La Corte

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—¡Salgan! — gritaba un elfo, corriendo, abriéndose paso entre la multitud del mercado.

Todos volteaban a mirarle, algunos sorprendidos por su acelerada corrida hacia el palacio; otros, molestos porque había interrumpido su aburrida y caótica rutina, pero él parecía no darse cuenta de las personas o elfos con los que chocaba, o de las canastas de frutas que estaban en el camino y que había saltado con una agilidad impresionante para no tirarlas.

Estaba muy apurado, tenía una expresión de miedo en sus ojos, corría como si su vida dependiera de la rapidez con la que lo hiciera, y no se desviaba o paraba en ningún momento. Tenía un objetivo fijo: el palacio, y no se detendría hasta llegar allí.

Quienes se encontraban en la ciudadela comenzaban a hacerse preguntas como "¿Qué lo obliga a correr de esa forma?" O "¿será que hay problemas en Lógverting?". Otros en cambio, creían que la guerra había comenzado, que los aldeanos de Lógverting se habían cansado del abuso y la miseria a la que Bella los tenía encadenados y se habían revelado contra sus demonios.

En un breve transcurso de tiempo, el chisme, los murmullos y la ansiedad comenzaron a expandirse entre elfos y humanos.

El elfo que había seguido corriendo, llegó por fin a las puertas del palacio, y se acercó jadeando junto a uno de los guardias que se encontraba en la entrada.

—Que tengas paz, Az — saludó el guardia elfo de la reina; y, al parecer, Az era el nombre del elfo que había entrado en la ciudad con mucho apuro.

—De eso nada — respondió él, sosteniendo su abdomen mientras su agitada respiración entrecortaba sus palabras.

—Dime qué sucede — inquirió con seriedad el guardia.

Az lo dudó por unos segundos, miró atrás y vio la cantidad de personas que estaban expectantes de sus noticias, a pesar de que el mercado se encontraba alejado de las puertas del palacio, podrían leer sus labios, y también su expresión, y, él no quería alertar más de lo debido al pueblo, después de todo, su entrada ya había causado mucho misterio y curiosidad.

Se acercó al oído del guardia y susurró unas palabras que hicieron que éste se tensara al oírlo. La expresión del guardia se ensombreció, dirigió una mirada preocupante a Az y luego sacó un cuerno del cinturón que se ceñía en sus caderas.

Si aquella forma de Az para entrar en la ciudad había sorprendido y conmocionado a los elfos y los humanos que estaban en ella, ahora, con el sonido de ese cuerno, quedaron aún más perturbados. Los elfos conocían lo que ese cuerno significaba, era el aviso a la reina, de que algo muy malo estaba ocurriendo, y que la ciudad necesitaba su presencia en ese mismo instante.

Los murmullos ansiosos y preocupados de los refugiados se extendieron, y se mezcló a los murmullos en idioma élfico que confundían aún más a los que no entendían ni porque se había tocado un cuerno o que significaba esto realmente.

Minutos después, Tolhet, Elliot, Aaron, Sophía y Camil llegaron hasta las puertas del palacio donde se encontraron con el guardia y con Az. Estaban exhaustos, habían practicado mucho, cada uno en su propia modalidad, y Camil, aún tenía sangre seca en sus botas. Algunos se acercaban a preguntarles que sucedía, pero ninguno supo responder con exactitud, ya que sabían tanto como los demás elfos y refugiados de Dryadalis.

Tiempo después, la reina atravesó las puertas de su palacio saliendo a la ciudadela, seguida por James, quien se encontraba con el ceño fruncido, observando a toda la multitud que se había congregado frente al palacio, que ahora estaban en silencio esperando a oír lo que la reina iba a decirles.

—¿Me llamaste con el cuerno, Elden? — preguntó Elin con un tono de voz y expresión en su rostro que aclaraban muy bien la seriedad del asunto.

—Así es, mi señora — respondió el guardia llamado Elden.

La Dimensión Perdida (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora