Me Perteneces.

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Capítulo XVIII.
Me perteneces.












Los días finales de la dada de alta de Eren habían sido un caos estrepitoso y complicados de afrontar. Mikasa había tenido que invertir gran cantidad de tiempo en el soborno y la persuasión de Connie para que éste admitiera su salida. Y empero, no fue después de tres días, como mucho de la insistencia y el dinero, que Connie por fin aceptó. No aceptó de buenas ganas, y advirtió a Mikasa que si algo le pasaba a Eren, todo recaería en ella y lo pagaría muy caro. Pero por fortuna Eren lo calló a tiempo argumentando que Mikasa era un pilar más valioso y poderoso en la mafia que todos los doctorados y diplomas que podría tener Connie en su oficina y conferirle algún tipo de poder. Y amenazó con que podría destruir a su fa2milia si insistía en mantenerle encerrado dentro de cuatro paredes grisáceas aburridas y asfixiantes.

Al final, Eren se había salido con la suya, y fue dado de alta mucho antes de lo que hubiera necesitado su cuerpo y querido su médico. Le recetaron algunos medicamentos en dosis pequeñas y adecuadas para comenzar a enfrentar, ir lidiando con la rehabilitación, y depurando su cuerpo. Por suerte, no habían quedado graves secuelas en Eren respecto a la sobredosis, aunque sí que podría tratarse de algo aún más grave en una recaída. Si era honesta, Mikasa no estaba segura de cuánto podría aguantar Eren sin volver a caer en las drogas y en otra adicción. Al menos, hasta que lo matara a un balazo.

Ya había acabado con la semana de plazo, y faltaba un día para acabar la segunda. En ese corto intervalo de tiempo, Eren había retomado algunos hábitos saludables, como beber abundante agua, hacer ejercicio, dejar de consumir cocaína, y comer en los horarios correspondientes, sin saltarse comidas. El tema del sueño aún era cuestionable, y mantenía leves ojeras ennegrecidas debajo de los ojos, pero la mayoría de cosas ya las había superado, con algo de esfuerzo, pero las había superado. Superado entre muchas comillas, pues Mikasa no creía que lo superaría tan fácil. Había recuperado el color en sus mejillas, indicios de su color moreno de tez, y también algo de peso, aunque todavía se encontraba muy delgado. Y Mikasa pudo responder a una de las preguntas que se hizo antes de entrar a la sala para visitarlo por primera vez. Sí, su estado dependía mucho del de Eren. Había visto algunos de los cambios positivos en su propio cuerpo. Sus mejillas ruborizadas, había ganado un poco de peso, y por sobre todo, tenía el corazón más vivo, latiendo animoso. Después de aquel momentáneo letargo recién comenzaba a mejorar.

Se sentía un pecado tener que acabar con la dicha de ambos.

Aún así, Mikasa podía convivir con Eren sabiendo que tendría que matarlo y que la aguja del reloj corría más veloz cada segundo.

Había comenzado a hacer ejercicio junto a Eren en el gimnasio, o a veces iban a trotar por las mañanas en el parque, al aire libre, aprovechando que ningún otro cuerpo más rodeaba la calzada. La mayoría de las personas cuando iban a trotar sacaban a sus perros, los más grandes y descarados podrían sacar a sus Doberman, pero Mikasa y Eren lo habían expandido un tanto más allá. Fue Eren quien mencionó a la ligera la opción de llevar a Fluffy con ellos para salir a trotar. Mikasa no dudó ni un segundo, sonrió y aceptó. La poca gente que transcurría por el lugar los miraba con recelo y se apartaban de ellos con miedo o con molestia por su descarado comportamiento, nunca lo sabrían, pero disfrutaban esos momentos a solas, trotando, con los corazones más vivos que nunca, cabalgando en su pecho.

Había comenzado a sonreír de nuevo.

Cada vez que pensaba en que el tiempo se consumía y le iban quedando solo unos cuantos días para matarlo, optaba enfocarse en otras cosas, ahogar su mente en pasatiempos. El ejercicio ayudaba mucho a aliviar la tensión en su cuerpo, esfumar aquella jodida sensación de pánico, y para olvidarse de todo. Los únicos momentos en los que las lombrices y bicharracos maliciosos pululaban en su mente con más intensidad, ocurrían en la noche, cuando ninguno de los dos podía conciliar el sueño y se daban vuelta tras vuelta en la cama. Se encontraban, se miraban, volvían a girarse, espalda contra espalda, luego volvían a girar y encontrarse, mirarse. Eren ponía una mano sobre sus hombros, la empujaba a su pecho, y ahí ella cerraba sus ojos para al fin dormir. Lo único que aliviaba ese pesar mental, eran precisamente, como si se tratara de una burlesca paradoja, los latidos de Eren contra su oreja.

VENDETTA. /꧁ 𝑬𝑹𝑬𝑴𝑰𝑲𝑨.꧂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora