«Lo único a temer es el miedo en sí mismo»
—Franklin D. Roosevelt.
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Julietta.
A la mañana siguiente desperté cuando el sol todavía dudaba en asomarse para iluminar cada rincón. No recordaba el momento en que me dejé llevar por el cansancio. No habían rastros de Evans, ni siquiera cuando me acerqué en donde Natalie continuaba durmiendo.
Opté por buscarlo en la planta baja, no podía imaginar que hubieran pasado hablando durante toda la noche. Entonces escuché voces, un pequeño grupo de hombres hablaban cerca de la entrada principal. La iluminación en las paredes me permitió reconocer a Evans, además de Darren, Grey, Philip y Miller. Habían más hombres a los que todavía no les daba nombre.
No quería interrumpir lo que parecía una conversación muy detallada sobre algún lugar.
—En caso de no encontrar más rastro o algo significativo, ¿cómo procedemos? —preguntó Evans al comandante Miller.
El hombre cuestionado volteó levemente hacia él.
—Regresan a este lugar para irnos.
—¿A dónde marchamos? —cuestionó Darren, quien parecía haberse unido a la conversación recientemente.
La helada mirada que le devolvió Miller fue escalofriante. Podía llegar a entender la causa, después de todo Darren llegaría a ser desesperante para muchos. Y el comandante parecía no tener demasiada paciencia.
—A la torre blanca, —las palabras de Allek Grey rompieron el silencio con su caritativa respuesta—. Han solicitado que los custodiemos a salvo hacia la fortaleza.
—Es bueno saberlo—murmuró con alivio.
—Bien, andando. Entre más pronto salgamos podremos encontrar algo—las palabras de Evans atrajeron mi especial atención.
Hasta en ese momento noté las intenciones de esa reunión en medio de la madrugada. Cinco hombres, incluido Evans, estaban preparados para salir. No pude evitar pensar en nuestro peligroso encuentro con los colmilludos y las pérdidas que tuvimos.
Fue suficiente para hacerme llegar a su lado, deteniéndolo de continuar.
—Jul, ¿qué haces?
—No puedes ir.
Aunque no tenía justificaciones, era inevitable preocuparme por mi hermano.
—Estaremos bien, solo debemos asegurarnos de si hay alguien con vida o al menos descubrir que ha pasado para informar a la torre.
Hablaba como si se hubiera dedicado toda su vida a servir a esa torre que desconocíamos, como si llevara toda la vida trabajando con esos extraños. Pensé en la razón que lo impulsaba a ser tan ingenuo como para confiar su vida a cuatro desconocidos y adentrarse a los peligros que el mundo ofrecía en medio de la oscuridad.
Sin poder evitarlo, me volteé hacia el culpable, a quién seguramente no le importaría que algo le sucediera.
—¿Quién le ha dado el derecho de arriesgar su vida? Cinco hombres pueden morir con facilidad en una misión suicida que posiblemente no lleve a nada.
Mi molesta mirada dirigida a Miller delataba mi inconformidad con lo que estaba sucediendo. Sabía que este hombre me había salvado anteriormente, pero enviar a Evans a una misión tan peligrosa, sin mayores refuerzos, no tenía perdón.
La tensión en su mandíbula era demasiado notable, esos oculares azulados me vieron directamente, podía esperar la molestia de su parte ante mi intromisión. Pero no dejaría que Evans se arriesgara de tal manera.
—¿Está sugiriendo abstenernos de verificar si alguien continúa con vida? Eso es muy egoísta de su parte, señorita Jones.
Caí desorientada ante sus palabras, ¿egoísta? Estaba intentando voltear el balde.
—No es a lo que me refiero, ¿en verdad cree que cinco hombres podrán defenderse en caso de un ataque?
—Cuatro de ellos son suficientes, en cuanto a la voluntad, debería aprender a mostrar más respeto.
Evans puso un brazo sobre mi hombro intentando nivelar la tensión del momento.
—Me he ofrecido a guiarlos, no me lo han pedido—su aclaración hubiera sido útil mucho antes, pero eso no quitó mi molestia hacia cierto comandante.
—¿Por qué has hecho algo así? —le cuestioné volteándome hacia él—. Tú mejor que nadie sabes lo peligroso que podría ser.
—Jul, ellos nos salvaron, ¿qué pasará si hay alguien con vida esperando por nosotros?
—No cuestiono eso, pero son solo cinco.
—Es mejor así, no podemos arriesgar tantas vidas o movilizarnos juntos con los heridos que hay.
—¿Pero sí arriesgaras tu vida?
—Estaremos bien, volveré.
No había nada de tranquilizador en sus palabras. Junto con Marceline eran mi única familia y jamás permitiría que algo les sucediera. Los demás hombres esperaban por él. Tomé algunas armas que el escuadrón ofrecía a los arriesgados que estaban por salir, luego me dirigí hacia Darren. El hombre pareció contener la respiración ante mi cercanía, se vió obligado a dar un par de pasos atrás.
—Cuida a Marceline—le ordené.
—¿Qué crees que haces? —cuestionó Evans al llegar a su lado nuevamente.
—Iré con ustedes.