Un Hombre Maquiavélico.

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Capítulo II:
Un Hombre Maquiavélico.








El pitido del teléfono lo alertó. Le apartó el sueño. Por fin había conciliado con la almohada luego de tantas vueltas y vueltas de pensar. No estaba acostumbrado a hacerlo, por tanto le dolía la cabeza. Nunca había considerado que doliese la cabeza de forma literal cuando se pensaba demasiado, creía que era solo una forma de expresarse, pero, al parecer, el estrés, tenía serios efectos en la salud física, y por supuesto, la cabeza. Despertar de súbito y en medio del sopor, le traía buen ardor de ojos, aquella sensación de ardor en el envés de sus párpados.

Y sin embargo, debía acostumbrarse.

Extendió una mano hacia la mesita de noche en la cual descansaba el teléfono. Y sin ver en realidad, deslizó el botón verde de la pantalla. Ni siquiera vio el remitente, por lo que se llevó una sorpresa al oír el timbre de voz de un hombre tan suave y fino como el de una mujer. La mayoría de los hombres se mostraban fornidos y esmeraban en trasladar la misma cualidad a sus voces, fingiendo incluso un timbre de voz opaco y grave cuando no lo tuviesen. En cambio, este hombre guardaba la calma y conservaba la manera de hablar tan suave que parecía caracterizarlo.

—¿Qué pasó? —preguntó adormecido.

—¿Hablo con Eren, verdad?

—Sí —respondió tosco, a la par que se desenredaba de las sábanas para hallar una posición cómoda y hablar. La sábana blanca se había aferrado a su pierna izquierda y no quería soltarla, por lo que tuvo que dejar su teléfono en el hombro mientras lo retenía con el mentón y la mejilla. Sacando la pierna, volvió a tomar el teléfono como antes y se dispuso a escuchar. No era como si quisiera poner atención, pero al parecer todo el mundo quería contarle algo.

Debían contarle algo por obligación.

Debido a la muerte de su padre y la posterior coronación del heredero que había escogido para erigir un imperio, todos, aunque les desagradara el carácter o el ánimo de Eren, debían obedecerlo. Era una especie de sacramento. Bien podrían traicionarlo, pero nadie escogió tal salida. Aunque sabía que muchos hablaban tras su espalda, la mayoría optó por acudir personalmente a él y aconsejarle, y brindarle una muestra de respeto, aún si fuera algo superficial y una relación estrictamente de negocio. Eren se sentaba frente a ellos, intentando guardar la calma por respeto a la memoria de su padre, y luego los despachaba sin tomar atención a sus consejos. Le ofuscaba, y simplemente quería estampar un puño en sus viejas jetas para que nunca más le hablaran con un ligeramente tono superior. Se comportaban bien con él, pero siempre querían alzarse. Era algo notorio. ¿Qué se creían, que por tener edad debían comportarse despectivos con Eren? No sabía qué pensaban, pero teorizaba que la mayoría había acudido a su oficina a fin de aconsejarle para lograr un reconocimiento, una posición alta o por supuesto demostrarle que ellos tenían más experiencia que un joven de dieciocho años. A Eren le parecía que ninguno quería realmente aconsejarle.

Se sentía como una exposición reiterada a pérfidas serpientes.

Todo era un mundo falso. Fingían estatus, fingían poder, fingían incluso el tono de voz cuando no iba acorde a sus intenciones. Fingían e intentaban ocultar la masacre y lo venidero bajo la alfombra.

Continuando el hilo, habían bajas considerables tanto en recursos humanos como en pérdidas económicas. Eren no tenía tiempo siquiera para decidir cuál le molestaba más, pues no veía el peso de ninguna de las dos opciones, solo sabía que era malo y se vendría una crisis estrafalaria. Era demasiado estrés, y por primera vez el estrés no incentivó su impulsividad, su impetuoso corazón, sino que le renegó el movimiento, actuando como una marioneta sin consciencia que se dejaba llevar por lo que el camino dictase. Así, adormecido, las olas lo mecían de un lado a otro hacia la potente catástrofe que cada vez era más latente.

VENDETTA. /꧁ 𝑬𝑹𝑬𝑴𝑰𝑲𝑨.꧂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora