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ALLISSON

El autobús daba bandazos hasta pararse en un cruce de cuatro calles, y vi
que habíamos dejado las afueras del pueblo y ahora nos dirigíamos hacia el fin del mundo.

Mi barrio.

La lluvia seguía salpicando las ventanas, haciendo que las pantanosas marismas se volviesen borrosas y vagas, las oscuras y difusas formas de los árboles se distinguían a través del cristal.

Parpadeé y me erguí en el asiento.

En la profundidad del pantano, aquel ser de ojos verdes estaba plantado ahí, tan inmóvil como los mismos árboles.

Algo que me llamó la atención era las alas gigantes que tenía en su espalda. Tan oscuras y tenebrosas que me hacía temblar.

Una capa oscura se agitaba desde sus hombros. A través de la lluvia capté algo más de él: joven, pálido y extraordinariamente apuesto... clavando la vista en mí.

El estómago se me revolvió y contuve el aliento.

-Rob -murmuré, quitándome los auriculares- mira ese.

La cara de Robbie estaba a pulgadas de distancia de la mía, mirando por la ventana.

El estómago me dolía y me incliné alejándome de él, pero no se dio cuenta.

Sus labios se movieron, y susurró una palabra, tan suavemente que apenas la oí, incluso tan cerca como estábamos.

-Hades.

-¿Hades? -repetí- ¿Quién es Hades?

El autobús se sacudió brusca y espasmódicamente y continuó hacia delante.

Robbie se apoyó hacia atrás, su cara estaba tan inmóvil como si estuviese tallada en piedra.

Tragando, miré por la ventana, pero el lugar debajo del roble estaba vacío.

Se había marchado, como si nunca hubiese existido.

La falta de misterio conseguía hacerlo más raro.

-¿Quién es Hades? -repetí, volviéndome hacia Robbie, que parecía estar en
su propio mundo.

-¿Robbie? ¡Hey! -le di un codazo en el hombro. Él se crispó y por fin me
miró.

Robbie se levantó de un salto como si su asiento estuviese en llamas y se precipitó hacia la puerta. Parpadeando a causa de su abrupta salida, puse mi iPod a salvo en mi mochila antes de salir del autobús.

La última cosa que quería era que el caro artilugio se mojase.

-Tengo que irme -anunció Robbie cuando me uní a él en la acera.

Sus ojos azules rastreaban a través de los árboles, como si esperase que algo saliese en estampida del bosque.

Miré fijamente a mi alrededor, pero, exceptuando a algunos pájaros que trinaban sobre nuestras cabezas, el bosque estaba inmóvil y en silencio.

-Yo... um... olvidé algo en casa -dijo y entonces se giró hacia mí con
una mirada de disculpa- ¿Te veo esta noche princesa? Traeré ese champán
más tarde, ¿si?.

-Claro.

-Ve derecha a casa, ¿si? -Robbie entrecerró los ojos, con la cara
encendida- no te pares, y no hables con nadie que no conozcas, ¿has entendido?

Me reí nerviosamente.

-¿Quién eres, mi padre? ¿Me vas a decir que no juegue con las tijeras y que mire a ambos lados antes de cruzar?. Además -continué mientras Robbie sonreía afectadamente, viéndose más normal- ¿a quién me encontraría aquí fuera en este lugar dejado de la mano de Dios?

La imagen del ser de ojos verdes con las alas negras vino a mi mente de repente, y el estómago dio ese extraño vuelco de nuevo.

¿Quién era? Y, ¿porque no podía dejar de pensar en él, si es que tan siquiera existía después de todo?

Las cosas se estaban volviendo realmente raras.

Si no fuese por la extraña reacción de Robbie en el autobús, pensaría que aquel ser era una de mis locas alucinaciones.

-Bueno -Robbie saludó, mostrando su pícara sonrisa- Hasta luego
princesa. No dejes que Cara-de-cuero te atrape de camino a casa.

Se refería a Scott por lo que le pegué una patada. Se rió, saltó alejándose, y echó a correr calle abajo.

Echándome la mochila al hombro, caminé por el sendero.

-¿Mamá? -llamé, abriendo la puerta principal- Mamá, estoy en casa.

El silencio me dio la bienvenida, haciendo eco en las paredes y el suelo,
suspendido densamente en el aire.

La inmovilidad casi estaba viva, agazapada en el centro de la habitación, mirándome con ojos impasibles.

Mi corazón empezó a retumbar, alta e irregularmente, en mi pecho. Algo no estaba bien.

-¿Mamá? -llamé de nuevo, aventurándome dentro de la casa.

-¿Papá? ¿Hay alguien en casa?.-La puerta chirrió en el momento en que yo me acercaba al interior.

La televisión retumbaba y parpadeaba, poniendo una reposición de una vieja comedia de situación en blanco y negro, aunque el sofá de enfrente
estaba vacío.

La apagué y seguí por el pasillo, hasta la cocina.

Por un momento todo pareció normal, excepto la puerta de la nevera, que
oscilaba sobre las bisagras.

Un pequeño objeto en el suelo captó mi atención.

Al principio pensé que era un trapo sucio.

Pero, mirando más atentamente, vi
que era Floppy, el conejo de Ethan. La cabeza de peluche del animal había
sido arrancada, y el algodón se derramaba por el agujero del cuello.

Levantándome, escuché un ligero ruido al otro lado de la mesa del comedor.

La rodeé, y mi estómago se revolvió con tanta violencia que la bilis llegó hasta mi garganta.

Mi madre yacía de espaldas sobre el suelo de baldosas a cuadros, con los
brazos en jarras y las piernas abiertas, un lado de la cara recubierto de
brillante sangre.

Su bolso, cuyo contenido estaba esparcido por todas partes, estaba tirado junto a una mano blanca y sin vida. De pie sobre ella, en la entrada, con la cabeza inclinada como un gato curioso estaba Ethan.

Y sonreía.

-¡Mamá! -grité, arrojándome a su lado.

HADESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora