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Amanecía en Kingville, un pequeño pueblo de no más de 3000 habitantes, rodeado por un frondoso, y aparentemente interminable bosque. La primavera estaba llegando, y se notaba; el verde estaba volviendo lentamente, lo que no significaba que no hubiera aún días en los que el frío te helaba la sangre.

Era uno de esos días cuando el teléfono de Phil Jones, jefe del honorable departamento de policía de Kingville, sonó. Tras muchos años en el trabajo, Phil había desarrollado un sueño particularmente liviano, de manera que inmediatamente saltó de la cama y se abalanzó sobre su celular para ver quien llamaba.

Solo bastó una rápida mirada a la brillante pantalla del teléfono para confirmar sus sospechas; no era otro que Alan Powell, su ayudante, y traedor oficial de malas noticias.

Sabiendo de lo que se trataba, Phil simplemente apretó el botón rojo y escribió a su joven ayudante que le enviara la dirección y que llegaría lo más pronto posible, orden que Alan obedeció inmediatamente, informado que esta vez se trataba del campo del viejo Page, quien era básicamente el estereotipado loco del pueblo, pero con todas las cosas que habían estado pasando en las últimas semanas, no podían simplemente ignorar la llamada, como hacían más de la mitad de las veces que el anciano les daba lata.

Jones odiaba tener que escuchar voces a la mañana, lo que hacía muy buen juego con la soledad en la que vivía más allá de sus compañeros de trabajo y algún otro amigo ocasional, aunque era bastante simpático con el resto de los habitantes del pueblo, después de todo, había crecido con la mayoría de ellos.

Phil se dirigió a la cocina para encender la cafetera, de manera que su dosis diaria estuviera lista para cuando saliera de la ducha.

Al entrar al baño, lo primero que vio fue su imagen reflejada en el espejo. A pesar de sus 55 años, se las arreglaba para mantenerse bastante en forma, y si no hubiera sido por sus incipientes canas en su cabeza y su barba tal vez hubiera aparentado ser diez años más joven, pero ese no era el caso.

"¿Cuánto falta para que me vuelva un viejo obstinado y solitario?" se preguntó sin dejar de contemplar su imagen, pero rápidamente desechó la pregunta, más por miedo a la respuesta que por otra cosa, y se metió en la ducha para darse un buen baldazo de agua fría y despejarse totalmente.

Tras unos pocos minutos en los que tuvo que arreglárselas para no morir congelado, Phil cerró el agua y comenzó a secarse, mientras que se preguntaba en que momento Kingville se había convertido en una ciudad de paranoicos, y la respuesta saltó en su mente inmediatamente.

Las recientes mutilaciones de ganado habían despertado toda clase de teorías entre los pobladores, y, por supuesto, él era el que tenía que escuchar a Al, el dueño de la cafetería que solía visitar en sus horas libres, comentándole todos los detalles que había encontrado en internet sobre aliens haciendo experimentos con animales de granja, y también debía a escuchar a Meredith, esposa del reverendo de la ciudad, advirtiéndole sobre cultos de adolescentes que sacrificaban animales en nombre de satanás.

Por supuesto, había otras teorías, por ejemplo, algún animal salvaje que haya bajado de las montañas que se encontraban a algunos kilómetros del pueblo podría explicar por qué los cuerpos estaban tan destrozados, pero, en lo personal, Phil creía que simplemente se trataba de un grupo de adolescentes locales tratando de jugar alguna clase de broma, y que la solución para el problema era dejar de prestar atención a este tipo de cosas antes de que decidieran pasar al siguiente nivel.

Pero era difícil ignorar algo así en un pueblo tan pequeño. Los rumores corrían hacia todos lados, distrayendo a los pobladores de la cotidianeidad de sus vidas, y exacerbando el morbo de cada una de esas personas. Finalmente algo interesante pasaba en Kingville, un misterio, y la gente se negaba a dejarlo ir.

El tiempo de las bestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora