«Es sencillo hacer que las cosas sean complicadas, pero difícil hacer que sean sencillas»
— F. Nietzsche.
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Julietta.
La imprudencia suele envolvernos al tocar los límites de aquello que conocemos como ordinario. Surge cuando las cosas empiezan a salirse del entorno usual, cuando todo empieza a derrumbarse de una manera tan imprevista, que apenas podemos respirar.
Las palabras de Corolla eran tan solo una parte de ese caos que empezaba a empeorar. Fue como encender el fuego en un bosque con árboles muertos.
—Hay caminos oscuros, querida, y para que aprendas a utilizar los dones que te ha proporcionado Adelaide, deberás emerger de esta.
Relacionarme con el poder que asegura poseía en mi interior era tan solo una parte de las cosas que jamás hubiera imaginado. Nunca me fijé en los indicios que pudieron advertirme de estar fuera de lo apenas ordinario del mundo.
Los intentos por descubrir muchas verdades relacionadas a aquel único y solitario recuerdo que sí era de mi pertenencia no hizo más que hacerme pensar que continuaba estancada en el mismo lugar.
Era una retención involuntaria que no hacía más que sofocarme. Podía sentir claramente la tensión expandiéndose y alterando los vellos de mi piel. Había un latir que intentaba tranquilizar para poder encontrar algo más.
—Concéntrate—intervino una vez más—. Despeja tu mente.
Fue inevitable musitar una sonrisa irónica, sonaba más sencillo de lo que realmente era. Precisamente mi mente era la que nunca parecía querer descansar.
Hice un esfuerzo. Intenté ignorar mi entorno, mis propios pensamientos.
La tensión helada que apresaba mi piel empezó a disminuir y pronto me vi rodeada de una infinita oscuridad. No podía reconocer la diferencia entre avanzar o retroceder, todo parecía dirigirme hacia el mismo punto.
Sentí una punzada en el dedo anular derecho, una pequeña gota rojiza se deslizó por los bordes hasta caer bajos mis pies. No pude divisar el momento en que tocó tierra, toda la parte inferior se abrió y me dejó caer entre más oscuridad hacia una profundidad desconocida.
No había nada a lo que pudiera aferrarme, solo esperaba el momento del impacto, pero no parecía estar cerca de suceder.
Transcurrido un tiempo empecé a visualizar algunos destellos lejanos que provenían de los alrededores. Era como la luz de las luciérnagas, pero algunos tenían tonalidades diferente. Un destello de un azul reluciente se aproximó y me absorbió por completo.
Mi entorno se convirtió en un bosque abrazado por el crepúsculo. Habían muchas flores alrededor que vislumbraban el lugar. Solo hizo falta levantar la mirada para distinguir la espalda de una pequeña niña con un vestido que se camuflaba sin ningún problema con los pétalos de las flores que abundaban cerca de ella. Parecía estar recolectándola con un canasto de paja.
—¿Qué haces en este lugar? —su voz era delicada, pero tenía un tono firme.
Observé una vez más los alrededores, estábamos cerca de una casa construida con madera. Aún no podía verle el rostro y tenía muchas inquietudes.
—Busco un recuerdo.
—¿Solo uno?
Tenía razón, intentaría obtener todos, pero las posibilidades eran escasas.