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A pesar de la relativa victoria que habían obtenido, ese día no hubo festejos en Las Siete Rosas. Las advertencias de Noah habían sido suficientes para alertar a los sobrevivientes de que lo peor apenas y estaba por venir.

Phil, contando con unas pocas horas hasta el anochecer, debió moverse rápido para organizar una mejor protección para el bar. En lugar de un vigía, esa noche habría tres en los tejados, equipados con las mejores armas con las que disponían. También permitió, en un acto de excesiva confianza en esa gente, que algunos puedan portar armas dentro del bar, solo por si acaso.

El sol ya se estaba ocultando para cuando los habitantes de Las Siete Rosas lograron reforzar todas las entradas posibles al bar. Incluso la puerta que daba a la terraza debió ser puesta bajo llave y cubierta, de forma que los tres vigías quedaban aislados durante todo su turno, hasta que los próximos venían a relevarlos.

Sin embargo, y para sorpresa de Noah, la noche fue más tranquila que de costumbre, lo que realmente daba a todos los que estaban dentro del bar un muy mal presentimiento. Los turnos se fueron rotando, pero realmente nadie durmió en Las Siete Rosas. La sensación general era que, en caso de cerrar los ojos, tal vez no volverían a abrirlos.

Las horas se fueron pasando, y a las tres de la mañana, el turno de vigilancia de Phil Jones llegó.

Acompañado de Bill Kiddman y Dave, el sheriff subió las escaleras y relevó al grupo que estaba pasando frío en la azotea, sin embargo, se llevaron una sorpresa al encontrarse con que Noah también estaba allí arriba, a pesar de que ningún puesto de vigilancia se le había sido asignado, y tampoco ningún arma. Después de todo, aún no era seguro que pudieran confiar en él.

—Insistió en quedarse —dijo Alan a su jefe, tiritando de frío y con grandes ojeras—, y no parecía dispuesto a obedecer órdenes.

—No hay problema, ve a descansar —aseguró Phil, y su ayudante asintió antes de desaparecer tras la puerta, la cual cerró con llave y le colocó la traba, solo para asegurarse.

Sin más, los tres nuevos vigilantes tomaron posición en la azotea, Phil tomando la esquina más cercana a Noah, más para mantenerlo vigilado que para tener una charla amigable. Sin embargo, debía admitir que el muchacho estaba demostrando ser confiable y, hasta cierto punto, estaba feliz de haberlo encontrado. De lo contrario, Marko y compañía probablemente hubieran acabado con ellos en cuestión de días.

La noche en Kingville era fría, y el viento, constante y veloz, producía un distintivo silbido, al tiempo que parecía cortar la poca piel expuesta de los vigías.

Dave se encontraba tiritando a pesar de los pesados abrigos que tenía, y sin embargo Bill Kiddman, aquel anciano con sus grises bigotes manchados de tabaco, permanecía inmutable, con la mirada clavada en la oscuridad. El viejo estaba tan quieto que, por momentos, a Dave se le antojaba que ni siquiera estaba respirando, lo que francamente lo alteraba un poco.

El joven Veder comprobó el peso del arma en sus manos. Como todos en Kingville, él había tenido que ir a cazar apenas entrado en la adolescencia. Su padre, borracho como siempre, intentó darle las lecciones básicas, y cuando él no pudo seguirlas, lo golpeó un poco. En ese entonces él era un niño, para él eso había sido normal, y sin embargo una fugaz duda se instaló en su mente, ¿no había deseado dispararle en aquel entonces? Recordaba el frío que hacía ese día, haber caminado por la nieve, ver un pequeño zorro y un venado, al cual le dispararon, recordaba la sensación de los golpes de su padre, y verlo alejarse de él, dándole la espalda mientras él tenía el arma en sus pequeñas manos.

A pesar de los mejores intentos de su padre, él nunca había sido un buen tirador. Ocasionalmente podía disparar a una lata, después de varios intentos, pero jamás a algo vivo. El haber disparado a ese chico en la biblioteca lo había trastornado, aunque hacía posible por no mostrarlo. Pasó largos minutos en el baño, tratando de quitarse hasta la última mancha de sangre de su piel, y sin embargo aún se sentía sucio. Hacía lo posible por anteponer las palabras del Sheriff a su profundo sentimiento de culpa, se repetía una y otra vez que aquel chico no era realmente una persona, pero los sentimientos luchaban por salir a flor de piel, y él debía luchar constantemente por mantenerlos enterrados.

El tiempo de las bestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora