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—¡Silencio! —exclamó Noah, con una voz tan potente, que la gente en el bar no pudo hacer otra cosa que obedecer.

Las risas se cortaron en seco, Phil que estaba acercándose a su extraño invitado para sacarlo de ahí también se detuvo y contempló el temple serio del muchacho.

—No puedes estar hablando en serio —sugirió una tímida voz que Noah no pudo descifrar completamente de dónde provenía, y fue seguida por murmullos de coincidencia.

Noah suspiró con cansancio. Había olvidado lo difícil que era tratar con las personas, pero por otro lado entendía por qué no le creían, después de todo, los hombres lobo eran cosas de leyendas, criaturas inventadas hace mucho tiempo para hacer que los niños obedezcan, o eso era lo que todos creían.

—Me temo que sí. Kingville está siendo invadida por una manada de licántropos, y mientras más rápido lo acepten, más chances van a tener de sobrevivir —replicó Noah.

Nuevamente, su mirada fría y seria hizo que hasta los más escépticos empiecen a dudar. Las sonrisas se habían borrado de todos los rostros. Las criaturas que habitaban allí afuera habían empezado a tomar diferentes formas y dimensiones en las mentes de los sobrevivientes: algunos se los imaginaban como enormes perros, corriendo en cuatro patas por el bosque, otros como una bizarra mezcla entre humano y animal, erguido sobre sus patas traseras, acechando a sus víctimas. Todos lo veían distinto, pero todas aquellas visiones eran absolutamente espeluznantes.

—Vamos a necesitar más que eso —dijo Phil, tratando de mantener la calma—. Empieza a hablar.

Noah miró al Sheriff y reconoció en él un hombre sensato, tal vez por eso sentía un ligero sentimiento de respeto hacia él. Phil Jones viendo la locura en la que estaba metido, mantenía una mente abierta, o tal vez simplemente era que estaba tan desesperado por respuestas como todos los demás.

—Las bestias de allí afuera están siendo lideradas por un alfa llamado Marko. La manada está compuesta por al menos de una docena de las criaturas. Son rápidos, son silenciosos, inteligentes, y están sedientos de sangre, así que... —empezó a contar Noah.

—¡Pero si no hubo luna llena todos los días! —lo interrumpió la estridente voz de una mujer.

El orador levantó una ceja desaprobando su actitud, a veces lo molestaba de sobremanera la gran ignorancia que había respecto al tema, pero podía echarle la culpa a Hollywood sobre eso, y a ciertas novelas adolescentes que había escuchado que andaban dando vueltas.

—Los hombres lobo no necesitan de la luna llena para transformarse, pueden controlarlo a voluntad todas las noches —informó Noah, tratando a mantener un tono paciente—. Lo que sí es cierto, es que en las noches de luna llena la transformación es más fuerte, y no se puede controlar, están obligados a cambiar, y su sed de sangre aumenta bastante.

—¡Debemos conseguir balas de plata ahora! —exclamó otro, absolutamente aterrado ante la idea de que criaturas como esas andaban dando vueltas por sus bosques.

—Cualquier munición sirve contra los licántropos —replicó Noah, tras lanzar un suspiro—. No son inmortales, pero si son difíciles de matar. Un disparo no va a conseguirlo, a no ser que sea a quemarropa, y de un arma muy potente.

Phil escuchó esto y se alivió un poco. Su mente, ya absolutamente convencida de que se trataban de hombres lobo y de nada más, estaba revisando sus archivos mentales: viejas películas que había visto, algún que otro cuento o libro que involucre a las criaturas, y demás. Todos sus recuerdos parecían indicarle que iba a tener un trabajo extremadamente duro por delante, pero luego se despabiló y volvió a concentrarse en la monótona voz de Noah.

El tiempo de las bestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora