04

1.5K 143 43
                                    

Emilio:

El plan era volver al lugar de Joaquín, aparcar allí y luego caminar hasta un bar no muy lejos de su departamento. Me moví nerviosamente en el asiento durante el viaje de vuelta, lo que me molestó muchísimo. No era alguien inquieto. Era agradable, tranquilo y centrado todo el tiempo, y aparentemente un cliché.

¿Agradable, tranquilo y centrado? ¿De dónde demonios había salido eso? El caso es que Joaquín me ponía nervioso y no podía decir exactamente por qué.

En parte era porque sentía que tenía que ponerme al corriente con él, y por lo general la gente tenía que ponerse al día conmigo. Y para él, no parecía ser intencional. Él simplemente estaba un paso por delante de mí sin intentarlo, lo que era molesto y extrañamente intrigante y adictivo.

Era como si él tuviera este superpoder que me mantenía sobre las puntas de mis pies, y también sorprendiéndome y haciéndome decir y hacer cosas que normalmente no decía o hacía. No había estado mintiendo cuando dije que no hacía lo de ir a los cementerios, pero eso
era solo la punta del iceberg. Tampoco hablaba acerca de mis padres. Nunca. Ni acerca de sus
muertes, al menos. Estaba seguro como la mierda que nunca le había dicho a nadie sobre mi abuela... Si podía incluso ser llamada así.

Ella pensaba que mi padre no era lo suficientemente bueno para mi madre desde el principio. Y cuando se quedaron embarazados de mí en la universidad y tuvieron que abandonarla, ella básicamente le dio la espalda a mi madre. Le dio la espalda por elegirnos a mi padre y a mí. Aparentemente ella no había estado demasiado emocionada por quedarse atrapada conmigo.

Jesús. Negué con la cabeza. Esto era lo último en lo que quería pensar ahora mismo. No podía creer lo fácil que Joaquín había hablado sobre su hermano. No era así para mí.

—¿Qué pasa? —preguntó Joaquín cuando entramos al estacionamiento en su casa.
—Nada.
—Sacudiste la cabeza.
—No, no lo hice. —Obviamente lo hice.
—Lo hiciste.
—No lo hice.
—Lo...
—¿Hay algo mal contigo? —pregunté, luego sentí que mi frente se fruncía cuando me di cuenta que estaba sonriendo.
—No, pero parecías deprimido, así que quería que sonrieras. ¡Vamos!

Solté una suave risa. Él realmente era lindo como el infierno.

Estaba lo suficientemente seguro sobre mi sexualidad para admitir eso. Además, sabía que era la emoción de las últimas veinticuatro horas, junto con el hecho de que tenía algo en común conmigo que ningún otro tenía. Era un infierno perder a alguien a quien amabas. Solo que, con mi situación, no había nadie más a quien culpar. Ese era yo.

Salimos del auto y comenzamos a caminar hacia el elevador que nos llevaría hacia arriba. Apreté el botón y esperé, observándolo e intentando descubrir quién demonios era.
Era bastante más pequeño que yo, tal vez uno setenta y cinco. Tenía el cabello corto y castaño claro que caía suavemente sobre su frente. Él no parecía un maestro ninja, pero sabía que era uno. Sus ojos eran amables y su sonrisa contagiosa... y estaba pensado mucho en eso.

—¿Entramos al ascensor?
—¿Eh? —le pregunté.
—El ascensor está abierto. ¿Vamos a entrar o continuarás mirándome todo el día como si no supieras que hacer conmigo?

Mierda.

—Créeme, podría averiguar exactamente qué hacer contigo. — Porque sí, no podía dejar pasar un comentario como el suyo, y no dejaría que él sacara lo mejor de mi de nuevo. Su boca se abrió y se sintió malditamente bien ser el que lo sacudió por una vez.

—Después de ti. —Puse mi mano dentro de las puertas del ascensor para que no se cerraran.

Joaquín se aclaró la garganta y luego entró. Lo seguí y solo tomó algunos momentos para que las puertas se abrieran nuevamente en el siguiente piso. Huh. Toma eso. Obviamente lo había calmado por un momento.

E N T R O P I A - EMILIACODonde viven las historias. Descúbrelo ahora