Capítulo 16. Un salto de fe

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El corazón le atronaba en el pecho. Los latidos se sucedían como martillazos directos a sus costillas y la presión era tan fuerte que sin darse cuenta había acabado contrayéndose hacia delante en el asiento. Llevaba varios minutos allí, con el cinturón desabrochado, pero sin querer salir del vehículo. Emma estaba hecha un ovillo, con las piernas subidas y las rodillas abrazadas contra el pecho. Habría dado lo que fuera porque aún estuvieran circulando, pues de ese modo podría haber atribuido el temblor que la sacudía el cuerpo al vaivén de la carretera y no a sus propios sentimientos.

Nigel estaba a su lado, con las manos sujetando el volante y la mirada perdida en el horizonte. Hacía varios minutos que ambos compartían un cómodo silencio. El pelirrojo ni siquiera le había pedido explicaciones de por qué le había hecho salir a las tantas de la noche. Y es que ella, movida por un arrebato inexplicable, había querido ir al apartamento de Regina. Frente a su insistencia el guardaespaldas se había ofrecido a llevarla. Sin embargo, en ese instante y frente a la enorme puerta del bloque, Emma empezaba a preguntarse si estaba verdaderamente preparada para cruzar su umbral. Agachó la cabeza en un intento de esconderse del mundo y dejó escapar un largo suspiro.

—Me da miedo salir —dijo en un hilo de voz.

—¿Por qué?

—No lo sé —mintió, adornando las palabras con una risilla tímida—. Suena estúpido, ¿verdad? Pero es que no sé por qué tengo miedo a salir del coche...

—¿Puedo serle honesto? —preguntó el pelirrojo, ladeando el rostro en su dirección.

—Claro, Nigel.

El guardaespaldas apretó los labios e hizo un sonido gutural similar a un breve gruñido. Acto seguido, se volvió hacia ella y apoyó la mano derecha en su respaldo. A Emma le resultó curioso el modo en el que sus ojos brillaban con aire decidido y cómo Nigel enfatizaba esa sensación con una postura algo más confiada. Casi daba la impresión de estar confesando secretos junto a un amigo.

—Cuando la señorita Mills me pidió que la vigilara, no hice preguntas —empezó él—. Nunca las hago, pero soy atento. Mucho más que Sam, de hecho, aunque él no quiera admitirlo —matizó con cierto deje fanfarrón. Emma sonrió—. La cuestión es que sé que algo grave pasa y puedo imaginar quién es el responsable por lo afectada que la he visto estos días, señorita. Es normal que tenga miedo, pero no debe dejar que el miedo se imponga en su vida o en sus decisiones. Puedo asegurarle que no le pasará nada. Bueno... teniendo en cuenta que va al encuentro de la señorita Mills igual algo sí pasa, pero no creo que le moleste —bromeó.

—¡Oye! —gruñó Emma, dándole un golpecito en el brazo. Nigel rió—. ¿Desde cuándo te has vuelto así de sinvergüenza?

—Siempre lo fui —se excusó, ampliando su sonrisa—, pero quédese con lo importante: no le pasará nada. La seguridad de este bloque es exquisita y Sam me ha confirmado que, salvo nosotros, las únicas personas que hay en las cercanías son un grupo de adolescentes borrachos.

La rubia asintió despacio y cogió aire. Compartir parte del peso de sus inquietudes la aliviaba, pero todavía podía sentir la presión llenándole el estómago. No sólo temía por su vida, sino que había mucho más. Inseguridades, desconfianza y un dolor tan real que le rasgaba el alma. Emma tenía la impresión de llevar demasiado tiempo en conflicto consigo misma, de pelear para intentar que sus dos mitades encajaran de algún modo... Y había llegado a la conclusión de que no podían coexistir. Debía prescindir de una de ellas.

—¿Y si no tengo miedo sólo por eso? —susurró, estrujando un poco más las piernas contra el pecho.

—Tendrá que ser un poco más específica, entonces. ¿A qué le tiene miedo?

Hasta creer en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora