Capítulo 11. Un dilema ponzoñoso

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Regina estaba inquieta. Cualquiera podía verlo por el modo en el que caminaba en círculos por el despacho, con una copa de whisky en una mano y la tentación arrolladora de sostener un paquete de cigarrillos en la otra. Por más que les hubiera odiado en ese momento, Sam y Nigel habían hecho bien en sacarla de aquella especie de burbuja de felicidad post-orgásmica en la que ella misma se había aislado. Tenía una empresa que dirigir y era una que la necesitaba desesperadamente porque parecía estar a punto de caerse en pedazos.

—Escúchame, de verdad te lo digo, como no pares quieta me vas a acabar mareando —comentó Biel. El rubio estaba sentado en el sofá de su despacho, cruzado de piernas y mirándola con una ceja enarcada—. ¿Tan malo es?

—Peor.

—Madre mía, ¡el drama! No hace ni medio día de aquella maravillosa fiesta y ya estamos de vuelta a la cruda realidad. No hay derecho, si ni siquiera se me ha ido la resaca todavía —bufó Biel, haciendo un mohín con los labios mientras se dejaba caer en el respaldo—. Yo así no puedo, en serio, no puedo.

—¿Has llamado a Thomas? —preguntó Regina, obviando su pataleta.

—Es lo primero que he hecho.

—Bien.

—Regina, para o empezarás a centrifugar.

—Es que esto es gordo, Biel. Es un problema muy grave.

—Me estás matando de los nervios, así que no te andes con medias tintas: ¿Cómo de grave? ¿Nivel «le han cortado mal las uñas a mi caniche» o nivel «mi caniche le ha saltado a la yugular a un crío en el parque»? —bromeó en un intento de rebajar la tensión. Regina negó con la cabeza, pero terminó sonriendo.

—Más bien «mi caniche se ha comido a los niños del parque y ha meado sobre sus huesos» —aclaró y Biel silbó con holgura.

—Pues sí que estamos jodidos, sí.

—Eso me temo —bufó ella y le dio un largo trago a su copa. Cuando el líquido le quemó la garganta, cerró los ojos e intentó respirar hondo.

¿Cómo había podido pasar algo así? Precisamente en el momento en el que su puesto en la presidencia peligraba. Uno de sus mejores clientes había enviado un burofax en el que les comunicaba su intención de prescindir de los servicios de Big Data Enterprise. Y sin esa cuenta, los ingresos de la compañía bajarían en picado. Los primeros cálculos que demandó Regina estimaban que la caída sería aproximadamente del treinta por ciento, una cifra que no era irrecuperable, pero que supondría un duro revés que en esos instantes no podían permitirse.

La prioridad era, pues, recuperar la confianza del cliente y para ello debía trazar una estrategia junto a Thomas cuanto antes. «Lo que no entiendo es el motivo por el que ya no quieren colaborar con nosotros. Es demasiado repentino, parece una excusa artificial», pensó Regina mientras se mordisqueaba el interior del labio. ¿Por qué rescindir una colaboración fructífera para ambas partes? La competencia ni siquiera podía hacerles sombra, por lo que dudaba que hubiera otra empresa capaz de prestarles un mejor servicio. ¿Dinero, tal vez? Negó con la cabeza. Imposible teniendo en cuenta las cifras que manejaba el cliente.

Le dio un nuevo trago al whisky y paladeó cierto amargor antes que el líquido le bajara por la laringe. «En el fondo ya sabes lo que está ocurriendo. Hay alguien tirando y moviendo unos hilos muy peligrosos», se dijo y no pudo evitar pensar en Emma. ¿Estaba ella al corriente de esa maniobra? ¿Se había acostado con ella como una mera distracción? Volvió a arremeter contra su labio, esta vez con algo más de fuerza. ¿Era capaz de hacer algo así? La Emma que conocía no, eso lo tenía claro, pero después de un tiempo separadas y con la sombra de Anthony extendiéndose sobre ella... Ya no quería dar nada por sentado.

Hasta creer en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora