Capítulo 8

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Aún con los ojos cerrados, los sucesos de la noche anterior golpearon a Gulf uno tras otro: la brutalidad del ataque, la violencia de Ojos Grises —que ahora ya sabía que se llamaba Leo y era un delta —, el miedo que sintió al notar que se quedaría solo en ese búnker sin saber si alguien lo rescataría: el lugar era tan profundo que posiblemente nadie sabría que estaba allí.

Abrió los ojos respirando profundamente y no reconoció el lugar donde se encontraba: el techo era alto, con molduras y colores blancos, y una lámpara elegante colgaba del centro de la habitación. Al tratar de incorporarse, la cabeza se dio vueltas, haciéndolo caer en una cama mullida

Con la cabeza en calma intento levantarse una vez más, pero una punzada en el brazo lo llevó nuevamente a lo ocurrido la noche anterior. Recordó el momento en el que Leo lo empujó contra una pared y el ardor de la bala que atravesó su carne.

La forma en que sus extremidades perdieron fuerza y su cuerpo se desmadejo contra él antes de perderse en la inconsciencia le hizo preguntarse si lo habría drogado nuevamente.

¿Estaría encerrado? Solo lo sabría si se acercaba a la puerta. Afortunadamente, al girar la perilla, esta cedió. Salió a un pasillo iluminado, algunas voces se escuchaban a lo lejos y alguien parecía estar muy molesto por el olor que emanaba en el ambiente. Mientras se acercaba, reconoció la voz de su captor entre otras. Se acerco aún más hasta asomarse por una puerta de cristal.

En la sala estaban varios hombres que no conocía, además de Mew y Leo.

—¡¿Quién demonios era el encargado de la vigilancia?! ¡¿Y cómo mierdas sabían que Gulf estaba ahí?! —bramaba Mew.

—¡El maldito topo! —soltó un hombre al parecer beta del que no conocía el nombre, como si fuese un gran descubrimiento. 

Mew estaba sin camisa. Guld deslizo los ojos por su torso, tenía pectorales anchos y definidos y un pack de ocho en sus abdominales, sin duda gracias al gimnasio. Su mirada siguió bajando, deseando observar un poco más, así que subió sus ojos a su rostro: tenía el labio roto, un raspón en uno de los pómulos, y el brazo estaba siendo suturado por uno de sus hombres, a lo mejor por culpa de una herida de bala.

Miro su propia herida, y volvió a recordar la quemazón del roce de la bala.

—Los chinos tenían un mapa del lugar, es obvio que tenemos un infiltrado, la pregunta sería: ¿Quién diablos es? —exclamó Mew levantándose.

La aguja quedó colgando del hilo y el hombre volvió a hacerlo sentar para continuar con su labor

—Tul, necesito encontrar al infiltrado hoy mismo.

—Como digas —respondió el alfa, levantándose.

—¿Ya sabemos cuántas bajas tenemos?

El hombre negó.

—Trataré con la policía que ha acordonado el lugar como lo dicta el protocolo —explicó—, y hablaré con nuestros hombres para calmarlos, pero tienes que reunirte con ellos en unas horas, eres nuestro líder, ellos quieren escuchar tus planes, cómo responderemos a esta afrenta.

Mew lo miró rabioso.

— Ahora mismo necesito saber cuántas son mis bajas y, sobre todo, en qué estado quedó Purgatory. Más tarde, luego de hablar con los soldados, me reuniré con las familias de los fallecidos.

Un móvil rompió el minuto de silencio en el que los hombres quedaron sumidos, el hombre llamado Tul contestó y habló rápidamente antes de colgar.

—Ocho bajas de las nuestras: seis clientes y cinco empleados, entre ellos tres chicas y Khaotung. No hay rastro de los chinos ni de sus bajas, o limpiaron el lugar cuando salimos o la policía también los está encubriendo, pero sé que había al menos veinte cadáveres que les pertenecían.

Amor Honor y VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora