra vez. Dejas de comer, tienes pesadillas y te da por no salir de tu habitación en días.

Los ojos de Avalyn se humedecieron de nuevo y bajó la cabeza.

-Está bien – concedió Helena finalmente -. Iré a tu habitación en la noche y te contaré lo que quieras saber.

Ella volvió a levantar el rostro y miró a la Doctora con mucha ilusión.

-Gracias, madre.

Nada más decir esa palabra, a Avalyn la embargó una sensación hermosa de añoranza y melancolía. Helena le había dicho que podía llamarla de esa forma si quería, que la consideraba una hija porque después de todo, ella le había dado una segunda vida, una mucho mejor. La había rescatado de las garras de la muerte.

Con nuevos ánimos y la certeza de que obtendría nuevas respuestas, Avalyn se desnudó y esa vez, sólo sintió una pizca de vergüenza. Había como cuatro asistentes, un par de técnicos y tres doctores, Helena incluida. Ninguno de ellos le prestaba atención ni la miraba siquiera, pero ella igual sentía pudor. Mientras se subía el traje de licra, observó sus piernas. Las venas adquirían un color plateado y se transparentaban desde la mitad de los muslos hacia abajo, era ahí donde había sufrido la amputación y comenzaban las prótesis de Vulkanio. Como con cualquier Híbrido, el metal se había fusionado con sangre, músculos, hueso y tejidos. La parte mecánica se había mezclado y soldado al cuerpo de Avalyn como si formara parte de ella. Y ahí no terminaban los efectos. El Vulkanio era el encargado de provocar la mutación y posterior evolución, al igual que el responsable de las habilidades únicas. Era debido a ese metal que los ojos y el cabello adquirieran ese bonito color plateado iridiscente que a Avalyn no terminaba de gustarle del todo, pero que sin duda les otorgaba a Los Híbridos esa aura de misticismo y belleza artificial que los caracterizaba.

Helena subió la cremallera del traje de Avalyn mientras uno de los asistentes le ajustaba la máscara de oxígeno al rostro, como era costumbre.

-Será como siempre, hija – dijo la Doctora en tono muy afectuoso. Casi parecía que no estaba de acuerdo con que Avalyn pasara por todo aquello -. Vamos a sumergirte y cuando sientas que no aguantas, hazme una seña y el aire se activará a través de la máscara.

-Trataré de resistir cuanto más pueda – prometió ella.

Helena volvió a acariciar el rostro pálido de Avalyn. Ella subió las escaleras y cruzó la plataforma sosteniéndose de la barandilla metálica. Su corazón comenzó a latir con fuerza a medida que se acercaba al tanque. Uno de los técnicos ya la esperaba, vestido con su traje protector y la cabeza cubierta por completo. La ayudó a entrar y luego conectó hábilmente los tubos de la máscara de Avalyn al depósito de oxígeno.

El tanque medía 1,90 de altura y tenía un metro de radio, además poseía una abertura ovalada hecha de cristal desde la que ella podía ver la sala y todos los presentes a ella. Avalyn inspiró hondo cuando vio que el agua comenzaba a circular libremente a través de los tubos, llenando el tanque con rapidez. Clavó las uñas en sus palmas con fuerza.

Todo iba transcurriendo con la misma rutina agónica y dolorosa de siempre. Avalyn quedó suspendida en el tanque y soportó la respiración durante un minuto y dos segundos. Se había superado a sí misma dos semanas atrás cuando aguantó un minuto y quince segundos. Quizá ésta vez no hizo tan buen tiempo porque tenía muchas cuestiones en la cabeza y no estaba concentrada, lo cierto fue que pronto vio los acostumbrados puntos negros ante sus ojos, sintió los calambres en las piernas, el cerebro a punto de estallarle... y las volutas plateadas que se desprendían de sus brazos siempre que algún peligro amenazaba su vida.

Avalyn hizo la seña.

Helena la vio, pero para su gran consternación, no hizo nada. Sólo contempló a Avalyn mientras ella sentía que iba perdiendo las fuerzas, el conocimiento y sus ojos se cerraban lentamente. Dejó pasar cinco segundos más hasta dar por fin la orden para que se abriera el suministro de oxígeno y Avalyn pudiera respirar, justo dos segundos antes de que fuera demasiado tarde.

El tanque era de acero reforzado y aun así, comenzó a hundirse como si fuera barro, emitiendo un chirrido ensordecedor. El cristal se agrietó.

Ava, Híbrido Puro, Libro I 🏳‍🌈Donde viven las historias. Descúbrelo ahora