Capítulo 14

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Los dos siguientes días podrían haberse catalogado entre mis favoritos, Leyre convenció a sus padres de pasarse la semana conmigo por lo que apenas y salimos de la cama para comer.

Cuando despierto la mañana del tercer día la veo totalmente dormida, con las sábanas enredadas en su cuerpo y su cabello desordenado en la almohada. Sonrío al ver la imagen del amor de mi vida y me inclino para dejar un beso en su sien.

Decido dejarla descansar, ha de estar agotada después de todo... Me doy una ducha rápida y al salir me visto con unos vaqueros rasgados en las rodillas y una simple camiseta blanca, del mismo color que los tenis. Tomo una de las manzanas que estaba en el frutero y salgo al exterior, algunos niños se encontraban por allí correteando llenos de alegría.

—Buenos días, no se te ha visto el pelo últimamente eh.— murmuró mi hermano cruzándose de brazos y mirándome con una expresión divertida en el rostro.

—No es a ti a quien tengo que darle explicaciones.— dije antes de darle un mordisco a la fruta que llevaba en mis manos—. ¿Cómo han estado las cosas?

Su expresión cambia por completo y hace una mueca que no me gusta en lo más mínimo. Él, como beta, se había encargado de los asuntos de la manada en mi ausencia por lo que había sido su única responsabilidad.

—Tenemos un herido.— murmuró rascándose la nuca, un gesto que solía hacer cuando estaba nervioso—. Mariano Di Vaio ha sufrido un pequeño accidente.

—Define "pequeño accidente".— exigí.

—Tal vez... Solo tal vez, lo hayan hecho enojar muchísimo durante la cena de ayer y...

—Se transformó.— terminé su frase soltando un suspiro—. He dicho muy claro que no podemos transformarnos, entiendo que la luna llena nos afecte pero los cazadores están más cerca que nunca.

—Le dispararon... Han tenido que extraerle la bala de plata que tenía en la pierna derecha.— explicó—. No estará activo al menos hasta dentro de un par de días.

Tomo una larga y profunda respiración mientras asiento, debería de hacerle un visita por la tarde para preguntarle cómo fueron las cosas y que tal se está recuperando. La plata y los lobos no éramos amigos, pues era algo que en nuestra piel quemaba como la mierda y que nos aseguraba una difícil recuperación, como si nos tratásemos de simples humanos.

Veo a lo lejos a los hermanos Pimentel, todos ellos iban desnudos de cintura para arriba y los pantalones eran de color beige, alguna de las niñas que se los cruzaba se sonrojada de solo mirarlos y es que ellos sí sabían como alterarle las hormonas a cualquiera.

Veo como Joel mira el reloj en su muñeca y se altera al darse cuenta que llegaba tarde a algún lugar en concreto, tengo que afinar mi oído para saber de que se trata.

—¡Cyara me matará!— le dice a su hermano menor mientras se llevaba las manos a la cabeza—. Llego media hora tarde, deséame suerte.

Una sonrisa se instala en mis labios, en algún momento deseé que fueran mates, la relación que ellos llevaban era única y envidiable, cualquiera desearía algo así. Al fin y al cabo, eran mejores amigos pero yo desconfiaba que había más conexión, no hasta un punto romántico ni mucho menos, pero si ese instinto de protegerla y no dejarla demasiado tiempo a solas.

Es rápido en correr a por una camiseta, yo avanzo hasta donde se encuentra para poder hacerle una pregunta que me estaba carcomiendo por dentro.

—Lo lamento, en estos momentos tengo un asunto muy urgente del que ocuparme.— me dice haciendo un mohín con sus labios.

—¿Ella lo sabe?— le pregunto ladeando la cabeza—. Tu naturaleza.— concreto.

—No... Todavía no.— susurró—. No quiero que por esto ella se aleje de mi, necesito un poco más de tiempo...

Asiento ligeramente antes de indicarle con la cabeza que se largue cuanto antes, Cyara estaría enojada y no era para menos, Joel podría llegar a ser un irresponsable cuando se lo proponía.

El dulce aroma que llega a mis fosas nasales me hace voltear de inmediato, mis ojos dan con la imagen del amor de mi vida saliendo de casa y mirando un tanto desorientada a ambos lados.

—Nena, pon tus ojos en mi.— susurro, sin embargo sé que me ha escuchado, no importa que estemos a doscientos cincuenta metros de distancia. Sus ojos se entrecierran, señal de que está afinando sus sentidos para poder hacerme caso.

Sus ojos me encuentran y de inmediato sonríe, un gesto que me veo obligado a devolverle porque, con honestidad, no hay algo más hermoso que verla sonreír.

Empieza a caminar en mi dirección y cuando llega envuelve sus brazos tras mi nuca, acercando su rostro al mío para dejar un beso en mis labios.

—No quiero volver a despertar y que tú no estés a mi lado.— susurra rozando su nariz en la mía.

—No tendrás que hacerlo nunca más, te lo prometo.— le sonrío ladeando mi cabeza.

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