Conforme el ascensor subía, también lo hacían las náuseas que borbotaban en su estómago. Emma se había repetido una y mil veces que estaba preparada para afrontarla, pero una recóndita parte de sí misma sabía que era mentira. El mero hecho de pensar en volver a ver a Regina hacía que le temblaran las piernas y lo que más la angustiaba era no saber el verdadero motivo. ¿Se sentía así por rabia? ¿La ira y el odio la empujaban a marearse al oír su nombre? ¿O tal vez...? «Eso no. Lo tengo superado» se dijo, sacudiendo la cabeza. Ya no había espacio en su corazón para otro tipo de sentimiento que no fuera el rechazo.
Durante meses Emma trabajó para llegar a aceptar la realidad tal como era. No había medias tintas, ni nada que justificara su mentira y el dolor por el que la había hecho pasar a ella y a su familia. Años en los que la habían privado del calor y el cariño de su padre al convertirlo en un prófugo y meses de engaños en los que le habían negado el derecho a vivir una vida que le pertenecía.
Inspiró hondo, llevándose la mano al pecho, y expiró. Lo más importante era que lograse calmar los nervios, pues necesitaba estar serena. Nunca antes había asistido a una junta (del tipo que fuera), así que eso también pesaba sobre sus hombros. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, llenó sus pulmones de energía y se aventuró a adentrarse en el pasillo. Al preguntar en el vestíbulo, le indicaron que la reunión de accionistas de Big Data Enterprise se iba a llevar a cabo en la penúltima planta del rascacielos y en el salón de juntas que podría encontrar al fondo a la izquierda. De lo que no la avisaron fue de la presencia de los dos guardaespaldas de Regina, Sam y Nigel.
Los hombres eran bastante altos, trajeados y de rostro duro. El mayor, Sam, era moreno y corpulento, pero con un temple calmado. Nigel, por contra, era más bajito y pelirrojo, con el rostro sonrosado y de actitud algo más hostil. En el poco tiempo que compartieron, llegó a cogerles bastante apego, así que se le hizo duro tenerlos delante. Y aún más soportar sus miradas, entre la incomprensión y la dicha.
—Señorita Swan, nos alegramos muchísimo de verla —le dijo Nigel, quien parecía haber superado ya su asombro y se acercaba a ella. Llevaba una amplia sonrisa por bandera—. Hemos estado buscándola todo este tiempo y-...
—¿Qué hace aquí, señorita? —le interrumpió Sam.
El tono fue tan seco que sorprendió a Nigel, quien enarcó las cejas al ladearse hacia él. Emma, no obstante, ya se esperaba ese tipo de reacción. Sam había ido un paso más allá que su compañero y había atado cabos. Era increíble cómo aquel hombre dedujo en un instante a qué se debía su presencia allí, precisamente ese día.
—Asistir a la junta de accionistas de la compañía —resolvió ella. Sam esbozó una sonrisilla de desdén y Nigel continuó con el ceño fruncido.
—¿Puedo ver su credencial, por favor? —le pidió el guardaespaldas. Emma asintió, echando mano al bolsillo de sus pantalones y sacando su teléfono móvil. Cuando tuvo la pantalla con el código QR de acceso, se lo tendió—. Gracias.
—Entonces, ¿no ha venido a ver a la señorita Mills? Ella ha estado muy preocup-...
—Nigel —le cortó Sam, sin despegar la vista del escáner con el que repasaba el código de su teléfono—. No es el momento. Guarda silencio.
El pelirrojo tensó los carrillos, pero obedeció sin volver a mediar palabra. Una simple mirada de Sam bastó para silenciarle. Emma irguió la espalda, incapaz de relajar los hombros. Se sentía juzgada por la frialdad repentina de aquel hombre y en cierta manera era algo que la mortificaba. Ni Sam ni Nigel le habían hecho nada personalmente y podía entender su lealtad para con Regina, así que le apenaba que el moreno la tratara como a una especie de traidora. «No fui yo la que engañó en primer lugar», se dijo en un intento de encauzar los nervios.
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Hasta creer en ti
Romance[CONTINUACIÓN de Hasta saldar la deuda] Emma Swan se había evaporado del mapa. Regina vive sus días con la angustia de no saber nada de su paradero y la busca sin cesar. A su vez, deberá enfrentarse a una cruenta batalla por la presidencia de la com...