Capítulo 9. La gala benéfica (Parte II)

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¡AVISO IMPORTANTE!

Este capítulo está pensado para un público adulto, dado que contiene escenas de elevado y explícito contenido sexual. Queda bajo la responsabilidad del lector proceder o no con la lectura.


La música electrónica era ensordecedora y los graves retumbaban tan fuerte que podía sentirlos reverberar en su pecho. Regina avanzó por el jardín sorteando a los asistentes con una sonrisa algo comprometida por el evidente calentón que se había instalado en su centro desde aquel intercambio de besos con Emma. Aún podía sentir la calidez de los labios de la rubia sobre los suyos y eso la traía loca. Se había marchado a regañadientes de aquella galería, ya que como anfitriona del evento no podía desaparecer sin más. Le tocaba dar la cara cuando ella lo único que quería era enterrarla entre las piernas de la rubia.

Suspiró, pasándose la yema de los dedos por los labios y se forzó a respirar hondo porque se le estaba volviendo a disparar el pulso. Lo había sabido desde aquella primera vez en la trastienda de aquel restaurante: había nacido para besar a Emma, estaba segura. El modo en el que encajaban la una con la otra era casi poético. Y se moría por ver en qué otros aspectos funcionaban así de bien porque aquel «ahora vamos a tu hotel» la había desarmado por completo. Era pensar en la implicación que había tras sus palabras y sentía que le flaqueaban hasta las piernas. Emma Swan había movido ficha y lo había hecho de un modo magistral.

Sin embargo, quizás toda aquella decisión que la rubia había mostrado se debía a que estaba bastante pasada de copas. ¿Debería pararle los pies? Regina tenía una pequeña vocecilla acusadora tras la oreja, repitiéndole que no se aprovechara de la situación, pero luego recordaba el tono de voz de la rubia, tan placenteramente ronco, la intensidad de sus pupilas ennegrecidas y la leve hinchazón de sus labios, enrojecidos y brillantes por el contacto que habían compartido, y la vocecilla le importaba una mierda. Estaba cansada de ser la buena, de tener que pensar siempre por las dos para evitar cualquier tipo de arrepentimiento. Ya se había martirizado bastante, así que no iba a dejar escapar la ocasión.

Se apartó con educación de un grupo que intentó entablar conversación con ella y sonrió al divisar la espalda de Biel en la lejanía. Necesitaba pedirle que se encargara del cierre del evento en su nombre, ya que sólo podía confiar en él para hacerlo. Con todo el revuelo que causó su «supuesta boda» a nadie le extrañaría que su «prometido» hablara en su nombre y se excusara por la ausencia de ella. Además, ambos habían estado preparando el evento codo con codo. El rubio era el candidato perfecto y aunque no lo fuera, Regina tenía demasiada prisa y estaba demasiado caliente como para esperar las cuatro o cinco horas restantes de la fiesta.

Biel bailaba con un par de chicas que debían rozar la treintena, ajeno a los planes que tenía para él. La morena se quedó a una distancia prudencial, observando el espectáculo durante unos segundos. Al muy desgraciado se le daba realmente bien el contoneo de caderas. Si estuviera interesada en los hombres, probablemente habría caído presa de sus encantos. Una de sus acompañantes se acercó para decirle algo y entonces él se volteó en su dirección. Cuando se dio cuenta de su presencia la recibió con una sonrisa.

—¡Regina! ¡Amor mío! —exclamó, extendiendo los brazos en un gesto cariñoso para invitarla a acercarse.

Ella le devolvió la sonrisa, pero hizo un movimiento con la mano para indicarle que el que debía moverse era él. Biel alzó una ceja, divertido, y se despidió de aquellas chicas con un pomposo «el deber me llama, señoritas». Varios morritos y pucheros después, lo tenía justo enfrente.

—La noche está yendo genial, ¿no te parece? —dijo él, echándose el flequillo hacia atrás. Varias gotas de sudor perlaban su frente, pero Biel seguía igual de radiante—. Aunque me apuesto lo que sea a que no has venido a hablar de eso. ¿Qué ocurre?

Hasta creer en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora