Al principio, le cuesta identificar el lugar en el que está parado, sus sentidos aún se sienten un poco entumecidos al igual que su cuerpo, pero se encuentra alerta. Observa parte de su entorno, sintiendo la estructur sólida bajo sus pies y se da cuenta que está rodeado por dos puntos de custodia en mal estado, el arco de piedra que se alzaba sobre el camino de tierra se ha derrumbado hasta reducirse a simples escombros. Hay un prado extenso frente a él, que bordea con un lago y un palacio con tres estructuras separadas se alza frente a sus ojos, con riscos elevados a su alrededor.
«El Valle Tianchiu», le proporciona su subconsciente.
La luna es la única fuente de luz que posee y el repentino silencio que lo envuelve es inquietante. Por un segundo, piensa que se ha confundido, que su mente está tan débil y dañada que ha aparecido en el lugar equivocado. Sin embargo, una inhalación pesada a su espalda lo hace girar, Sora está ahí, sosteniéndose sobre sus manos y rodillas, sin dirigirle una mirada, no, está concentrado en la persona que se yergue ante él. La persona en cuestión o mejor dicho: el Dios sin nombre, parece haber perdido su interés en el mayor y ahora lo observa, con una mirada analitica que le hiela la sangre por una fracción de segundo; no obstante, no se dejará intimidar, su única preocupación es Sora.
Sora, quien parece mucho más pequeño y frágil en la posición en la que se encuentra. Sora, quien le había confesado tiempo atrás que estaba perdiendo su fuerza al punto de compararse con un simple mortal. ¿Cómo se supone entonces que podría hacerle frente a un enemigo como este? La desventaja es enorme.
Una lanza dorada apunta contra el cuello de su compañero y un hilo de sangre se desliza desde su sien, bajando por su mejilla hasta llegar a la línea de su barbilla. El líquido escarlata cuelga ahí, hasta que finalmente gotea contra el suelo donde se ha formado una pequeña mancha oscura. Parte de su ropa se ha desgarrado y cubierto de suciedad, el sudor hace que su cabello se pegue a parte de su rostro. En comparación a él, el Dios sin nombre está mucho más compuesto, como si reducir a Sora a ese estado no le hubiera afectado en lo más mínimo. Él mismo no está en mejor estado, sus huesos aún no han curado y las heridas superficiales apenas han sanado, y es consciente de sí mismo: de su ropa hecha girones y la suciedad que también lo cubre o el cansancio que le hacen sentir sus párpados mucho más pesados de lo que debería; sin embargo, se niega a exteriorizar todo aquello, se niega a darle la satisfacción a su enemigo.
Intenta dar un paso, su pie apenas deslizándose sobre el suelo, pero ahora la lanza está apuntando en su dirección. La mano de la Deidad se extiende en dirección a la cabeza de Sora.
La ira bulle en su interior, es cálido y abrazador, recorriendo por su torrente sanguíneo hasta nublar su juicio. ¿Realmente... alguien se ha atrevido a ponerle las manos encima a su amante?, ¿a lastimarlo?
─Te conozco. ─La voz del Dios sin nombre es baja y siseante, un poco burlona─. La pequeña mascota de Baku. ¿Qué estás haciendo aquí? Esto no te incumbe en lo más mínimo. ─Frente al Dios, aún sin moverse, puede ver como los hombros de Sora se tensan.
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Asuntos pendientes.
FanfictionCuenta la leyenda que hace cientos de años dos corazones se encontraron y aprendieron el verdadero significado del amor. Sin embargo, una fuerza oscura se opuso a ellos y los obligó a separarse de una forma trágica. Ambos quedaron destrozados, pero...