La calma en el infierno

1.9K 189 58
                                    

El sonido de una gota caer hizo eco dentro de la prisión; Shen Qingqiu mantenía la mirada altiva y feroz aun sabiendo que se encontraba en grandes problemas.

Yue Qingyuan hacia mucho lo había venido a ver y aunque el maestro inmortal del pico Qing Jing lo había corrido con la daga venenosa del resentimiento explicito en sus palabras; muy en su interior aquella frase solo podía significar en su podrido corazón un suave y tembloroso:

Sálvate.

No valgo la pena, solo sálvate y vive como si yo jamás hubiese existido.

Yue Zhangmen, ten una larga vida sin escorias como yo.

Atado de pies y manos con el cable inmortal de unión irrompible; así era como había quedado el maestro más aquello no le imposibilitaba verbalmente de seguir agrediendo a la bestia mestiza cada vez que bajaba a verlo.

Luo Binghe.

Lo odiaba tanto que sentía pesado el corazón; deseaba acabar con Binghe, quería aniquilarlo, perder la oportunidad de haberlo matado en verdad años atrás le costó lo suficiente como para verse en su actual situación.

Su mirada vagó desde el techo pedroso y húmedo hasta las paredes de agua tóxica; finalmente aterrizó sobre aquella diminuta taza de agua que uno de los sirvientes había dejado ahí para mantener al gran maestro escoria inmortal con vida, simple agua para no morir tan rápido a causa de la inedia prolongada.

Maldijo en su interior, tenía sed, era claro pero su orgullo era más grande; había perdido valiosas tazas de agua por varios días dejándolo navegar entre el delirio y la consciencia; y justo ahora esa pequeñez de porcelana se le antojaba como un bálsamo reparador de almas.

Así que pasando la poca saliva que le quedaba y tragando su orgullo, se fue arrastrando y empujando con la ayuda de sus piernas; una lástima que sus manos se mantuvieran sujetas detrás de su espalda ya que aquello solo le hacía ver como un gusano en su hábitat; lentamente se acercó a la taza y finalmente asomó la lengua para humedecerla.

—¡Ja! Así es como realmente eres, un miserable perro necesitado de agua. —Luo Binghe se burló al aparecer dentro de la prisión.

Shen Qingqiu gruñó y giró el rostro, lastimosamente su cabello suelto empujó con suavidad la taza derramando todo el contenido. En su interior Shen Jiu gritó de agonía al haber perdido su preciado líquido.

—¿Sed?

Luo Binghe arqueó una ceja; una sonrisa burlona apareció en su rostro al tiempo en que miraba como Shen Qingqiu arrugaba el ceño y le miraba desafiante. Una mirada que antaño le causaba miedo y ahora no era más que el bosquejo de los días de sufrimiento.

—¿Shizun tiene sed? ¡Permita que este discípulo le sirva! —Habló altivo y acercándose a la taza vacía la pateó lejos para bajar la mirada y sonreír egocéntrico.

Una sonrisa de superioridad, aquella que lograba desarmar a mujeres al punto del suspiro y hacia temer a hombres por los problemas que se avecinaban; una sonrisa que causaba de todo en ajenos más nada en Shen Qingqiu ya que este solo podía verlo como lo que era...

—Una bestia mestiza. —Y haciendo uso de su encanto frío; Shen Jiu se mofó sintiéndose doblemente superior al hombre de túnicas negras.

Luo Binghe fue ahora quien arrugó el ceño en clara molestia; inhaló hondo y sin decir palabra alguna se giró y abandonó la prisión como si estar cerca de su ex maestro fuese una tortura.

Y vaya que lo era, más no porque se sintiera mal, no; Luo Binghe sentía su sangre corroer sus venas al ver que ni siquiera la humillación pública hacía mella en el frío y cruel corazón de Shen Qingqiu.

Pequeño loto negro «BingJiu»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora