Capítulo Veintiuno- Hipo

816 66 4
                                    

-¡Eh!- Hipo volvió a pasar la lata en la que se suponía que debía beber agua por los barrotes de la celda, haciendo un horrible ruido:- ¡Quiero hablar con el rey!
-¡El rey está de acuerdo con todo esto, mocoso!- le espetó un guardia.
-¿Pero a qué se debe? No he hecho nada malo. Hasta hace poco la reina y el rey parecían encantados... Bueno, Fergus no tanto pero al menos me soportaba...
-¡¿Cómo?!- los dos soldados se giraron hacia él como fieras, con los ojos chisporroteando:- ¡¿Éste hereje ahora se permite tutearse con el rey?!
-N-no, yo no soy...- Hipo vio temeroso como abrían la celda, y sin pensarlo retrocedió lentamente.
El puño del guardia golpeó su estómago.

***

Así iban pasando los días.
Según las leyes de DunBroch, el encarcelado debía esperar su sentencia, que seguramente en el caso de Hipo sería la hoguera. Mas ésta parecía no llegar nunca.
A veces el joven chico pensaba que era parte del castigo.
Por la mañana los guardias lo despertaban lanzándole migas de pan, que él intentaba recoger del suelo para comerlas con desesperación, con las risotadas burlonas de fondo. En a penas una semana, había quedado en los huesos, puesto que además de un platillo de leche agria y algún que otro mendrugo entero, no le daban más alimento.
Según el día recibía más o menos palizas. Lo único de lo que estaba al cien por cien seguro, era el hecho de que sus heridas cada vez sanaban más lentamente. Y, cada vez, tenía menos energía y fuerzas para vivir.
Se había resignado a todo.
Por eso, un día, abrió los ojos con pesadez hasta vislumbrar la única ventana de la celda. Por ella se colaban rayos de luz, y algo del canto de un pájaro.
Hipo separó un poco los labios. Estaban tan hinchados, los carceleros se habían pasado de la raya aquella vez.
Se encontraba tumbado en el frío suelo de la celda, ni siquiera tenía fuerzas para arrastrarse a la cama.
Temblaba. Sobre todo de miedo.
Hasta ese momento no había querido renunciar a la lejana posibilidad de que Merida hubiese logrado escapar, y salvar a los dragones.
Pero pensándolo bien, lo más seguro era que hubiera hecho las pases con sus padres, y en aquel preciso instante estuviera degustando un suculento desayuno.
Llenó de aire sus maltrechos pulmones. Quería hablar, al menos decir una última frase poética antes morir como un perro sin honor alguno, pero solo salió un gemido débil y ahogado. Cerró los ojos...
En ese momento se escucharon gritos de terror de los soldados en el patio de armas, cañonazos y un rugir conocido.
Antes de que pudiera reaccionar algo agarró los barrotes de la ventana y la arrancó de cuajo, dejando un enorme agujero entre piedras que se desmoronaban. Y allí distinguió unas escamas azules y una corona de espinas.
-¿Tor...menta?- abrió más los ojos, todo lo que podía.
Una figura saltó y cayó de pie, a contra luz, con el ruido de pelea de fondo y el viento azotando su trenza. Hipo distinguió el familiar destello que brillaba en los ojos de Astrid Hofferson cada vez que llevaba a cabo una misión, e iba ganando.
-Sabía que te acabarías metiendo en problemas- dijo, antes de saltar hacia él y cargarlo sin problemas como a un saco.
¿Astrid había ido a rescatarlo? ¿Toda la pelea de fuera era una mera distracción? Mareado, distinguió varios dragones sobrevolando el patio de armas y atacando a los soldados, aunque éstos también se cobraban sus víctimas.
-Astrid...- llamó a la chica:- Gra...
-Ahorra energía- lo cortó ella sin mirarlo:- No hay tiempo de ponerse sentimentales.
Justo en ese momento Hipo se desmayó.
Demasiada acción por un día.

______________________________________

¡Perdón por tardar, perdón, perdón, perdón!
¿Qué les parece el rumbo de los acontecimientos?
¿Dónde habrá estado Merida en todo éste tiempo? ¿Olvidaría a Hipo? Ya veremos.

Brave DragonsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora