Capítulo nueve.

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Apenas llegamos al mercadito todos nos separamos en dos grupos; nuestros padres y Declan se fueron por un lado, y los demás nos fuimos por otro

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Apenas llegamos al mercadito todos nos separamos en dos grupos; nuestros padres y Declan se fueron por un lado, y los demás nos fuimos por otro. Mattia, por supuesto, no perdió el tiempo antes de divulgar mi fracaso como conductora novata mientras todos reían de mí.

No conmigo.

En algún momento mi atención pasó de la conversación a un precioso collar dorado con estrellas colgantes en toda su longitud. Me acerqué a la chica que estaba vendiéndolo. Siempre me han atraído las estrellas, pequeños destellos de luz, brillantes, que al verlas de lejos pueden parecer acompañadas por millones de otras estrellas, pero al ver más de cerca uno nota cuanta distancia hay entre ellas, cuan solas se encuentran de verdad. Es muy triste, las estrellas son tristes, están solitas.

—Qual è il... prezzo del'... della collana? —pregunté haciendo uso de mi vago italiano y tocando suavemente la hermosa pieza.

—Treinta euros.

Casi por instnto mi mano se despegó rápidamente del collar. Hice un puchero, ni de coña tenía treinta dolares.

—Gracias.

Volví al grupo un poco menos motivada que antes, vaya día de mierda

—¿Qué pasó? —Caelia me miraba con una ceja alzada

—¿Cómo puedo ganar dinero?

Caelia parece pensarlo un poco.

—Podríamos lavar autos en bikini —dice moviendo las cejas, automáticamente todos los chicos voltean hacia nosotras con los ojos como platos.

—Eh, tranquilos, estamos de coña —les tranquilizo antes de acercarme a mi amiga y hablarle al oído—¿Estamos de coña, verdad? Eso sería demasiada exposición para mi gusto.

—¿Y que si lo hacemos? —rebatió Caelia ignorándome por completo —siglo veintiuno, cuerpos libres...

—A ver, si de verdad quisieras hacerlo, te apoyo —Massimo se acerca a Caelia y la abraza por la cintura, hablando contra su cabello

—Venga, que eso no te lo crees ni tú —discute con él Valentino de brazos cruzados.

—Por supuesto que sí. —responde un indignado Massimo

—Eres la persona más celosa que existe en el planeta —aclara mi primo, siguiendo la conversación.

—¿Que hablas tío? Si ese es Mattia.

—¿Yo? —replica un incrédulo Mattia, valga la redundancia, mientras yo sigo esperando pacientemente una idea de cómo comprarme mi jodido collarsito de estrellas

—Ya, tú prácticamente rozas la posesividad. —Mattia tan solo se encogió de hombros sin intentar negarlo

—Entonces eres el segundo —concluí yo.

Una estrella más brillante [Vittale #1] EN EDICIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora