Comunidad élfica.

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Los príncipes sintieron como si un remolino los consumiera desde dentro. Estaban ahí, escuchando las palabras de Bella y sus deseos de venganza, listos para plantarle cara y darle batalla hasta que el destino los hiciera perecer; sin embargo, de un momento a otro el suelo desapareció en un placentero silencio, y dejó un portal en la tierra que los hizo caer como si se transportaran por un túnel.

Y es que, en realidad sí bajaban por un túnel, ¿bajaban? No, más bien, se deslizaban derecho. Era extraño, no sabían si había sido obra de la malvada diosa desquiciada, o si ya estaban muertos y aquel era su delicado viaje al limbo. Lo más extraño era que, de ser así, no veían la lógica de porqué el viaje al limbo debía ser en un túnel hecho de un tronco de madera.

La respuesta llegó minutos después, cuando aterrizaron en el suelo mohoso de un bosque espeso, lleno de helechos, amapolas y mariposas que remontaron el vuelo al sentir el brusco golpe de dos personas interrumpiendo su abundante paz. Se encontraban en un bosque que nunca antes habían visto, primitivo, húmedo, pero en todo su esplendor hermoso; los árboles eran frondosos, había todo tipo de aves en aquel lugar, de todos los colores imaginables, grandes, pequeños, exóticos y hermosos. La vegetación era fascinante, allí donde miraran había vida, había color, calidez; aquel lugar era lo más acercado que podrían estar al auténtico paraíso.

No había ningún rastro de quien podría haberlos llevado hasta allí, pero lo que más les intrigaba a los príncipes era, por qué nunca habían ni siquiera oído hablar de ese lugar.

Lo único que veían un poco más al frente, era un sendero entre los helechos que seguía colina arriba; y si había sendero, también debía de haber personas. Aaron y James se levantaron despabilados, y ciñeron bien sus armas, ya que recordaron que más allá de toda esa belleza natural, había una guerra que ganar. Caminaron colina arriba creyendo encontrar de nuevo el pueblo o tal vez incluso, la aldea Is; pero lo que vieron les fascinó inclusive más que el prado en el que habían caído.

Se encontraron con una aldea maravillosa; no, aldea no, era un reino. Pero, ¿Cómo era posible un reino dentro del mismo reino de Lógverting? Lo que veían les hacía decir "Guau" a cada minuto. Había un enorme pero majestuoso palacio en el centro de aquel pueblo, se elevaba imponente, tenía ventanales enormes y de cristales coloridos; a los pies de su enorme y torneada entrada había flores de todos los colores; rosas rojas y blancas, orquídeas moradas y vino tinto caían desde los balcones; y las amapolas naranjas rodeaban el palacio como si fueran cuidadoras de aquel lugar.

Más allá, un poco alejado del palacio, se encontraban casas construidas con piedras calizas; tenían una chimenea en el costado izquierdo, y las puertas eran de madera, altas, de más o menos 190 cm; las ventanas eran cuadradas, pero se dibujaban en la parte superior de forma circular; el techo era de paja, y tenían caídas pronunciadas. Más allá, al fondo de cada hogar había una especie de granero pequeño, y cada hogar tenía su jardín, con las flores más hermosas, exóticas y extravagantes; cada hogar era distinto en sus gustos, pero todos tenían el mismo criterio: el lujo por prioridad.

También había comercios, un templo abierto con altas columnas, y un lugar lleno de niños jugando. Todo esto se encontraba dividido en dos por un hermoso y cristalino río que fluía en medio de aquel reino. Después de haber visto todo eso, ya no les quedaba duda de donde estaban: habían encontrado el reino de los elfos.

—Los estábamos esperando —dijo alguien a sus espaldas.

Cuando se dieron la vuelta y lo observaron, vieron a un elfo alto, de más o menos 185 cm de altura; tenía el cabello negro muy largo y le llegaba hasta el abdomen, en su frente tenía puesta una bandana de color roja; sus ojos eran de color verde y tenían un brillo especial que hacía a aquel sujeto intimidante. Tenía las orejas largas y punteadas, característica oficial de los elfos; sus cejas eran delineados mechones de color negro; y su rostro tenía facciones bien definidas, casi perfectas. Verlo a la cara les hacía recordar a un águila listo para atacar, pero que se debatía mentalmente en cuál era la forma más sádica de asesinarte.

Estaba vestido de una forma bastante peculiar, tenía una túnica negra que caía hasta las rodillas; un cinturón de cuero ceñido a su cintura, era ancho y colgaban de él unos objetos un tanto extraños, tales como, un libro muy extravagante y un cuchillo de caza. También llevaba puesto unos pantalones del mismo color que su túnica, y unas botas que llegaban hasta sus pantorrillas de color verde musgo; en la punta de sus botas, se formaba una pequeña espiral hacia arriba; en sus hombros, llevaba una capa verde esmeralda que le caía hasta la cintura y tenía pegada una capucha. También colgaba de sus hombros un carcaj de cuero con flechas, junto con dos espadines cruzados; y, en sus manos, llevaba un gran arco, lo que lo hacía ver imponente y listo para cualquier gran batalla.

—Mi nombre es Elliot —añadió con cortesía—, disculparán que no me postre ante ustedes, pero aquí, —señaló toda la tierra en donde se encontraban—, estamos bajo la jurisdicción de alguien más.

—La reina Elin —murmuró James.

—Precisamente —respondió Elliot, mirando con mucho interés a James.

—Yo te he visto —comentó Aaron—, has estado en Lógverting, ¿cierto?

—Tú lo has dicho —respondió Elliot.

—¿Qué hacemos aquí? —Preguntó Aaron nuevamente con una emocionante curiosidad.

—Aaron... —dijo James pensando un poco—, creo que sé lo que hacemos aquí, ellos nos salvaron, la pregunta aquí sería, ¿por qué nunca nos hemos encontrado con su reino antes? Hemos vagado por todo el territorio de Lógverting, y nunca antes habíamos visto su reino.

James hablaba con demasiada serenidad cada vez que exponía sus argumentos y expresaba sus dudas, a diferencia de su hermano Aaron, quien se precipitaba con facilidad y perdía el control de sus nervios rápidamente. James era calmado, pensaba muy bien sus palabras antes de decirlas, e incluso al decir algo, siempre actuaba fiel a sus criterios personales; era noble y muy sabio.

—No soy el indicado para responder todas sus dudas, —respondió Elliot— y sé que tienen muchas, —añadió— así que vengan conmigo, la reina querrá hablar con ustedes personalmente.

Juntos caminaron por la orilla del río hasta las puertas del castillo; de cerca, observaron que el palacio era más hermoso de lo que parecía. Una vez dentro, tuvieron que acordarse de respirar como unas cinco veces, ya que la belleza y el lujo de aquel lugar les quitaba el aire.

Vieron a la reina sentada en su trono, y por un momento no pudieron decidir que era más hermoso, si el lujo que rodeaba el trono o la apariencia misma de aquella elfa. Era en toda su definición, hermosa; una cabellera larga, lisa y del color de la luna le caía hasta sus caderas; sus labios eran gruesos y rojos como una fresa fresca; sus ojos eran verdes y tenían un brillo exquisito, que, junto a sus largas y voluminosas pestañas, hacían de su mirada una penetrante arma de intimidación.

Era más baja que Elliot, pero eso la hacía más hermosa, más tierna, más cautivante. Llevaba un vestido largo de color verde esmeralda y un corsé de cuero fino que se ceñía perfectamente a su figura, adornado con hojas pequeñas de esmeralda y plata. En su cabeza, tenía una tiara hecha de oro; eran dos hileras entrecruzadas en un delicado zigzag, y estaban adornadas con 6 flores grandes de crisantemos color bordó; en el centro, tenía un amuleto de piedra decorado con un diamante pequeño que caía sobre su frente.

Sus joyas hechas de piedras preciosas relucían a la luz, y le daban a su persona un brillo exóticamente majestuoso. Llevaba en su mano derecha un cetro de plata que decoraba la punta con piedras preciosas.

—Los estaba esperando, jóvenes príncipes —. Dijo la reina Elin—. Creo que tenemos algunos acuerdos y alianzas que discutir.

Su estadía en aquella ciudad, más allá de ser hermosa o satisfactoria, creaba en ellos un montón de dudas.

¿Eran confiables los elfos? ¿Sería ésta la última vez que ambos hermanos luchasen juntos? Pronto, ambos herederos al trono, descubrirían las tragedias que el destino les deparaba.

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Un nuevo capítulo más, y hoy he decidido presentarles el reino de los elfos.

¿Qué creen ustedes que harán Aaron y James en el reino élfico?  Déjenmelo saber en los comentarios.

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FELIZ SEMANA MIS AMORES! ❤

La Dimensión Perdida (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora