Capítulo Quince- Merida

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Merida salió corriendo de la habitación todavía con el camisón puesto. Abrió la puerta de Hipo de un empujón y empezó a zarandearlo sin piedad (Sí, es un hecho que no era una princesa muy delicada, todos lo sabemos).
-¡¿EH?! ¡¿Q-Qué pasa?!- saltó Hipo restregándose los ojos.
Uf, está vivo, qué alivio, pensó Merida.
A continuación el chico miró a la culpable de todo y le dedicó un gruñido con los ojos entrecerrados.
-¿Qué tienes en contra de las personas que duermen?- le espetó.
-¡Vamos, marmota en hibernación que se hace llamar Hipo!- Merida alzó la sábana riendo y se dejó caer en una silla:- ¿Sigue en pie lo de volar?
-¿El qué?- preguntó Hipo, y por un segundo Merida se desilusionó. Ni siquiera se acordaba...:- Es broma- volvió a mirar a Hipo y éste sonreía:- Claro que sigue en pie. Ahora... es tu turno de vestirte.
Merida recordó que sólo llevaba el camisón y se sonrojó tan de golpe que sintió su cara arder.
-¡Vuelvo ahora!- saltó de la silla, dándole un golpe "algo fuerte" a Hipo en el hombro, de lo emocionada que estaba. Corrió por la puerta:- ¡No te vallas!
Dejó atrás a un Hipo un tanto adolorido, aunque contagiado por su entusiasmo.

***

Hipo vio a Merida correr hacia él, con un vestido color celeste de aspecto cómodo, y su arco colgado. Se veía tan diferente de la chica de su pesadilla...
-Lista- jadeó junto a él, con las mejillas sonrojadas de tanto correr.
-Bien- Hipo le sonrió amable para que no tuviera miedo, pero mas bien parecía que Merida estaba ansiosa por volar ella sola. Bueno, tendría que conformarse:- Balaur estaba algo inquieta, así que voló de vuelta a su guarida. No pasa nada, se lleva bien con Chimuelo, pero no podemos amaestrarla en un solo día.
Merida asintió sin borrar la sonrisa.
-Bien.
Cuando Hipo brindó su mano para ayudarla a subir al dragón, fue cuando la pelirroja dio un pequeño pasito atrás.
-¿Y su ala? ¿No le haremos daño?
-Es fuerte, y se le está curando rápido.
Así que adiós preocupaciones, Merida saltó a la montura sin ayuda.
-¡Wow! ¡¡¡Estoy en un DRAGÓN!!!- exclamaba. Hipo reía por lo bajo, ¿se dejaba impresionar por esto?
Alzó el vuelo, primero lentamente, después algo más deprisa.
-¿Cómo vas?- preguntó girándose, lo que vio lo dejó algo embobado.
El viento azotaba las mejillas de Merida y su pelo, haciendo que éste revoloteara sin control; los ojos celestes brillaban a la luz del sol, en conjunto con el cielo. Rayos. Estaba... ¡Rayos!
Una tonta sonrisa se le había formado.
-¿Tengo algo en la cara?- escuchó en la lejanía a Merida.
Azules... Son siempre tan azules...
¿Cómo podía tener unos ojos tan bonitos? Pensó que no sólo fuera eso, que quizá fuera además su forma de mirar. Y su forma de hablar, siempre con aquella lengua viperina y cortante, y aquel lenguaje tan poco adecuado para una jovencita. Y quizá su risa, a veces de cerdito, que la hacía ver adorable. También era una chica muy inteligente, aunque no le agradara estudiar. Era original... sin pretender serlo. Era graciosa, misteriosa, divertida y horriblemente terca.
-¿Hi-Hipo?- interrumpió sus pensamientos:- ¿Q-Qué haces?
Sin saberlo, se había ido acercando peligrosamente a ella mientras la miraba.
-¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!- gritó y se echó hacia atrás. Si no hubiesen estado en el aire, se hubiese alejado gateando.
-Bueno, ya vale- le soltó Merida agarrándose un mechón y toqueteándolo:- Tampoco exageres.
Hipo se volteó al frente con la respiración agitada, los ojos muy abiertos de pánico. ¡¿En qué diablos estaba pensando?!
-Esto va mal...- susurró para sí mismo.
Entonces vino el frío.

***

Un golpe los sacudió hasta el punto de casi hacerlos caer.
-¡Aaaaah!- gritó Merida aferrándose a Hipo:- ¡¿Qué pasa?!
-¡Chimuelo!- gritó Hipo, a penas podía hablar con el viento pegándole con tanta fuerza:- ¡Tranquilo, chico, tranq...! ¡CHIMUELO, TU ALA!
Estaba congelada, no podía mantener el vuelo. ¡¿CÓMO IBA A TRANQUILIZARSE ASÍ?!
-¡Hipo!- Merida gritaba, abrazada a su espalda.
-¡Ponte en mi lugar!
Sin decir nada, por una vez Merida lo obedeció. Haciendo acrobacias Hipo llegó a la cola, agarrado con toda su fuerza. ¿Cómo diablos se había hecho eso?
Lo último que sintió antes del azote de las ramas, fue cómo le crecía escarcha en las mejillas.

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