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- Las quiero despiertas a las 3 de la mañana a fin de limpiar la casa, organizar un banquete porque vendrán el padre de Bruno y mis padres a cenar y claramente lo harán sin protestas. Lo quiero todo pulcro. - Abren los ojos sorprendidas.

He reunido a las chicas, pues Bruno detesta que una mujer posea control sobre un hombre y no le he refutado, no busco que se altere. Ellas se muestran molestas, puedo deducir fácilmente por su lenguaje corporal y facial que consideran que son superiores a mí, todo porque son libres y con sus vigilancias pueden disponer de mi futuro bienestar a manos de mi esposo.

- Señora, no sé si haya hablado con... – Habla una.

Interrumpo.

- ¿Con Bruno? - Agacha la cabeza. - Obviamente, ¿Quién creen que me autorizó?

- No es justo. - Oigo susurros por todos lados, pero no logro identificar de parte de quién provienen. - Hay personal de servicio para esas labores, usted sabe que no nos corresponde a nosotras. No es justo.

- ¿No es justo? - Levanto la vista ofendida. - ¿Les pareció justo cuando me acusaron de ser infiel ante Bruno porque un carro desconocido se averió cerca a la entrada y simplemente traté de ayudar a que se marchara a su destino con el coche en buenas condiciones? ¿Les pareció justo que por sus mentiras los morados en mi cuerpo y cara se quedaran perpetuados por semanas? ¿Esas son sus labores, ser un asco de personas por unos míseros pesos? Vaya dedicación a su trabajo.

Aplaudo falsamente y sonrío hipócritamente. El silencio se toma la sala donde estamos ubicados. Lo único que puedo oír es el fuego crujiendo con la leña proveniente de la enorme chimenea.

-Entonces no me vengan a hablar de lo que es justo. – Reitero.

- Si se trata de una venganza por lo sucedido... - Protesta Margaret.

- Si quisiera vengarme aplicaría la Ley de Talión, no soy tan tibia como para castigar con labores de aseo. - Explico. - Haz al menos un buen uso de tu capacidad intelectual, pues parece ser nula. Buena noche.

Me despido sintiéndome bien, cosa que no debería ser y me marcho a mi habitación donde en cuestión de segundos debido al cansancio, caigo en los brazos de Morfeo.

Tengo un sueño tranquilo hasta que la luminosidad de las ventanas encandila mi rostro y debo levantarme. Reviso el reloj, son las 7 de la mañana así que tomo una ducha y me arreglo con ropa cómoda. Termino y camino hasta la biblioteca.

Es mi escape favorito, aunque tengo acceso a ella solo dos días a la semana. Es un lugar enorme, los libros cubren las paredes y la escalera de caracol le da un toque vintage que me hace sentir cómoda al entrar. De la decoración, ubicación y los libros que están me he encargado yo, aunque con ciertas restricciones.

Mejor ni lo recuerdo porque el mal genio me ganará.

Bajo por la escalera de caracol y trazo mis dedos por toda la baranda. Cada vez que entro el corazón se me encoge, amo los libros, amo leer y me enfada que no tenga ni libertad para ello.

Estiro mi mano y con las yemas dedos tengo una conexión, ya que me indica qué libro leeré porque siempre me desplazo sintiendo las tapas de los libros acomodados por color (una manía que tengo es organizarlos por color).

Estoy en la sección de color azul, lo he visto en todos los lados de la casa el día de hoy, de forma disimulada en cierta parte. Me genera curiosidad y algo de atracción, porque es el primer color que me llamó la atención al entrar a la biblioteca.

Detengo mi dedo en un libro en particular. Tiene el forro azul con detalles dorados. Leo el título: "La rebelión de las ratas" de Fernando Soto Aparicio y frunzo el ceño. No recuerdo haber seleccionado este libro anteriormente o haberlo visto por aquí.

Lo reparo de forma detallada y busco el puff curve para sentarme a leer de qué va la historia. Al abrirlo un sobre cae al suelo y me agacho a recogerlo intrigada.

Lo abro con lentitud y las manos temblorosas, hay varias fotos y una carta.

Al poder observar el contenido del sobre, me llevo las manos a la boca sintiendo un nudo en la garganta. Veo varias mujeres atadas con lazos y llenas de moretones en cuartos con paredes de cemento y barrotes. Algunas de las fotos muestran chicas en un camión y las lágrimas se deslizan por todos sus rostros.

La muerte se ve en sus ojos. Logro identificar a Michael, uno de los trabajadores más leales de Bruno, lo veo soltando látigos a las chicas. Hace meses no llega a la mansión y ato cabos, concluyendo que todo eso es obra del maldito monstruo.

No lo puedo creer. Estoy sollozando en silencio, no quiero que nadie me descubra, pero siento que mis quejidos se pueden oír.

Hay otras fotos, de burdeles y las chicas parecen muertas en vida mientras ancianos las besan y acarician desplazando las manos por sus cuerpos.

Hay una foto que parece ser de una fiesta. Hay varias personas sonriendo y parecen estar reunidas. Las náuseas me toman de frente al darme cuenta quién está en el centro de todos ellos. Bruno. El monstruo de mi esposo. En sus piernas está mi madre mientras lo abrazan sonriente.

Abro la carta y las lágrimas mojan un pedazo del papel.

«Querida Grace,

A esto me refería con que no podrías soportar el peso de la verdad, porque ni yo al principio podía digerirlo.

No solo te lastima a ti, como te imaginarás, él es el causante del sufrimiento de estas inocentes chicas y sus familias. Bruno maneja una red de trata de blancas, no es el empresario exitoso del que te enamoraste.

Supongo que en tu mente pasarán lluvia de ideas del por qué estoy aquí y cómo sé todo esto.

Es algo que no puedo confesar a través de una nota, lo siento. Encontraré el momento adecuado para resolver todas tus preguntas.

Espero no me delates, solo quiero hacer lo correcto y espero que tú decidas hacer lo mismo.

Destruye esta nota, es mejor no dejar evidencia de nada.

A.»

Busco con las manos temblorosas el encendedor que escondí debajo del puff hace meses atrás, junto a los cigarros y el cenicero, ya que fumar mientras leo me tranquiliza, pero es algo que se me limita ya que una mujer "decente" no es una adicta a ello. Empiezo a romper todo lo que venía en el sobre en trozos mínimos que podrían pasar desapercibidos o como restos del cigarro. Veo como el fuego consume en cuestión de segundos la evidencia que podría causar un caos en las manos equivocadas.

Oigo ruido, así que empiezo a fumar y trazo mi mirada en el libro mientras siento el corazón acelerado y latiendo en un doscientos por ciento.

Escucho que abren la puerta de la biblioteca. Unos pasos se oyen a lo lejos bajando por la escalera y sonrío presa de los nervios al saber quién está frente a mí.

Es momento de desconfiar en todos, pues la información brindada es valiosa.

— ¿Estás bien, mi reina? — Cuestiona preocupado.

— Claro, papá.

Bad Captive | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora