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Agotados luego de una estresante noche, en la que no pudieron descansar en lo más mínimo, los hermanos Veder, acompañados por Noah, se acercaron nuevamente a Las Siete Rosas, pero un nudo se formó en la garganta de los tres al ver el estado externo del bar.

Todas las ventanas del primer piso estaban absolutamente destruidas, al igual que la puerta principal; las paredes no se encontraban en mejores condiciones, y lo que era peor, estaban en gran parte cubiertas por enormes manchas de sangre, que podían apreciar casi a la perfección bajo los rayos de sol de la mañana.

Esperando lo peor, el trío aceleró el paso, hasta el punto en que llegaron corriendo al lugar.

Para su sorpresa, todavía quedaba gente viva adentro, entre ellos Alan, que se había sobresaltado y ahora apuntaba un arma contra el reducido grupo.

El ayudante del sheriff, al reconocer a sus inusuales compañeros, bajó el arma, se sentó lentamente, y volvió a clavar su mirada en el suelo. El grupo se propuso interrogarlo para saber qué había pasado la noche anterior, pero algo les decía que aquel hombre no estaba en condiciones de hablar, así que decidieron buscar a Phil.

El interior del bar no estaba más arreglado que el exterior. Las manchas de sangre estaban por doquier, y el suelo estaba cubierto de casquillos de bala y trozos de vidrio, pero lo más impresionante de todo era el cadáver prácticamente decapitado de Stephen Johnson, el cual nadie se había atrevido a mover hasta el momento, aunque si lo habían cubierto pobremente con una sábana blanca que continuaba cayéndose debido a las correntadas de viento que entraban ahora al bar.

La moral de los sobrevivientes de Kingville estaba por el suelo. Muchos de ellos habían tenido su primer encontronazo cercano con los invasores por primera vez esa noche, y todavía no podían superar los horrores que debieron presenciar. La mayoría caminaba de aquí para allá sin decir una palabra, cumpliendo tareas casi rutinariamente, como si eso fuera lo único que evitaba que se volvieran absolutamente locos.

Al reconocer al muchacho que lo había ayudado a encontrar a Kim en primer lugar, Dave dio un paso al frente y lo tomó por los hombros. En el rostro del muchacho se notaba que había estado llorando, profusamente.

—Pete, ¿qué diablos pasó aquí? —preguntó Dave, pero él sabía muy bien que esa no era una pregunta difícil de responder— ¿Dónde está Phil?

Por un segundo, Peter Cockers no reaccionó. Miró a Dave con ojos vidrioso, y por un segundo el joven Veder se preguntó si el chico no se encontraba demasiado en shock como para siquiera empezar a hablar, hasta que finalmente unos leves murmullos salieron de su boca.

—Fue... fue una masacre... —dijo, sin mirar a Dave a los ojos, y Kim tragó saliva al escuchar estas palabras—. Ellos llegaron... y arrasaron con todo...

—Peter, necesitamos que te concentres —lo interrumpió Kim— ¿Puedes decirnos donde está el Sheriff?

El joven dirigió su mirada a la hermosa muchacha, y con mucho esfuerzo recobró un poco la compostura.

—En su oficina... con Nancy...

Dave, Kim y Noah asintieron casi al unísono, y rápidamente se encaminaron hacia las escaleras. Para los hermanos Veder, si Phil aún estaba vivo, entonces la esperanza no había muerto.

Pasando por entre los atónitos y deprimidos sobrevivientes, el trío se acercó lentamente a la habitación y pudieron oír al sheriff murmurando suavemente, de forma que los hermanos Veder no pudieron distinguir de qué se trataba todo eso. Por otro lado, el corazón de Noah se aceleró.

Dave golpeó con cuidado la puerta, como si un sonido demasiado fuerte pudiera desatar otra crisis en el bar, y de inmediato los murmullos se detuvieron.

El tiempo de las bestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora