Capítulo Tres- Merida

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Merida a penas tardó unos minutos en darse un baño y bajar las escaleras de tres en cuatro para reunirse con su nuevo y bárbaro amigo. Allí estaba él, plantado delante del portón, con aspecto marchito. Alzó la mirada lo justo para verla y en seguida su cara se iluminó con una radiante sonrisa.

-¡Has venido!- exclamó.

-Claro. Estamos en mi casa.

-Ah, ya...- miró hacia el alto techo del castillo:- Todavía me cuesta creer que esto sea una casa.

-Bueno, ya lo harás. ¿Te parece si llevamos algo de comer a Chimuelo?

Hipo asintió animado con la cabeza, mientras Merida recogía una canasta con peces del suelo.

Por el camino (fueron andando, pues por alguna extraña razón a Hipo se le puso la cara verde cuando propuso ir en Angus) Merida no dejaba de hacer preguntas de lo emocionada que estaba; tanto, que no se percataba del ánimo de su acompañante hasta que sintió que lo dejaba atrás.

-¿Hipo?- se sorprendió, buscó a su al rededor y lo encontró sentado a la orilla del sendero, con los codos apoyados en las rodillas y los ojos brillantes por las lágrimas:- Hipo...

Se acercó unos pasos, aunque se detuvo. No sabía cómo reaccionar en aquella situación. Hipo se veía tan frágil allí, ajeno a todo y a todos, tan preocupado por su adorable dragón mascota mata-pelirrojas, que solo quería ponerle su capa sobre los hombros. Sí, quería ponerle su capa sobre los hombros, y abrazarlo, y decirle que no se preocupara, y hacerlo sentir mejor por cualquier medio posible.

Hipo sorbió por la nariz.

Merida se sentó a su lado al fin.

-Yo... Hummm...- como no sabía qué decir, optó por el lenguaje universal. Le puso una mano en la espalda dándole palmadas.

Hipo la sorprendió apoyándose de costado en ella y rompiendo a llorar en silencio. Ay, no...

-Oye, oye, oye- lo sujetó con suavidad por los hombros, colocándolo frente a frente. Clavó sus ojos en los de Hipo, verdes, verde árbol, verde vida, verde bosque:- No quiero volver a verte llorar, ¿si? No va a pasar nada malo. Yo cuidaré de ti, y de Chimuelo, así tenga que clavarme yo una flecha.- Hipo sonrió un poco ante un intento de chiste tan nefasto:- Vas a volver con tu familia.

Hipo siguió mirándola sin decir nada, hasta que volvió a apoyarse contra ella, y esa vez Merida no tuvo fuerzas para apartarlo. Es más, no quería apartarlo. Porque sentía que si se quedaban allí, en un anochecer eterno de otoño, podría hacer algo más.

-A ver- rebuscó hasta toparse con una piedra afilada:- A ver...

Hipo se incorporó para mirarla mejor. Merida se hizo un pequeño corte, cogió su mano y repitió el proceso. Después, "cerró el trato" juntando sus manos con fuerza. Ambos hicieron muecas por el escozor y después se echaron a reír.

-Yo, Merida DunBroch- empezó ella, con la otra mano sobre su corazón:- prometo protegerte e impedir cualquier daño que cualquier o cosa o persona tenga intención de hacerte, mientras permanezcas aquí.

-Y yo, Hipo Haddock- sonrió él:- prometo intentar facilitarte la tarea todo lo posible.

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