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Un nuevo día llegaba a Kingville. Marko abrió sus ojos café y recibió los leves destellos de sol filtrados por las hojas de los innumerables árboles del bosque.

Sin más, se levantó de la bolsa de dormir sobre la que se encontraba tirado y miró a su alrededor. Sus cabellos, negros y largos, caían por sobre sus hombros; su barba se encontraba larga y desprolija. Parecía que su gente todavía no había llegado de patrullar el pueblo, pero debió de ser una noche tranquila, como casi siempre. Ellos sabían perfectamente dónde se ocultaban casi todos los sobrevivientes de los primeros días, simplemente estaban esperando el momento justo para ir por ellos. Tarde o temprano los nervios harían que se maten entre sí, o bien la escases de comida terminaría por separarlos y hacerlos más vulnerables, y si Marko había aprendido algo de todos sus años recorriendo el mundo era paciencia. Ellos podían tener aquel pueblo sitiado durante un mes antes de que alguien se diera cuenta, tarde o temprano serían victoriosos.

De repente percibió un sonido a su alrededor, olfateó un poco y sonrió. Con un sorpresivo giro, atrapó a Mary, su amada, justo antes de que ella se abalanzara sobre él. En medio de bosque se besaron, y él disfrutó del suave aroma de sus rubios cabellos, el roce del cuerpo de ella contra su torso desnudo.

—¿Dónde están los otros? —preguntó él; Mary aún tenía sus piernas envueltas alrededor de su cintura.

—Los envié a hacer una última revisión de las trampas, tardaran un rato en llegar —respondió ella con una sonrisa pícara, que no tardó en dibujarse en rostro de Marko.

Él había conocido a Mary muchos años atrás, lejos de Kingville, persiguiendo a una familia de Lupus Lux que se habían instalado en una comunidad y pensaron que estaban pasando desapercibidos. La primera vez que la vio, Marko supo que tenía tenerla a su lado. Intentó seducirla, intentó cortejarla, y viendo que todos sus intentos eran rechazados, decidió que había llegado el momento de no darle escapatoria. Terminado su trabajo, persiguió a la chica y la mordió, antes de secuestrarla y llevársela con su grupo.

Los primeros días ella lo odió. Él la había transformado en un monstruo, y la mantenía atada en la parte trasera de un camión, matándola de hambre lentamente.

Durante un tiempo su situación no se modificó. Él dejó que sus transformaciones sean horribles, dolorosas, incluso colocó un espejo frente a la joven veinteañera para que pudiera ver los cambios paso a paso. Luego le dio lo que necesitaba: carne, y no cualquiera, sino carne humana. Mary, incapaz de contenerse, devoró los trozos de carne cruda con placer, como si de su última cena se tratara. Desde entonces, ella se volvió uno de ellos, un monstruo con una sed de sangre insaciable, la adicción era demasiado fuerte como para que ella pudiera combatirla, y debió resignarse a ser una más en la manada. Con el tiempo, Marko le enseñó a controlar la transformación, le enseñó a aceptar la bestia que era y que siempre seguiría siendo. La maldición y la adicción fueron carcomiendo su cerebro, hasta el punto en que la bella e inocente Mary Whitman desapareció por completo, y solo la bestia permaneció, una bestia que aprendió a mantenerse cerca de Marko y complacerlo para poder saciar su sed.

Los dos "amantes" cayeron en el suelo del bosque. Ella se encontraba encima y sonreía mientras se quitaba la camiseta, él la observaba con pasión animal en sus ojos. Pero entonces un sonido captó toda la atención del líder de los Lupus Tenebris: uno de las radios de los vehículos estaba recibiendo un mensaje.

—Habla el Sheriff Jones, responda, repito, habla el Sheriff Jones, responda —repetía una y otra vez la voz a través del radio—. Sé que está ahí, Marko, tome el puto comunicador.

Al escuchar estas palabras, Marko quitó a Mary bruscamente de encima de él, y ella lo miró con confusión desde el suelo.

Con cierta furia, pero haciendo todo lo posible por sonar calmado, el licántropo tomó el comunicador de la camioneta, y tras dudar unos segundos comenzó a hablar.

El tiempo de las bestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora