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—El chico nuevo, Dave Veder, ha huido —terminó de informar Stephen Johnson.

Phil había estado rememorando la fatídica semana que habían tenido, mientras que observaba el mapa del pueblo y bebía unos pocos tragos de Whisky, y su mente maquinaba posibles formas de huir. Hacía tiempo que ya había abandonado la idea de intentar descifrar qué era lo que estaba pasando. Había estado tan absolutamente absorto en sus tareas que ni siquiera había notado lo tarde que se había hecho, y tanto el portazo, como la noticia, se le antojaban como un baldazo de agua fría en invierno.

—¿De qué estás hablando? —preguntó, aún bastante aturdido por la situación, ya empezando a escuchar el tumulto de gente en la planta baja que empezaba a desesperarse, sin saber bien qué era lo que estaba ocurriendo.

—El bastardo me siguió y trató de pasar desapercibido, pero cuando lo descubrí me asestó un puñetazo y se echó a correr —explicó el dueño del bar, señalando el pequeño corte que tenía en su labio.

—Mierda —fue lo único que se le ocurrió decir a Phil antes de levantarse de su asiento y acercarse a Stephen.

Junto al dueño del bar, se dirigiendo a planta baja, y tuvieron que enfrentarse a la inquisidora mirada de todos los que allí estaban reunidos. La mayoría se encontraba terriblemente despeinados, con francas miradas de desesperación y confusión, temiendo que mientras dormían las osas se hubieran ido a la mierda.

—¿¡Qué diablos está pasando!? —preguntó alguien que Phil no pudo identificar desde el fondo del bar.

Semejante pregunta fue seguida por un bullicio indiferenciado por parte de la multitud, que ni siquiera dieron tiempo a Phil a responder.

—¡Silencio! —exclamó el sheriff cuando finalmente se cansó, poniendo un fin al ruido—. Voy a responder todas sus preguntas, pero tenemos que mantener la calma, o pueden descubrir dónde estamos.

Admitiendo que Phil tenía razón, todos hicieron su mejor esfuerzo por relajarse, pero las cosas estaban mal, y la tensión se sentía claramente en el ambiente. En ese momento, el bar era un barril de pólvora, y cualquier cosa que fuera mal interpretada en las palabras de Phil podría servir para detonarlo.

—Esta es la situación, Dave Veder golpeó a Stephen y huyó del bar —explicó Phil tras tomarse un segundo—. No sabemos por qué lo hizo, y no sabemos a dónde fue, pero...

—Con un demonio, le advertí que era uno de ellos —exclamó Jack desde la barra, y sus palabras fueron seguidas por un murmullo de aprobación—. Ahora está ahí fuera, y sabe dónde estamos, probablemente fue a avisarle a sus amiguitos.

Phil compartió una breve mirada con Alan Powell, su compañero, que se encontraba contra una de las paredes consolando a su prometida, y este le devolvió una mirada de preocupación. Realmente cabía la posibilidad de que se hubiera equivocado y que Dave fuera uno de ellos, y si la gente del bar lo creía, ni Dios mismo podría convencerlos de lo contrario, así que tenía que tomar medidas rápidas para hacer que ellos vuelvan a confiar en él, antes de que alguien más se sugiriera para hacerse cargo y tuviera un motín en sus manos.

—Jack, no voy a mentirte, es una posibilidad, razón por la cual voy a salir a buscarlo y ponerle un fin a este problema —anunció de repente, la gente volvió a estallar en bullicios, hasta que él, sencillamente llevándose una mano a la boca, les obligó a bajar la voz—. La situación es clara, si es uno de ellos no podemos dejarlo que delate nuestra posición, y si es uno de nosotros, debemos encontrarlo y asegurarnos de que está a salvo.

—Según yo lo veo, si es uno de nosotros se puede ir al diablo, nadie lo obligó a huir —agregó otra voz masculina.

—¿Si, Clark? ¿Y qué pasaría si fuera tu hijo, o tu esposa? —replicó Phil, y aquel hombre tomó instintivamente la cabeza del niño que estaba a su lado y la mano de su mujer—. Voy a encargarme de esto, no se preocupen.

El tiempo de las bestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora