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Un regreso inesperado.
Después de la boda, la joven sintió que todo había sido demasiado rápido, porque en menos de lo que esperó, ya se encontraba viviendo en un bonito departamento en el centro de la ciudad junto al Capitán América, sin contar que los rumores fueron veloces y la prensa obviamente se enteró de sus nupcias, provocando que salieran cientos de fanáticos proclamando su apoyo a la pareja de héroes, esto provocó que fueran invitados a muchas entrevistas, salieran en portadas de periódicos, hicieran comerciales juntos e incluso, sacaran un sabor de helado que escogieron juntos.
Pero todo esto contrajo un pequeño problema, y es que a su noble esposo, se le estaba subiendo la fama a la cabeza. Es por eso que al pasar de los meses, el asunto no marchaba por buen camino, la pareja discutía demasiado, era demasiada presión la que ambos sostenían al ser determinados como una pareja ideal y perfecta ante el público, Andrea necesitaba su espacio, y al parecer Steve no estaba de acuerdo en dárselo.
—¿Por qué ya no quieres hacer nada conmigo, Andy? Antes de casarnos solíamos salir más y nos divertíamos, pero ahora sólo me evitas todo el tiempo, con excusas que no tienen siquiera validez. —espetó el rubio, observando como su esposa se movía de un lado a otro, mascullando entre dientes y soltando suspiros largos.
—Porque antes éramos tú y yo, Steve. No tú, yo y la prensa detrás de nosotros fotografiándonos para su revista.
—Oh vamos, no están todo el tiempo tras nosotros. —respondió irónico, restándole importancia al acoso masivo de cámaras cada vez que salían de su hogar.
—¡Están todo el maldito tiempo, Rogers! ¡Están debajo de nuestro departamento ahora mismo, joder! —exclamó furiosa, zapateando fuerte el suelo— ¡No tenemos un maldito segundo de privacidad! ¡Ni siquiera puedo salir al supermercado sin que quieran tomar una jodida foto para exhibirla en un estúpido trozo de papel barato! ¡Y yo- yo-!
Colapsó, sentía su cuerpo caliente y el cómo temblaba sin parar, la voz se le quebró, al punto de que sólo se salían diminutos intentos de terminar su oración, pero no podía, de sus ojos estaban brotando lágrimas llenas de frustración. Simplemente estaba harta, quería tener su privacidad, una vida normal con su esposo, estaba acostumbrada a las cámaras, pero no al acoso masivo, su padre siempre la había protegido de ello, así que para ella era demasiado, no podía tolerarlo.
No más.
Steve se tensó, nunca había visto aquella faceta de la mujer, tan desorientada, tan desesperada por algo de paz, sintió como algo dentro de él se revolvía y le obligaba a sí mismo a vomitar, a golpearse, a autoinsultarse. Se dejó caer tanto por la atención de los flashes y de las personas, que olvidó por completo lo que realmente importaba, el bienestar de la persona que aceptó tener una vida a su lado.