El sonido de la lluvia corría a sus anchas por el despacho de Regina. Llenaba todos y cada uno de sus recovecos, devorando el silencio que desde hacía varios minutos flotaba en el aire. En días como aquel, Nueva York se convertía en un lugar todavía más gris que de costumbre y las vistas a la ciudad se le antojaban lúgubres. La morena deslizó los dedos por el cristal de los ventanales, siguiendo parte del recorrido de un par de gotas que peleaban por ver cuál sería la primera en precipitarse al vacío, y se imaginó a sí misma siendo una de esas diminutas partículas de agua. Cayendo hacia lo incierto. Sin control y sin remedio.
«Hace mucho que soltaste las riendas, ya no hay marcha atrás», se dijo amargamente. El amor era algo maravilloso que jamás creyó que experimentaría. ¿Regina Mills, enamorada? Si se lo hubieran preguntado tres años atrás sin duda se habría reído. Claro que quería, pero a su manera. A Henry le había profesado un amor incondicional, al igual que a sus padres, pero ese otro tipo de amor... Ese pensó que nunca la alcanzaría. Pero entonces la conoció a ella.
Emma se había ganado un espacio en su corazón sin esfuerzo alguno, convirtiéndose en alguien tan preciado que resultaba irremplazable. No quería ni imaginar lo que pasaría si le llegara a ocurrir algo. Y es que el amor le parecía algo maravilloso, sí, pero también era el causante de un miedo tan frío que le helaba los huesos. Y eso la angustiaba casi tanto como la conversación que estaba por continuar.
Regina inspiró hondo, echando un último vistazo al esqueleto de edificios neoyorquino, y se volvió hacia sus acompañantes.
—¿Y bien? —carraspeó.
La situación la incomodaba, así que escondió las manos tras la espalda. Sentía que se estaba exponiendo en demasía, dejando a la vista todos y cada uno de sus puntos débiles, pero no le quedaba más remedio. Necesitaba ayuda. Y necesitaba su ayuda. Biel gruñó algo inentendible en respuesta y volvió a rascarse el mentón con ansiedad, como si tratara de arrancarse un trozo de piel. Thomas hacía rato que observaba el horizonte con las manos cruzadas y Graham daba vueltas por el despacho sin rumbo fijo.
—Esto es malo —murmuró el rubio.
—Lo sé, ya lo has dicho antes. Cinco veces —matizó ella.
—Pero es que lo es, Regina —resolvió, dejándose caer contra el respaldo de su butaca—. Estamos hablando de acusaciones muy graves que podrían socavar la imagen de la compañía para siempre.
—¿Perdón? El futuro de la empresa es lo último que debería importarnos —espetó Graham, torciendo el gesto—. ¿O es que soy el único al que le preocupa que la vida de una persona corra peligro?
—¿Podemos dar crédito a las amenazas de un viejo, a todas luces, demente? —contraatacó Biel.
—Sí —respondió Regina, tajante—. Sé de primera mano de lo que Anthony o, como se hace llamar ahora, Robert Swan es capaz. Es una amenaza muy seria.
Había apretado los puños y sus uñas se le clavaban en la piel. Claro que sabía lo que aquel desgraciado podía hacer y aún esperaba que llegara el día en el que pagara por todo el daño causado: por el asesinato de sus padres, por el sufrimiento a Henry, por el dolor q-... «Calma, Regina», se consoló, interrumpiendo el hilo de sus pensamientos. Estiró los dedos y flexionó un poco los hombros para enderezar la espalda. No quería parecer demasiado tensa.
—¿Y no deberíamos hablar con la policía entonces? —sugirió el rubio.
—Precisamente por eso le he pedido a Graham que investigue.
—Pero, ¿mi investigación no pondrá a Emma todavía más en peligro? Si Anthony se entera de q-
—No —le interrumpió ella—. No lo hará, yo me encargaré de que esté a salvo. Le he pedido a Nigel que no la pierda de vista y estoy pensando en aumentar la seguridad. No se acercará nadie a su piso sin que lo sepamos —aclaró—. Y precisamente ahora más que nunca necesitamos que encuentres algo que nos sirva, Graham. Y rápido.
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Hasta creer en ti
Romance[CONTINUACIÓN de Hasta saldar la deuda] Emma Swan se había evaporado del mapa. Regina vive sus días con la angustia de no saber nada de su paradero y la busca sin cesar. A su vez, deberá enfrentarse a una cruenta batalla por la presidencia de la com...