Regina deambuló por el interior del despacho. Tenía la vista fija en aquel suelo de madera grisácea y los dedos de su mano derecha no dejaban de repiquetear contra su antebrazo izquierdo. Era incapaz de concentrarse. Aún cuando su parte racional le gritaba que tenía muchísimo trabajo como para estar perdiendo el tiempo haciendo literalmente nada, había otra parte de su ser que se sentía demasiado absorta y encandilada con la mera idea de tener a Emma en su mismo edificio.
La muchacha había decidido trabajar desde allí en su afán de familiarizarse con el entorno. Algo que le había preguntado de antemano a través de Thomas y a lo que ella había accedido encantada. Ni siquiera le importaba que fuera su rival directa. Al contrario, empezaba a creer que algo así era lo mejor que le podía pasar dadas las circunstancias: «Al menos de este modo tendré una excusa para verla por aquí a menudo», pensó mientras sus labios dibujaban una sonrisilla.
Y es que después de tanto tiempo sin haber estado frente a ella, el fugaz encuentro que ambas compartieron en la sala de juntas le supo a poco. Desde ese día Regina no era capaz de tranquilizar el ardor que la devoraba por dentro y el deseo que sentía por esa mujer. Por la noche cerraba los ojos al amparo de su recuerdo y se perdía a sí misma entre las sábanas de seda de su cama. Ni siquiera estando allí, de pie, podía controlarse. Su pecho estaba en llamas y el pulso se le había acelerado al imaginar que, en ese preciso instante, Emma estaría no muy lejos de ella, probablemente en algún despacho de sus oficinas... «Maldita sea, calma. Calma de una vez. No eres una colegiala», se reprochó con un resoplido mientras se dejaba caer en una de las butacas para invitados.
Regina tanteó el contorno de sus labios con los dedos mientras cerraba los ojos. Se conocía lo suficiente como para saber que si no veía a Emma, acabaría volviéndose loca. No había espacio en su mente para nada más. Ya ni siquiera le importaba no tener una excusa con la que aparecer frente a ella. Inspiró hondo, poniéndose en pie y avanzó con rapidez hacia su escritorio. El teléfono estaba en la parte derecha junto a la gran pantalla de su ordenador. Marcó con avidez el número de recepción y aguardó un par de tonos hasta que el personal respondió.
—Buenos días señorita Mills, ¿cómo puedo ayudarla? —le preguntó una voz grave al otro lado.
—Quiero que mires los monitores de las cámaras de seguridad y me digas dónde se encuentra la señorita Swan —inquirió Regina. Su orden fue tan rápida y tajante que oyó cómo el muchacho titubeaba al otro lado.
—N-no estoy seguro de si puedo proporcionarle ese tipo de información, señorita M-...
—¿Para quién trabajas? —le interrumpió, endureciendo el tono.
—Para usted —respondió el recepcionista. Podía oír su respiración cortarle el aliento.
—Bien. ¿Y no te estoy pidiendo que hagas algo por mí?
—Así es, pero esto es una vulnerac-...
—Entonces hazlo —volvió a interrumpirle. Había empezado a apretar tanto los puños que ya sentía las uñas clavándosele en la piel. El muchacho la exasperaba—. Yo asumiré las consecuencias, así que habla de una vez o no te molestes en volver mañana.
—Antepenúltima planta, despacho 3 —contestó el chico del tirón.
—Gracias.
Sin darle tiempo a responder, Regina colgó el teléfono y salió de la habitación camino al ascensor. Sam y Nigel intentaron seguirla, pero ella les exigió que permanecieran en su sitio. Lo último que necesitaba era sentir sus miradas intranquilas en la espalda. Sabía a ciencia cierta que ambos ya habían tenido un encuentro algo desastroso con Emma, así quería evitar que la situación resultara aún más incómoda o violenta de lo que tenía previsto. Eso y que no quería que hubiera ninguna distracción entre ambas.
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Hasta creer en ti
Romansa[CONTINUACIÓN de Hasta saldar la deuda] Emma Swan se había evaporado del mapa. Regina vive sus días con la angustia de no saber nada de su paradero y la busca sin cesar. A su vez, deberá enfrentarse a una cruenta batalla por la presidencia de la com...