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—¡Te dije que te quedes quieto! —exclamó Phil por tercera vez al hombre ensangrentado, aún con la mira de su pistola clavada en su frente.

Sin embargo, no hizo falta que vuelva a alzar la voz ya que, después de algunos segundos más de deambular absolutamente desorientando, aquel extraño desnudo simplemente se desplomó en el medio de la calle, aliviando un poco a Phil Jones, pero haciendo que la gente que estaba alrededor, que hasta ese momento había mantenido una distancia prudente, empezara a acercarse al lugar.

Phil sabía que tenía que actuar rápido, así que simplemente enfundó su arma y caminó a paso apurado hacia aquel cuerpo, evitando hacer contacto visual con los ciudadanos que ya empezaban a murmurar y a formular todo tipo de teorías sobre aquel sujeto.

Una vez que estuvo sobre él, Jones lo examinó de pies a cabeza. Tendría tal vez unos treinta años, barba y pelo negro, piel blanca, y parecía que se mantenía en forma, aunque sus músculos no destacaban en su cuerpo. Con un simple examen, Phil se dio cuenta inmediatamente de lo más extraño en aquella persona, y no era precisamente el hecho de que estuviera desnudo, sino que la sangre que lo cubría por completo, primero que era demasiada para ser de él, y, por otro lado, no tenía ninguna herida expuesta que lo pudiera haber dejado en esas condiciones.

"¿Qué mierda está pasando?" se preguntó Phil Jones, tratando de apagar los murmullos que sentía a su alrededor.

Tras tomarle el pulso y asegurarse que estaba vivo, supo exactamente lo que tenía que hacer: obtener respuestas a toda costa.

La idea de llevarlo al hospital del pueblo se cruzó un segundo por su mente, para luego perderse en el olvido. Cuando ese tipo despertara iba a querer hacerle preguntas, muchas preguntas, y en el hospital no podía tenerlo tan vigilado como quería.

Haciendo un gran esfuerzo, Phil Jones cargó al extraño por el hombro y, arrastrándole los pies ensangrentados por toda la calle, bajo la mirada de todos sus conocidos, cargó el cuerpo inconsciente en la parte trasera de su camioneta.

Aun siendo observado por todo el pueblo, Phil puso en marcha la camioneta, y salió disparado en dirección al precinto, maldiciendo entre dientes el día en que decidió volverse policía. Podría haberse dedicado a arreglar motores de botes junto al lago, como su padre, pero ahí estaba él: cargando en su camioneta a un exhibicionista ensangrentado e inconsciente.

Intentó comunicarse por radio dos veces con Nancy, y luego una vez más con Alan, pero no había caso. A pesar de que sabía que estaba mal, sacó su celular para intentar hacer una llamada, después de todo, ¿qué iban a hacerle? ¿Multarlo?

"Pueden esperar sentados el pago", pensó, mientras marcaba el número personal de Nancy.

Nada. El teléfono no tenía señal tampoco.

—¡Con un demonio! –exclamó mientras arrojaba con furia el teléfono al asiento del acompañante.

Sin mirar dos veces, Phil pisó el acelerador a fondo, aprovechando que el camino parecía despejado. Quería llegar cuando antes al precinto y asegurarse de que todo estuviera bien. Pero sabía que esto último era imposible. La mutilación de animales, el tipo desnudos, la interrupción de las comunicaciones; todo en un mismo día. No podía ser coincidencia.

La mente de Phil Jones se apresuraba a atar los cabos, a formular hipótesis, a preguntarse por qué diablos todo eso estaba ocurriendo. Mientras tanto, una vocecita al fondo de su cabeza le repetía "tranquilo, es Kingville, el pueblo donde nunca pasa nada", en un inútil intento por tranquilizarlo.

Antes de que pudiera terminar de formular otra idea, ya se encontraba frente a la estación de policías, de forma que aparcó rápidamente en frente, haciendo rechinar las llantas de su camioneta, y rápidamente se bajó para ir a buscar a su extraño pasajero.

El tiempo de las bestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora