Capítulo 17. Encajando las piezas

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Siempre le sorprendía lo espacioso que parecía aquel local por dentro. Tal vez fuera porque sólo había treinta mesas cuando, según sus estimaciones, podrían caber al menos diez más o porque los amplios ventanales dotaban al espacio de una claridad envidiable. Fuera como fuese, le agradaba esa sensación de amplitud del Lumiere. Casi tanto como la calidez de la luz que emanaba de las lámparas de araña que colgaban del techo. Era acogedor y le gustaba la calma que le transmitía el sitio No en vano había estado visitando el lugar frecuentemente los últimos dos años.

Sin embargo, en aquella ocasión su visita se debía a la cita que tenían con Biel en el restaurante. Debían tratar varios temas de crucial importancia y era mejor verse en persona. O eso le había dicho el rubio: «Quedamos para cenar y lo tratamos. Nada de hablar a distancia». Los últimos días la paranoia de Biel había escalado a un nivel de temer incluso que estuvieran hackeando su teléfono, oyendo sus conversaciones e interceptando sus mensajes. Pese a que el equipo de informáticos de la compañía les aseguró que no era así, el joven se negaba a participar en conversaciones importantes a través de cualquier medio que no fuera el cara a cara. A fin de cuentas, la familia de Biel era dueña de una importante compañía de telecomunicaciones, así que si alguien sabía de posibles brechas de seguridad en ese ámbito, era él.

Tampoco es que a Regina le desagradara aquella precaución extrema. De hecho, ella misma había sido quien solicitó (y pagó) que el restaurante permaneciera cerrado al público esa noche. Si iban a continuar ultimando el plan de salvar todo cuanto fuera salvable de Big Data Enterprise, debían asegurarse de que nada saliera de su círculo. Aún por reducido que este fuera. Y es que en realidad deberían haber asistido más miembros a la cena, pero Thomas se encontraba en Boston y Graham rechazó su invitación bajo el pretexto de que continuaba investigando y no tenía nada nuevo de lo que informar. «Probablemente no le haga ninguna gracia vernos juntas», concluyó Regina mientras echaba un vistazo a cierta rubia que deambulaba con paso tímido por el restaurante.

Vio cómo Emma se acercaba a la barra y recorría parte de su extensión con la mano, deslizándola por la superficie como quien acaricia algo increíblemente delicado. El mármol era de un oscuro intenso y tan brillante que podía ver su rostro reflejado en él. Sonreía, pero daba la impresión de que su sonrisa no era sincera. O al menos no del todo. Era como si toda ella estuviera impregnada de una melancólica tristeza. Y podía entenderlo, pues probablemente Emma debía añorar un tiempo en el que su vida no estaba sumida en el caos: tenía un trabajo a tiempo completo, cierta estabilidad a pesar de sus deudas y una figura paterna ausente, pero positiva al fin y al cabo.

Aunque toda aquella realidad en la que creía vivir pendía de un hilo. Uno que tanto Regina como Henry se encargaron de cortar. Prácticamente la obligaron a saltar a un mar lleno de verdades amargas sin darle siquiera un salvavidas. Y no pudo evitar sentir un pellizco en el estómago al pensar que conocerla a ella probablemente le había traído más penas que alegrías.

—¿Qué piensas? —se interesó Emma.

La rubia la miraba con ojos curiosos desde la barra y Regina se acercó a ella, descansando los antebrazos en la superficie del mármol. Cogió algo de aire mientras su vista se aferraba a la decena de botellas que brillaban en las estanterías.

—Me preguntaba si quizás serías más feliz de no haberme conocido —confesó y pudo sentir la presión de la mirada de Emma a su lado, pero se sintió incapaz de voltearse.

La rubia no le respondió de inmediato. Dejó que un cómodo silencio se asentara entre ambas al tiempo que su mano buscaba la suya, estrechándola con firmeza. Sentir la suavidad de su piel hizo que los músculos de Regina se relajaran. Al cabo de un par de segundos, Emma suspiró.

Hasta creer en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora