Dos Necesidades, Dos Cuchillas.

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Capítulo XI:
Dos Necesidades, Dos Cuchillas.











Eren tuvo un sueño. En él, corría por un precipicio con mucho ánimo, viendo de vez en cuando, a la profundidad abismal de dicho principio. Era profundo, un pozo sin límites, por tanto para ver qué demonios había dentro en la base, Eren debía estirarse lo suficiente para sacar su cabeza. Pero para que aquello aconteciera, de algún modo debía caer. No podía mantener el equilibrio para ver y luego volver a la superficie. Supo que no había otra manera sino muriendo y aquel conocimiento de la base estaba sellado por la defunción. Sin embargo, la curiosidad no lo abandonó, a pesar del miedo que podría simbolizar la muerte, y merodeó el precipicio ideando una estrategia para verle sin necesidad de morir. No pudo terminar de pensar, y distinguió una mano que salía de una orilla del precipicio. Era una mano fina, delgada y porqué no, femenina, que le indicaba que le tomara. Eren no lo dudó un segundo más, tomaría la mano de la dama y saltaría al precipicio con la seguridad de que la mujer le sostendría lo suficientemente fuerte para no dejarlo caer. Así que, se acostó de abdomen, y se arrastró tomando impulsos con sus piernas para agarrar la mano antes de caer, y tras hacerlo se lanzó al abismo, empero, no encontró mano alguna que lo sostuviera y de abrupto sintió el agitado bombeo de su corazón en su pecho, la desesperación que experimentaba cayendo en frenesí hacía el infinito, el precipicio que parecía sin fin. En algún punto perdió la consciencia, ¿Podría tratarse de un infarto al corazón? Lo cierto era que no estaba muerto todavía, pues de pronto sintió que se estrellaba contra una base llena de púas metálicas afiladas. Una de ellas incrustó directo en su abdomen. Repentino experimentó un jodido dolor, ya que todavía extrañamente no moría, sino que el dolor se prolongaba en un abrumador y extenso sufrimiento, y su cuerpo estaba salpicado en escarlata. Fue que lo supo, lo que había en la base.

No más que una superficie de púas metálicas terroríficas.

Eren despertó agitado. Abrió sus ojos escandalizado. Le pesaba el corazón, también la respiración, y por supuesto, le dolía el lateral del abdomen insoportable, acompañado de un intenso dolor y una picazón. ¿Qué hora sería? Recordaba la tragedia de ayer, fragmentos nublados de recuerdos de él sometiendose a una operación casi rural en la habitación de su suite, el dolor y luego el alivio anhelado. Casi despertó con la lengua salivando, deseando algo que le detuviera ese dolor punzante en el lateral, y que no le dejaba hasta en el sueño. Por inercia llevó una mano hacia su abdomen, tanteó la herida con pesar.

—¡No te toques! —gritó de repente la mujer que dormía a su lado, saliendo de su propia ensoñación como una madre con los sentidos en alerta por sus hijos enfermos en la otra habitación, probablemente no fuera nada de eso, sino que el hombre se había removido en la cama a la par que despertaba y se tocaba la herida, dándole tiempo a la mujer de despertar y justo pillarlo en el acto—. No te toques, puede ser infeccioso.

—Pero me duele —dijo, acusando al dolor que le atormentaba. No tenía cabeza ni para admirar a la Mikasa somnolienta que le recibía. A la mujer pareció alumbrarle la ampolleta, recordando algo, pues se levantó rápido de la cama y se metió en la cocina.

—Espérame aquí —dijo. Eren la vio, como su dolor punzante y picante le permitía, indagar entre los cajones de la repisa, y sacar un cartuchero. Luego, lo tomó y lo trajo con ella hacia Eren para sacar una jeringa, una aguja y un vial de lo que vendría siendo—: Metadona. Te aliviará el dolor, es un analgésico —aclaró. Procedió a meter la aguja en el orificio de entrada en el vial, extraer un líquido que subía por el recipiente lentamente, y luego dar golpes a la jeringa—. Dame tu brazo —le indicó, ya teniendo lista la aguja y la metadona. Eren reaccionó como un bobo. Se arremangó la camisa que no había tenido tiempo de sacarla, y le permitió el antebrazo. Mikasa revisó en el cartuchero que trajo consigo, y ahí sacó un algodón, lo mojó en alcohol, y lo acarició por el medio de su antebrazo, ahí localizó el sitio adecuado, e inyectó el analgésico. El pinchazo fue doloroso y también el posterior ardor que sintió con el líquido ingresando. Pero luego cesó de doler, posicionándose en su lugar un apacible relajo muscular. Incluso sintió que el acalorado corazón con el cual había despertado debido al sueño, se calmaba poco a poco para emitir suaves latidos.

VENDETTA. /꧁ 𝑬𝑹𝑬𝑴𝑰𝑲𝑨.꧂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora