Capítulo 9

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No sabe cuánto tiempo ha estado parado en ese lugar, ha perdido la noción de todo, pero sí está seguro que no ha sido solo horas; días quizá, porque el cielo se vuelve más oscuro en un punto antes de iluminarse tenuemente una vez más

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No sabe cuánto tiempo ha estado parado en ese lugar, ha perdido la noción de todo, pero sí está seguro que no ha sido solo horas; días quizá, porque el cielo se vuelve más oscuro en un punto antes de iluminarse tenuemente una vez más. Es difícil saberlo, la tormenta de nieve aquí es eterna y las nubes grisáceas siempre cubren el cielo complicando determinar el tempo.

«Es porque te quiere y busca lo mejor para ti...», se recuerda.

Sus pies están helados y su piel se ha puesto morada alrededor de sus tobillos, el frío de la nieve quema entre sus dedos y sus piernas se resienten por haber mantenido la misma postura todo ese tiempo. El resto de su cuerpo tiembla de vez en cuando y debe morderse el labio cada vez para soportar las sacudidas involuntarias. Su cabello está empapado por la nieve derretida, duro y enredado, y se pega contra su espalda desnuda, al menos lo protege levemente del viento gélido que circula a su alrededor.

Sus brazos parecen hielo y las palmas de sus manos se adhieren dolorosamente contra sus muslos.

Sus heridas no se están curando correctamente, debido al agotamiento: cada vez que que parecen cerrarse por fin, se abren una vez más. La sangre seca es cubierta por la más fresca y la carne abierta arde ante el más mínimo contacto del viento a su alrededor.

«Es por tu bien», le había dicho su maestro, cuando le ordenó quitarse la ropa antes de arrastrarlo y arrojarlo fuera, «sabes que te has equivocado, ¿cierto, Alatus?» Sí, lo sabe, dejó que uno de los prisioneros escapara. Ha sido un error imperdonable y, aunque le ordenaron encontrarlo y traerlo una vez más, no pudo hacerlo a tiempo, se había topado con un obstáculo difícil de vencer, esperando al pie de la frontera que comparte Vindagnyr con Liyue: Rex Lapis.

Alatus valora su vida, porque su maestro lo necesita vivo para cumplir su proposito. Le ha dicho muchas veces que es su mejor arma, demasiado valioso para perderlo y que si se encuentra con un enemigo que no puede derrotar debe retroceder. Eso fue lo que hizo.

Sin embargo, su indiscreción lo llevó a ser visto por el otro Adeptus y antes de darse cuenta, fue gravemente herido.

─Alatus. ─Escuchó a su espalda, pero no se movió, mantuvo su postura hasta que una figura oscura lo rodeó y se paró unos pasos por delante de él─. ¿Has aprendido la lección o necesitas unos días más para reflexionar?

Vio como su maestro se giraba y solo entonces bajó la mirada antes de arrodillarse. Sus huesos crujieron bajo su peso y sintió la piel de sus piernas romperse como si fueran papel. No respondió, sabe que no puede hablar si no se lo ordenan directamente, aprendió sobre eso la primera vez que intentó replicar una de las órdenes de su maestro.

─Sabes que te quiero, Alatus. ─Lo escuchó decir, antes de sentir una mano huesuda sobre su hombro─. Es por eso que hago esto, porque me preocupo por ti y solo quiero lo mejor. Te he criado para ser mi mejor guardián, mi arma más afilada, no puedo permitir que des un paso en falso. Los errores no son aceptables para mí y lo sabes mejor que nadie.

Asuntos pendientes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora