«Todos buscamos a alguien cuyos demonios se entiendan con los nuestros»
— Fiedrich Nietzsche.
🥀🥀🥀
Julietta.
El nublado cielo opacado por las grisáceas nubes nos advertían de la tormenta que podría alcanzarnos en cualquier momento. La brisa ya nos dificultaba el paso, y al momento de escuchar el fuerte estruendo de las rocas caer desde lo alto de la montaña, todos volteamos.
Las personas atrapadas entre las rocas no pudieron hacer nada. Un fuerte grito nos alertó en busca de sobrevivientes y visualizamos a Mateo, quien había sido arrastrado casi al precipicio del acantilado y solo podía sostenerse de un mediano árbol que caería en cualquier momento.
Muchos no dudamos en ir a su rescate, hasta que una orden nos detuvo en seco.
—¡Nadie se acerque!
Su firme voz nos obligó a voltear a verlo, había retrocedido con un vehículo de dos ruedas para acercarse a los que pensábamos ayudar al agonizante hombre. Nadie entendía a lo que se refería, ¿acaso pensaba en abandonarlo?
La lluvia se intensificó y el viento enloqueció acorde a la situación. Evans se acercó a Miller para tratar de razonar.
—Está al borde de la muerte, no podemos dejarlo ahí—las determinantes palabras de Evans eran apoyadas por muchos, pero el escuadrón seis bajo las órdenes de Miller se habían posicionado para impedirnos el paso.
La mirada de ese hombre me indicaba que no haría nada respecto a la situación de Mateo, y solo fue confirmado con sus palabras.
—He dicho que nadie se acerque—musitó—. Debemos avanzar.
Los intensos ojos de Denrek Miller se encontraron con mi desafiante mirada. La lluvia había empapado por completo su oscura cabellera, varios mechones se adherían a la frente sobre sus oscuras y definidas cejas.
—Por favor, no podemos dejarlo así— Allek también intentó convencerlo.
Aunque en esa mirada nada indicaba que cambiaría de opinión. No esperé a que se apiadara mientras alguien estaba a punto de morir, me escabullí entre la barra que el escuadrón seis había formado hasta llegar a donde el hombre se aferraba al árbol por su vida. El suelo era inestable, pero me acerqué lo más que podía.
—Toma mi mano.
El hombre comenzó a forcejar por intentar alcanzarla de manera desesperada, y a su vez haciendo que el árbol se inclinada todavía más.
—Détente, tienes que acercarte despacio o el árbol caerá.
—No quiero morir.
La desesperación en sus palabras y en su mirada lo obligaba a ignorar mi comentario. La lluvia dificultaba nuestros esfuerzos por aferrarnos a lo estable, y cuando consiguió sujetar mi mano la estabilidad del árbol terminó arrastrándonos a ambos hacia el precipicio. El impacto en la cabeza de una rama me sumergió en una oscuridad que presentaba la muerte inminente en la que me había apresurado a llegar.
El silencio que me abrazaba fue usurpado por murmullos de diversas personas, aunque nunca llegué a reconocer una palabra entre las mencionadas. La lejanía solo presentaba poner una distancia entre esas miradas despectivas que brillaban como animales salvajes, y a su vez me sumergían entre la más profunda oscuridad.
Al elevar la mirada podía entender que una mujer me jalaba del brazo. Su castaño y largo cabello danzaba en ondas con el viento y pronto, aquella mirada marrón acompañado de una sonrisa musitó un: