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Dentro del "Riel Dorado" el infierno continuaba desarrollándose, volviéndose más caótico segundo a segundo, y Dave seguía maldiciendo a viva voz mientras empujaba a sobrevivientes del camino y trataba de esquivar a aquellos que se dirigían corriendo hacia él con desesperación. Debía encontrar el arma, era todo lo que importaba.

A sus espaldas, Nancy y Kim ya habían logrado poner de pie a Phil que, más allá del profundo dolor que sentía, estaba aguantando bastante bien, e incluso luchaba por mantenerse parado por su cuenta, a pesar de las insistencias de las dos mujeres en que tuviera cuidado.

—¡Ayuden a Dave! —exclamó el Sheriff.

Sabiendo que discutir sería inútil, Nancy y Kim sencillamente asintieron y, tras dejar a Phil apoyado contra la pared más cercana, se dieron media vuelta y se encaminaron hacia el joven Veder, que parecía estar más que listo para tirar un puñetazo a la próxima persona que se cruzara en su camino.

¡Con un demonio! —exclamó Dave furioso cuando uno de los descuidados sobrevivientes le pisó el pie en su desesperación por huir.

—¡Oye, chico!

La voz del viejo Kiddman le llegó desde su derecha, y cuando se volteó lo encontró allí parado entre el caos, agitado, pero con el semblante imperturbable de siempre y, lo que era más importante, con el arma entre sus manos.

A pesar del creciente dolor que sentía (aquella persona probablemente le había quebrado un dedo del pie, o se lo había dejado fisurado, en el mejor de los casos), Dave no pudo evitar soltar un suspiro de alivio al ver a aquel hombre entrado en años con el tan codiciado objeto en su posesión. Dave no sabía mucho de la historia de aquel anciano, pero parecía siempre estar ahí para ayudarlos con lo justo, y en ese poco tiempo había aprendido a confiar en él.

Ambos avanzaron velozmente el uno hacia el otro, encontrándose a mitad de camino y entonces Kiddman entregó el arma.

—Phil va a necesitarla si piensa sacarnos vivos de esta. Ahora ve.

Sin perder más tiempo, Dave giró a toda velocidad y se encaminó hacia Phil, pasando por entre Nancy y Kim que ya se habían acercado a él.

—¡La tengo! ¡La tengo! —exclamó el muchacho, tendiendo sus manos hacia el adolorido oficial de policía, quien se la arrebató sin mediar más palabras.

Phil Jones intentó hacerse oír sobre el caos que reinaba pero ni siquiera sus gritos más desesperados parecían obtener respuesta, de forma que sencillamente tomó el revolver de su cinturón y lo disparó contra el techo, emitiendo un estruendo que dejó a la mayoría de los sobrevivientes helados y quietos en su lugar.

Sin guardar el aún humeante revolver, el Sheriff comenzó a impartir las ordenes.

—Tenemos que adelantar los planes y dirigirnos hacia los botes ahora mismo, no tenemos otra opción —dijo con un tono elevado y serio, que tranquilizó bastante a quienes lo estaban escuchando—. Prepárense para correr.



Mientras tanto, a las afueras de "El Riel Dorado", Joanna dejaba caer el cuerpo de Alan al suelo, frente a la perturbada mirada de Noah. El ayudante del sheriff se retorcía en el suelo y trataba de contener inútilmente los chorros de sangre que saltaban por su herida del cuello. Joanna se pasó el dorso de la mano por la boca, en un intento por limpiar el líquido escarlata de su rostro, pero solo logró expandirlo aún más.

—No nos habías dicho nada de esto —le reprochó a Noah aquel monstruo que se disfrazaba de una bella mujer, mientras los primeros cambios se empezaban a notar en su cuerpo— ¿Cómo puedes querer arrebatarle el poder que siento dentro de mí ahora a otra gente? ¿Cómo puedes poner la existencia de nuestra gente en riesgo?

El tiempo de las bestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora