Iblis

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Bella sabía que Aaron se encontraba en el reino de los elfos, a James ya no le quedaba duda acerca de ello. La mirada que aquella bruja diabólica le dedicaba, hacía que él se sintiese muy nervioso, no solo porque su silencio podría delatarlos, sino que, porque la forma en que lo hacía, era segura, como si supiera que ya había ganado.

Aquella Diosa maldita se sentó frente a James en un taburete que ella mismo hizo aparecer, y con una sonrisa burlona en su rostro, observó al príncipe con gran detenimiento.

—Sé que sabes por qué estoy aquí — habló ella primero, como si leyese sus pensamientos, aunque quizás, lo hacía.

James en cambio, no dijo absolutamente nada.

—Es mejor que seas tú quien me dé la información que me falta, y que me digas como puedo entrar a Dryadalis por las buenas — Bella se miró las uñas — o de lo contrario, toda esa prole de inútiles a los que proteges se verá sumida en las llamas de mi destrucción, y de ellos no quedarán más que cenizas y almas en mi reino, suplicando por piedad.

El príncipe sabía que la Diosa quería provocarlo, y que aquel arrebato de furia le daría algunas respuestas que estaba buscando, así que se mantuvo callado. Pero Bella no era de las mujeres que aceptaban un NO con bastante facilidad.

—Me pregunto qué dirán los pobres niños que tu hermano se llevó a ese reino, cuando vean que hubieran estado mucho mejor conmigo, y que escaparon de mis manos solamente para morir por el fuego de mi furia — se burló con desdén.

James no tenía idea de que Aaron había hecho aquella obra de buena voluntad, y quizás, solamente fue por sentirse culpable ante lo ocurrido aquel día; aun así, intentó alejar esos pensamientos de sí en ese momento, si quería mantenerse sereno y fuerte, no podía sucumbir ante los sentimientos.

—Son solo... palabras — murmuró James, aún cuando sabía que aquel descaro podría costarle más que unos cuantos golpes — no puedes hacer nada en Dryadalis, porque aún cuando te propusieras a eliminar la especie de elfos quemándolos con tu fuego infernal, sin mi no encontrarías jamás el camino o la entrada — se burló con una risa leve — y, además, necesitas a mis hermanos vivos.

—¿Qué te hace pensar que no puedo resucitarlos una vez muertos, así como hice con Ray? — preguntó Bella tratando de mantener su carácter dominante, pero algo fallaba en su voz, quizás la inseguridad por lo que James acaba de mencionar.

—Sé que puedes — asintió James — pero te serían inútiles. El poder de la vida habría vuelto al espíritu del cielo, y este transportaría su poder al Vselenata, donde bajo las 7 llaves de las 7 cerraduras del cofre sagrado de Kutsal sería guardado hasta que el poder volviera a ver luz en un nuevo gobernante digno al trono — añadió el príncipe — ¡Oh! ¿Creías que no sabía la historia del poder que albergaba MI reino? — preguntó burlón al ver la expresión estupefacta de la Diosa. — Así que, como ves, puedes seguir sentada esperando a encontrar Dryadalis, porque yo nunca te lo voy a decir — sentenció.

Aquello no le hizo gracia a la Diosa, pero a pesar de todo, seguía manteniendo su misma actitud.

—Y dime, oh sabio príncipe James — comentó ella con sarcasmo tratando de equilibrar el beneficio de aquella conversación a su favor — ¿qué te hace pensar que no puedo sacarlo de tu mente? — aquella pregunta venía con una alarmante advertencia, mas al parecer, James no supo verla.

—Solo uno, sabio y divino, tuvo el poder de leer mentes, el Dios de toda sabiduría, fue solo él y nadie más quien comprendió el secreto — contestó James — y fue él, quien dotó a muy pocos mortales la habilidad de comprender algunos secretos ocultos en la mente, pero sé, que esa no eres tú.

La Dimensión Perdida (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora