«El pasado nunca se muere, ni siquiera es pasado»
—William Faulkner.
🥀🥀🥀
Julietta.
—Adelaide.
Esa voz había dejado de ser desconocida. El panorama de un bosque y una cabaña era notorio, la luz de los alrededores era como si el atardecer estuviese a punto de concluir para dar paso a la oscuridad. Una nube de neblina se formó cerca de los árboles menos visibles, de ahí, una silueta masculina emergió.
Esos ojos como luceros plateados me observaron fijamente. Una mano hecha de oscuridad salió de entre las tinieblas con la rosa del tono más absorbente que había visto en mi vida.
Una luciérnaga apareció hasta posarse sobre esa.
—Vuelve, Adelaide.
Todo desapareció como en otras ocasiones una vez desperté. Por un momento, olvidé el lugar de mi estancia. Las gotas que caían con precisión sobre el cristal no me permitía ver nada más fuera del vehículo, la oscuridad tampoco favorecía.
Estaba en soledad, y al intentar recordar a dónde se había ido, un fuerte impacto me indicó que algo subió atrás del transporte. Tomé el arma en espera de otro movimiento para disparar, pero me detuve al notar que no era más que Denrek.
La lluvia lo había abrazado por completo. Se adentró y cerró la puerta, luego recostó su cabeza hacia atrás tomando un respiro.
—Habrá que esperar—dijo pasando una mano por su empapado cabello.
Recordé la razón de estar a su lado. Después de todo, me guiaría hacia una bruja que podría conocer el origen de esa misteriosa criatura, con quien había hecho un acuerdo y osaba infiltrarse entre mis sueños.
—Ha vuelto a aparecer, ¿eh? —no me molesté en responder, parecía saberlo perfectamente—. Muy conveniente, ha esperado a que me aleje para rodearla con su presencia.
Los días que llevábamos recorriendo el enigmático camino, la criatura de la oscuridad desaparecía cada vez que Denrek se acercaba. Pensé en hacerle una pregunta, aunque dudaba que fuera a otorgar la respuesta que buscaba, no perdía nada intentándolo.
—Adelaide—repetí el nombre que aquel ser mencionaba en mis sueños—. ¿Sabe algo de ese nombre?
Tardó en responder.
—No—tampoco había esperado que lo supiera, de hecho, me hubiera sorprendido que sí.
Me observó en silencio, como esperando a que le diera mayores explicaciones a tal interrogante.
—Suele mencionar ese nombre cada vez que cierro los ojos—le expliqué. No le debía nada, pero pretendía matar un poco el tiempo en lo que la tormenta acababa.
Se acomodó en el asiento.
—La bruja sabrá de alguien llamado así—musitó.
Luego, el silencio abrumó el entorno. No solía hablar demasiado, quizás solo en algunos momentos exasperantes, pero era la primera vez que tenía inmensas ganas de musitar pregunta tras pregunta motivado a romper el silencio que solía formarse.
—Paul estaba con un sujeto—mencioné, tampoco podía empezar directamente con las preguntas sin plantear el contexto—. Los escuche hablar de un plan para quitarle la vida.
La información no era tan necesaria, pero era un buen comienzo.
—Creo tener una idea.
No logré entender esa respuesta, quizás ya estaba enterado de todo eso.
—Sabían que iría por Paul.
—No soy tan predecible.
—Pero ha llegado por él.
Resguardó el silencio, esperé una contestación para introducir mi pregunta.
—Algo así.
Había tenido suficiente tiempo para pensar en las cosas desde que empezamos a viajar en compañía hacia el lugar donde estaría la bruja. Solo esperaba que mi corazonada tuviera alguna validez, o toda esa conversación habría sido en vano.
—¿Allek tiene algo que ver? —lancé la pregunta—. Ha sido el único que no he visto entre ellos, y parecía que buscaba a alguien.
Sus ojos me observaron un tiempo antes de desviar la mirada hacia la derecha.
—No se equivoca, pero si quiere saber si lo buscaba para matarlo, es un no—soltó un suspiro—. Tampoco diré más al respecto.
Lo había esperado, después de todo, mi corazonada no estaba del todo errada. Por una parte, podía tranquilizarme al saber que no había matado al muchacho, pero otra interrogante había surgido. ¿Allek estaba bien?
—¿Por qué ha venido? —preguntó de la nada—. Ya que estamos con las preguntas, era más fácil ir hacia la torre y olvidarse de todo el infierno.
Pensé en su pregunta, quizás no tuviera una justificación demasiado específica.
—Necesito respuestas—es lo que siempre había—. Lo he perdido todo una vez más, y antes de poder continuar, necesito saber lo que creo puede aliviar esta opresión.
Se sentía extraño, de alguna manera eran las palabras más sinceras que le había dicho a alguien. Había elegido al peor sujeto para desahogarme, pero no podía hacer mucho al respecto.
—¿Una vez más?
Pensé que se burlaría de mi respuesta, por dejar el camino hacia la torre e ir por una bruja que podría o no tener respuestas.
—Marceline y Evans me encontraron en el bosque cuando era más pequeña, sin memoria de mi familia o lo que sucedió antes de ese momento—era irritante no poder contener esa insatisfacción que me había perseguido mucho tiempo—. Supongo que ahora he perdido más que mi memoria.
La lluvia continuaba brotando de las oscuras nubes, la atmósfera no era tan incómoda a lo que había imaginado que sería.
—Cuando Paul intentó matarlo, ha dicho que no era un licántropo—era el mejor método para cambiar de tema, aproveché que estábamos siendo sinceros para obtener unas respuestas de su parte—. ¿No lo es?
Por un momento creí que no respondería, pero terminó cediendo a ese desvío de conversación.
—No—su mirada y una apenas insinuante sonrisa me indicó que se apiadaba de mi inconformidad con su escasa respuesta—. Para empezar, hay una diferencia entre lo que ustedes llaman licántropos o bestias caninas y los de sangre pura. Solemos llamarlos rougarous, y claro, hay ocasiones en donde pueden transmitir su sangre a uno de ustedes, convirtiéndolos en licántropos.
La información era demasiada, había sabido por Marco que la torre blanca tenía conocimiento de que las bestias podían convertir a los humanos fallecidos en combate, volvían siendo bestias sin control.
—Entonces, es un sangre pura ¿no? —indagué—. Un Rougarou.
Negó.
—Más bien, sangre impura—musitó para mi sorpresa, se volvió a acomodar y observó el techo—. De tener sangre pura, o ser un licántropo, la plata que me incrusto me hubiera matado al instante.
Me observó un tiempo, y luego volvió a desviar la mirada. Aún no entendía por qué hacía eso.
—Puede decirse que soy una mezcla peculiar—continuó—. Suelen conocerme como un híbrido.
Quizás mi mirada era suficiente para demostrar mi confusión, pero aún no tenía todo claro.
—Híbrido, ¿de qué?
Creí reconocer el amargo sentimiento que me transmitió su perdida mirada. No insinuó ninguna sonrisa tan genuina como solía hacerlo, rió de algo que parecía no agradarle, lo que desconocía por completo.
—Rougarou y humano—confesó—. Algo irónico, ¿no lo cree, señorita Jones?