El Merecido De Los Desleales.

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Capítulo XII.
El merecido de los desleales.




Menciones gráficas de violencia.














El viento mecía el vinilo de la cortina en un continuo flujo de aire gélido de invierno. La ventana se encontraba ligeramente entreabierta, y la cortina oscilaba de adentro hacia afuera. Fue recibida por un tigre, que se lanzaba a sus piernas y daba pequeños rasguños a su traje, lo que capturó su atención plena en vez de ese ondulamiento elegante, casi planificado del vinilo y las cortinas blancas. Lo segundo que atrapó su mirada, tras escapar de las garras tiernas del animal y cruzar el umbral más allá de la puerta, fue el cartuchero tirado en el piso, con algunas inyecciones fuera, un vial en el piso y abierto, por supuesto. Parecía haber sido víctima de un movimiento incalculado e impulsivo. No habían tenido tiempo de ordenar como ella había dejado antes de salir, y Mikasa solo pudo pensar en una persona.

Fue hasta la habitación, y ahí, recostado en la cama con la cabeza ladeada y apegada a la almohada, se encontró con el hombre durmiendo, los labios intocables, como si se odiaran a muerte y no pudieran cerrarse. Escapaba un flujo de aire por la boca, y su pecho subía y bajaba con cierto malestar y esfuerzo, lento, tan lento y calmo, con una piel tan pálida y de mármol que francamente atemorizó a Mikasa. Se acercó a paso lento al hombre, aunque sus pies amenazaban con correr y echar el vuelo, empero, debía controlarse. Sin saberlo, llegó a su lado, cayó su trasero en el colchón, y le tomó una mano. Fría, estaba muy fría. Vio su rostro, que en apariencia dormía plácido y gozaba de los más jubilosos sueños, distinguió en sus mejillas el rastro de lágrimas secas, como un recorrido de lluvia en un desierto. Había estado llorando, ¿Por qué? Puede que el dolor fuera tan insoportable como para llorar, y atreverse a inyectar metadona directo a las venas. Lo comprobó por su antebrazo un poco violáceo por haber inyectado el líquido sin cuidado.

Fue inevitable no pensar en el médico, y la advertencia acerca de las drogas, y el opiáceo como la metadona.

Sí, bien, Mikasa podría tener un plan de venganza, puede que haya querido arrebatarle la vida a Eren en un pasado, pero en la actualidad, mirando su rostro con residuos secos de lágrimas, el antebrazo de piel violácea, y respirando tan débil, se olvidó de aquella Mikasa que le odiaba. Solo quería abrazarlo. Pero no quería molestarlo, en cambio cogiendo su mano aprovechó de acariciarla y apretarla para contagiar de calor a esa extremidad tan fría como mármol de una escultura sin vida. Si así se sentía el comienzo de la decadencia de Eren, Mikasa no estaba segura de aguantar para cuando le matara.

Pero, lo que pasaba en ese tipo de cosas, era que nada importaba. Solo eran esos momentos, esos minúsculos momentos en donde olvidarse de todo hacía bien, y entregarse a la emoción del instante era sanadora, momentos que valían la pena.

Mikasa cerró sus ojos, sintiendo cómo el calor se transmitía de sus manos hacía las de Eren y un poco de su frialdad a las suyas.

—Llegaste… —susurró apesadumbrado el hombre.

—Así es —corroboró.

Mikasa vio que Eren intentaba abrir sus ojos, pero volvían a cerrarse sin reparos.

—Tuve que inyectarme para combatir el dolor. Mucho tiempo en la tina me trajo efectos, tenías razón —dijo, con el ceño fruncido, una mueca de molestia, y una pizca de sarcasmo—. Pero estaré bien, si estás aquí estaré bien.

—Sí —dijo en un monosílabo, se dedicó a coger sus manos y acariciarlas, podría decirse que a abrazarlas con las suyas propias.

—Demonios —se quejó—. Me duele, siento que me duele de nuevo. Todo el puto cuerpo.

VENDETTA. /꧁ 𝑬𝑹𝑬𝑴𝑰𝑲𝑨.꧂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora