Hacía poco más de una semana, un tiempo que ahora parecía muy lejano, en la comisaría donde los hermanos Veder habían librado su batalla junto al misterioso Noah, Nancy seguía esperando noticias de su jefe, Phil Jones.
Ya habían pasado unas cuantas horas desde que se había retirado, tratando de averiguar qué diablos era lo que estaba ocurriendo en Kingville, y desde entonces no había tenido más noticias. Los teléfonos seguían sin funcionar, lo mismo con las radios, e incluso la televisión y el internet se encontraban caídos en ese instante. Nancy se encontraba aislada del mundo, detrás del mismo escritorio en el que había trabajado desde hacía años.
Sin embargo, el aislamiento era parcial. Aquel extraño que Phil había recogido en el pueblo se encontraba en su celda, mirando nerviosamente el cielo a través de su pequeña ventana, y luego cambiando su foco de atención hacia la puerta de la zona de celdas, esperando alguna actividad.
Nancy lo había ido a ver ya dos veces desde que Phil se había retirado de la comisaría, habían intercambiado algunas miradas, pero hasta entonces ni una sola palabra. Había algo en aquel sujeto que inquietaba a la secretaria, pero no podía precisar exactamente qué. Ciertamente no era la posibilidad de estar a solas con un potencial criminal; no era la primera vez que los oficiales se retiraban y la dejaban sola con alguien en la celda, y ella jamás les había dado mayor importancia. Pero en esta ocasión, había algo más, algo extraño, y hacía que cada vez que sus ojos se posaban sobre el muchacho en la celda, un escalofrío recorriera su espalda.
En parte por aburrimiento y nerviosismo, además de generarse una excusa para evitar ir a visitar al prisionero, Nancy pasó casi toda la mañana acomodando papeles, limpiando escritorios, asegurándose de que la sala de descanso estuviera ordenada, y que, en general, todo en la estación estuviera en orden. Phil solía bromear con que ella era una obsesiva de la limpieza y el orden, y tal vez algo de razón tenía, pero jamás le había resultado un gran problema en su vida.
A pesar de que la limpieza del lugar de llevó su tiempo, Phil aún no llegaba, y ya sólo era cuestión de tiempo antes de que la tarde empezara a desaparecer. La angustia crecía a cada segundo en su interior, preocupada por no haber sabido nada de sus compañeros de trabajo. Sea lo que fuera que estaba pasando allí afuera, era muy malo, pero detrás de su escritorio ella sentía que tenía el control, podía sentarse allí durante el apocalipsis y pretender que el mundo seguía girando.
Se imaginó que su reacción sería diferente si hubiera alguien en su casa esperándola, pero no era el caso. Sus padres habían muerto hacía años, y su exmarido se había mudado de Kingville hacía dos años. En ese momento lo único que deseaba era poder hacerle una llamada a Phil para ver si se encontraba bien.
—¡Ey! ¡Alguien! ¡Por favor! —exclamó el extraño desde la zona de celdas.
Los gritos del muchacho sobresaltaron a la preocupada secretaria, quien miró la puerta de la zona de celdas con desconfianza, como si un monstruo de pesadillas estuviera a punto de cruzarla.
Nancy dirigió su mirada hacia el revolver que había sacado del arsenal y que, justo como le había ordenado Phil, mantenía cargado y listo para usar detrás del escritorio. Pensó en llevarlo, pero luego desechó la idea, después de todo aquel extraño estaba tras las rejas, y ella mantendría la distancia, ¿qué podría salir mal?
Con pasos lentos y cuidadosos se dirigió hacia la zona de celdas, y se detuvo un segundo frente a la entrada para tomar aire, mientras que el prisionero seguía vociferando por motivos que a ella se le escapaban.
Cuando hubo cruzado el umbral los gritos se detuvieron, y la filosa mirada de aquel joven se clavó en ella, haciendo que un escalofrío volviera a recorrer su cuerpo.
ESTÁS LEYENDO
El tiempo de las bestias
HorrorKingville es un pueblo tranquilo, donde nunca nada ocurre y la gente se conoce bien las caras. Sin embargo, todo esto cambiará de la noche a la mañana, cuando uno oleada de muerte y destrucción azote al poblado, y tiña el verde de los bosques con ro...