«El riesgo de una decisión equivocada es preferible al terror de la indecisión»
— Maimónides.
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Edgar Von Humboldt.
Capítulo treinta y ocho del libro seis.
La arena parece estar a punto de caer por completo, no hay nada más aliviador que prevalecer oculto de entre su sanguinaria presencia. No quedarán nada más que palabras una vez este infinito infierno sea calmado. Hay momentos en donde he pensado que la copa permanece medio llena, pero el vacío es mucho más evidente, no puedo ignorarlo.
—¿Es el momento? —la voz humano me hizo cerrar el libro y guardarlo entre mis prendas.
Podía sentir la presencia del tercero a mis espaldas, era abrumante hasta cierto punto. Podía notarse la ansiedad por culminar este trayecto, por saciarse así mismo y liberar aquello que llevaba reteniendo durante un buen tiempo. Era como ver mi propio reflejo, y podía deducir el caótico final.
—Lo estaremos esperando—musité.
—¿Cómo está tan seguro de que vendrá? —el humano Allek hacía demasiadas preguntas y eso evidenciaba la inseguridad en sus propias decisiones.
Escuchaba su apresurado palpitar y llegaba a sentirme culpable de lo que podría suceder. Pero era necesario, de manera voluntaria hacía las cosas más sencillas hasta cierto punto.
—Es el único camino.
—¿Para qué?
Observé el inmenso bosque, habían dos montañas a los lados del sol naciente.
—Para encontrar lo que también busqué en su momento.
El humano bajó de la rama del árbol en donde había permanecido observando los alrededores desde lo alto.
—¿Es una especie de poder?
Los rojizos ojos de nuestro tercer acompañante brillaban a mis espaldas, quizás el humano todavía seguía sin notar su inquietante presencia.
—El vurline es más que eso, para quienes ansían encontrarlo.
A pesar de todo, seguía pareciendo un simple mito. Nunca pude encontrarlo. Puede que muchas cosas hubieran sido diferentes, pero la circe oscura lo dijo en aquella ocasión y seguramente le dijo lo mismo a él. Solo las intenciones puras lo encontrarán, dudé en que tuviera un resultado diferente, posiblemente ninguno llegará a cumplir tales expectativas.
Intenciones o acciones, nadie es completamente digno. No se trataban más que de ilusiones absurdas que aprendí a superar.
—Vigila los alrededores—ordené al más silencioso.
—¿Me lo dices a mí? —interrogó Allek.
Negué.
—Acércate—le pedí.
Pude percibir como se alejó siguiendo mis órdenes. Cuando el humano se acercó a mis espaldas, cerré un momento los ojos.
—Cuando todo concluya, ambos se podrán marchar—de nuevo su corazón se aceleró—. Si en algún momento sucede algo inesperado, deja que se ocupe y haga lo necesario. Si no vuelve en sí, lo más prudente será que te alejes.
—¿Todo saldrá bien?
La tonalidad insegura en su voz me pareció inquietante. Hubo un vuelco en su respiración cuando me posicioné a sus espaldas en un simple movimiento. Acaricié su garganta con la punta de mis dedos.