Sentados en una pequeña sala de interrogatorios, Phil y Kim esperaban en silencio. Habían pasado tres horas desde que el último agente los había interrogado, ahora tan solo quedaban ellos y sus tazas de un asqueroso café frío, mirándose en el vidrio de visión unilateral, preguntándose si aún había alguien del otro lado, observándolos, tomando notas, tratando de encontrar la manera de obligarlos a decir la verdad. La cuestión era que ellos ya habían contado la verdad. Lo decidieron en conjunto tan pronto escucharon las sirenas de los autos policiales que los alcanzaron el día después de dejar Kingville, dirían toda la verdad y quien no estuviera dispuesto a creerles podía irse al carajo.
Kim, con los pies adoloridos por las largas horas de caminata cargando su equipaje, empezó a ponerse nerviosa cuando el olor dentro de aquella habitación se volvió insoportable y era peor conociendo su fuente. Los oficiales que los habían llevado hasta esa sala de interrogatorios no les permitieron lavarse antes sentarlos y comenzar con las preguntas, una estrategia para ponerlos incómodos, había asegurado Phil tan pronto salieron, y le contó que él solía dejar a los borrachos que detenía por algún robo menor en el pueblo durante horas encerrados con su propio vómito hasta que sencillamente confesaban para poder salir a tomar aire. A Kim se le antojó un tanto cruel, y el viejo Sheriff lo notó en su rostro, así que le aseguro que era tan solo una medida para obtener una confesión rápida y sin problemas, por lo general las víctimas no presentaban cargos y los borrachines solo debían pagar una multa leve o cumplir con algunas horas de trabajo comunitario. Sin embargo, en esa situación no se trataba de una mancha de vómito, se trataba de dos adultos que habían pasado varias semanas sin bañarse ni asearse de manera apropiada. Durante la primera hora en aquella inmaculada habitación el olor fue notorio, y causó muecas en los agentes que vinieron a hacer las preguntas, aunque por supuesto no fueron nada comparadas a las caras que hicieron cuando ambos les anunciaron que la ciudad había sido masacrada por una manada de hombres lobo. Pasadas las dos horas, el olor se había vuelto vomitivo y la falta de ventilación apropiada en la habitación lo hacía peor. Para la tercer hora, el olfato de Kim ya se había empezado a acostumbrar al hedor, pero eso, sumado al silencio y la soledad en la que se encontraban, parecía volverlo bastante peor.
Por su parte, Phil apenas y había prestado atención al espantoso olor que emanaban. Su mente estaba demasiado ocupada intentando descifrar quiénes los estaban interrogando. Estaba absolutamente seguro de que no habían sido policías, de hecho sabía que no se encontraban en ninguna de las estaciones de policías de la zona, lo que lo preocupaba bastante. Se habían dormido en el viaje de regreso a la civilización y cuando despertaron ya estaban en un estacionamiento no identificado, siendo trasladados por agentes que vestían pulcros trajes negros hasta el lugar donde ahora se encontraban. Se detuvo a preguntarse si se habían dormido por el cansancio o si les habían suministrado algo para hacerlos dormir. Detuvo ese tren de pensamiento, después de todo, ya se encontraban allí. Se concentró en lo importante: ¿quiénes eran aquellas personas? Dudaba que se tratara del F.B.I., había tratado con ellos en una ocasión cuando se encontró el cadáver de una muchacha asesinada en un bosque cercano. Recordaba que eran personas algo engreídas, les gustaba que supieran que eran del F.B.I., aunque siempre trataban de hacer parecer que los policías locales eran los verdaderos héroes. Esta gente era demasiado discreta, demasiado silenciosa y demasiado ordenada para tratarse de los Federales. Se le ocurrió que podría tratarse de la C.I.A. pero también los descartó por completo en el momento en que no se les rieron a carcajadas cuando escucharon hablar de hombres lobo. Por supuesto, los agentes abrieron los ojos bien grandes y se miraron entre ellos como si estuvieran hablando con dos malditos dementes, y, sin embargo, no había incredulidad en sus ojos ni en sus preguntas, Phil había conducido los suficientes interrogatorios como para estar seguro de ello. Sin embargo, lo que más dudas le generaba era el breve vistazo que había podido dar una de las placas dentro del edificio donde estaban y donde destacaban las siglas D.A.E. En primer momento Phil lo descartó, lo atribuyó a un error de lectura provocado por el cansancio, pero conforme fueron pasando las horas se fue haciendo más y más evidente que se encontraban lidiando con alguna entidad gubernamental desconocida. Phil comenzó a jugar con las palabras en su cabeza, convencido de que si podía descifrarlas entonces sabría a qué se dedicaba esa organización y habría obtenido una ventaja por sobre ellos, sin embargo, aquel misterio le resultaba absolutamente impenetrable. Por suerte para Phil, sus dudas no tardarían en ser respondidas.
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El tiempo de las bestias
HorrorKingville es un pueblo tranquilo, donde nunca nada ocurre y la gente se conoce bien las caras. Sin embargo, todo esto cambiará de la noche a la mañana, cuando uno oleada de muerte y destrucción azote al poblado, y tiña el verde de los bosques con ro...