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Emilio:

Mi corazón se estrelló contra mi pecho en el momento en que llegué y vi dos ambulancias allí. Sabía, de alguna manera jodidamente sabía, que todo mi maldito mundo se había incendiado. No me estacioné en un lugar adecuado, solo me detuve, puse el auto en neutro y salté. Mis pies golpearon contra el pavimento mientras corría hacia donde estaban poniendo un cuerpo en una camilla. No, no un cuerpo: Joaquín. Dios mío. Mi Joaquín.

No podía respirar. Mi pecho dolía. Mis piernas intentaban doblarse, pero luché, luché y traté de abrirme paso hacia Joaquín. Imágenes de mis padres aparecieron ante mis ojos, las sirenas con las que me había despertado solo para descubrir que ambos me habían sido arrebatados.

Vi la mata de rizos castaños de Joaquín, la sangre en su ropa y mi visión se desvaneció adentro y afuera.

—Disculpe, señor, pero no puede...
—Ese es mi novio.

Vi el destello de lástima en sus ojos y tomó todo de mí para no golpearlo, golpearlo por pensar que Joaquín no iba a estar bien y por sentir pena por mí. Me liberé de su agarre y me abrí paso hacia él. Había una mujer sosteniendo a una niña que estaba llorando. Estaban empujando a Joaquín en la ambulancia. Había sangre en su cabeza, en su pecho y maldición si no sentía que también estaba sangrando, no, sabía que lo estaba, pero no me importaba. Nada lo hacía en este momento excepto Joaquín..

—Él es mi pareja —les dije.
—Vamos a Cedars Sinai. Puede encontrarse con nosotros allí. —El paramédico intentó alejarme.
—Estás loco si crees que no voy a ir con él.

Luché contra el impulso de llorar, gritar, y los miré con ojos duros para que supieran lo jodidamente serio que era. Entonces, le supliqué.
—Por favor. —Porque no había una maldita manera en que pudiera dejarlo.
—Entre —me dijo el hombre.

Miré hacia fuera mientras cerraban las puertas a la mujer que estaba llorando y sosteniendo a una niña. En la otra ambulancia, que estaba tratando de verla, y lo sabía, jodidamente sabía que la niña estaba bien gracias a Joaquín. Qué él la había salvado de la misma manera en que me había salvado a mí.  La vida me había premiado con semejante hombre no podía simplemente quitarmelo.

[...]

Me senté en la sala de espera con Elizabeth, Uberto y Nikólas. Ninguno de nosotros habló. Elizabeth y Uberto lloraron. Nikólas tenía el rostro enterrado en sus manos y me senté allí, mirando hacia adelante, mirando al espacio como si estuviera catatónico. No podía moverme, no podía pensar.

Habían llevado a Joaquín para una cirugía de emergencia. Lo que sabíamos hasta ahora era que tenía el brazo roto, fracturas en las costillas y algo de hinchazón en el cerebro por la forma en que su cabeza había tocado el suelo al caer. El conductor se había detenido después del impacto, por lo que Joaquín no había sido atropellado.

Había tenido que llamar a Uberto y decirle que el único hijo que le quedaba había tenido un accidente. Que
estábamos de camino al hospital. Había tenido que llamar a Nikólas y decirle que su mejor amigo iba a cirugía porque Elizabeth y Uberto estaban demasiado angustiados, y sabía que Nikólas merecía saberlo.

—¿Owen y Sadie vendrán a sentarse contigo? —preguntó Nikólas después de lo que se sentía como una eternidad de silencio.
—No.
—¿Necesitas que los llame por ti? Puedo hacer eso —agregó, pero solo sacudí la cabeza.

No los necesitaba. No necesitaba a nadie ni a nada excepto a Joaquín para estar bien. Sin otra palabra, me levanté y caminé al otro lado de la sala de espera, solo.

—¿Emilio?

La mano en mi hombro me sobresaltó. Mis ojos se levantaron para encontrarse con los de Elizabeth. Cristo, había estado sentado allí y ni siquiera la había oído acercarse a mí. No la había visto a pesar de que

E N T R O P I A - EMILIACODonde viven las historias. Descúbrelo ahora