Capítulo Once- Merida

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-Algo va mal, madre- decía Merida, asomada por un ventanal. Parecía que una gran tormenta iba derechita hacia ellos: -Lo presiento, algo va muy mal.
-Cálmate, querida- Elinor le posa una mano en el hombro y le brinda una alentadora sonrisa, pero ese día, no sirvió de mucho.
-Lo siento, mamá- le dio un besito rápido en la mejilla: -No me esperéis para la comida.
Alcanzó a agarrar su arco antes de desaparecer por la puerta como una exhalación.

***

Ya llevaba más de dos horas cabalgando con Angus y aquella sensación que le aplastaba el pecho. Merida se sentía a punto de chillar.
-Ve por allí, precioso- dijo a su amigo.
Obediente, Angus trotó en la dirección que ella ordenaba, pero en un momento se detuvo en seco con un relincho nervioso.
-¡...!- la princesa soltó una exclamación ahogada al ver un enorme agujero a sus pies.
Bajó de un salto del caballo y lo agarró de las cuerdas para impulsarlo hacia atrás. Luego se volvió a acercar a una distancia prudente y se inclinó sobre el agujero. Se atrevió a colocar las manos a modo de bocina alrededor de su boca para preguntar un "¿Holaaaaaaaaa?" que se vio reproducido de nuevo muchas veces por el eco.
Estaba a punto de regresar con Angus cuando escuchó algo de vuelta.
-¡¡¡Ayuda!!! ¡¡¡Aquí!!!- ¿ése era... HIPO?
-¡¡¡¿¿¿Hipo, eres tú???!!!
-¡¡¡¿¿¿Merida???!!!
-¡¡¡Sí!!! Hipo, ¿cómo de profundo estás?
Tardó un poco en contestar.
-No nos lastimamos al caer, creo. Pero estará a unos... ¿siete metros?
-Está bien- Merida asintió con un poco de histeria: - ¡Voy en busca de cuerda para bajar a ayudaros!
Corrió y sacó una soga larga y gruesa de las alforjas de Angus. Al regresar tropezó varias veces con las rocas o sus mismas faldas del vestido, de lo nerviosa que estaba. Lanzó la cuerda no sin antes atarla a un tronco bien firme.
-¡La tengo! - oyó a Hipo.
-Voy a bajar.
Con cuidado agarró fuerte la cuerda con ambas manos y se descolgó, quedando a varios centímetros de la pared del agujero. Aguantó un grito traicionero.
-¡¿Estás bien?!
-Si si, ahora llego.
Con cuidado, uno, dos, uno...¡¡¡AAAAAAAH!!!
Cayó, al menos desde más bajo que el pobre Hipo, para aterrizar a lomos de algo blando, caliente, de color canela.
-¿Hewie?
Por extraño que parezca, había una tenue luz en la caverna.
-¡Merida!
-¡Hipo!
Saltó del animal y estrechó los hombros del muchacho contra ella, muy fuerte.
-Gracias al cielo que estás bien.- susurró en su oído:- ¿No puedes mantenerte a salvo ni un segundo?
-Hummm... ¿Lo siento?- Hipo la miró con una sonrisa inocente.
Hewie relinchó molesto por su falta de atención, y los dos chicos se desenredaron. Hipo se dirigió a atar fuertemente a Hewie por las patas, a pesar de la poca disposición de éste.
-¿Cómo lo levantamos ahora?
-Angus está arriba.
Merida chasqueó los dedos y al segundo la cuerda se removió desde arriba. Eso quería decir: "Estoy listo, nena".
-¡¡¡Allá va, Angus!!!
Y entonces, como por arte de magia, Hewie comenzó a ascender atado a la cuerda. Merida se echó para atrás con los brazos cruzados, muy complacida ante la mirada incrédula de Hipo.
-¿Por qué conoce ése truco Angus?
-No es ningún truco.- le contradijo: - Angus es muy listo y me conoce de maravilla. Eso es todo. Pero... ¡Ay, no!
-¿Qué?
Merida apoyó la frente en la pared húmeda de roca. Había que ser tonta...
-Angus no podrá desatar la cuerda con las pezuñas.
Hipo no dijo nada durante un tiempo. Pensó que a lo mejor se había ido él solo a buscar una salida, así que se sobresaltó cuando escuchó su cabeza también contra la roca, a su lado.
-Debí subirte a ti primero. Ahora estamos atrapados aquí. Lo siento...
-No pasa nada. Sólo querías ayudar.
Merida frunció los labios, torciendo la nariz, como siempre que se sentía mal o no estaba muy convencida por algo, y se dio la vuelta para examinar el espacio.
Más que una cueva, parecía un túnel, además de que le daba un nuevo significado a el dicho "la luz al final del túnel ", ya que justo donde estaba una curva relucía un brillo azulado. Merida comenzó a caminar hacia él casi sin pensarlo, e Hipo trotó para llegar a su lado.
-¿Qué esperas encontrar?
-¿Y tú?
-...-
-...-
Los dos sabían lo que el otro quería encontrar. Un túnel, tan profundo, bien camuflado, escarbado en la roca... No era obra de un humano. Tenía más pinta de guarida, ¿no?
De todas formas, contestaron a la vez:
-La salida.
Se miraron y sonrieron forzosamente. ¿Por qué últimamente estoy tan incómoda con Hipo? Antes no era así. Aunque, recordó, antes no estaban en una competición para encontrar a un Furia. Eso no cambia que extraño a mi amigo.
-¿Merida? - sin darse cuenta, se había puesto a mirarlo como una tonta.
Por fin llegaron a la desembocadura del túnel, algo que los dejó totalmente boca abiertos.
Era una estancia gigantesca, de paredes verdes por el musgo que las cubría, estalactitas brillantes en el techo (a mucho más de siete metros sobre ellos) y pinturas en prácticamente todos los rincones. Pinturas antiguas como las de los aburridos libros de historia, recordó Merida. Por el centro pasaba un arroyuelo que se ensanchaba hasta formar un pequeño lago repleto de nenúfares sonrosados. Hipo caminó con cuidado, como si temiera algo, hacia las aguas del arroyo y se inclinó para recoger algo. Se lo enseñó. Pepitas de oro. Amontonadas a millones en las orillas. No sabían de dónde provenían, quizá de las montañas del norte, pero...
Un gruñido feroz interrumpió sus pensamientos y se giraron lentamente. Allí estaba en carne y hueso, con las alas extendidas y sus pupilas como unas rendijas a penas visibles. Sus escamas deslumbraban bajo la luz que no provenía de ninguna parte, o al menos no estaban muy interesados en descubrir de dónde. El Furia Nocturna.
Y ellos estaban, mucho más literalmente de lo que les hubiese gustado, en un callejón sin salida.

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