Tres cuadros.
Un bosque cubierto de blanca nieve yacía en el fondo de un acantilado, estaba sentado en la orilla de éste, con mis pies colgados hacia el vacío. Miré hacia arriba... Estrellas, millones de estrellas iluminaban la cima del acantilado, recubriendo todo el infinito firmamento, la luna estaba llena, la nieve sobre los árboles brillaba intensamente gracias a ésta, lucía como un inagotable polvo de estrellas. Volví a mirar el cielo, que, en plena noche, ahora desbordaba miles de intensos colores, se veía como el cielo de otro planeta, naranja, rojo, morado, todos esos colores danzando a un ritmo perfecto, lentamente, un hermoso vals que gozarían todos los románticos empedernidos. Era increíble.
Me recordaba a La noche estrellada de Van Gogh. Luego miré hacia el fondo del acantilado, y ya no había bosque, sólo era un intenso mar en el que se reflejaba la colorida noche.
Y entonces, hubo solo oscuridad.
El cielo estaba despejado, sin una sola estrella que corrompiera el interminable negro, miré hacia abajo, seguía el mar, ahora oscuro y escalofriante gracias al reflejo del intimidante cielo. Estaba al borde del precipicio, a muchos metros de altura, pero rápidamente el mar fue creciendo y me fui acercando al agua, nos acercábamos, era casi tan poético como el beso dea muerte, se movía bruscamente, como si intentara saltar y tomarme abruptamente, y llevarme consigo hasta lo más recóndito del océano, de repente la punta de mis pies tocó la helada agua, y desperté.
Volteé a mi derecha desesperadamente, buscando a Morgan, estaba dormida, lucía tan angelical, su cabello cobrizo caía desordenado por su frente y sus hombros, perfecto, como ella.
Tomé mi celular y vi la hora, 4:57am, el sol aún no entraba por la ventana, me puse de pie y caminé, cuidadosamente de no despertar a Morgan, y fui a mi antiguo estudio.
Era una especie de bodega en el patio de la casa que transformé en estudio, tenía tiempo sin venir, no pintaba desde antes de empezar a trabajar, pero ésta ocasión lo ameritaba, no podía olvidar ese sueño. Necesitaba inmortalizarlo.
Entré, y encendí las luces, que parpadearon poco antes de encender completamente, y todo lucía exactamente igual, estantes abarrotados de botes de pintura, las blancas paredes con chispas accidentales de colores fluorescentes, un sofá gris un tanto gastado al fondo, bolsas transparentes cubriendo cada rincón del suelo, y una mesa frente al sofá, con unas bocinas encima donde solía poner música, y llena de cuadros... Que nunca vendí.
No me importaba el hecho de que no ganaba dinero con mis cuadros, no ahora, quería hacerlo, ese sueño fue tan vivido que debía retratarlo.
Tomé tres lienzos en blanco de la esquina y los tiré al suelo, Arcade de Duncan Laurence sonaba en las bocinas. Destapé varios botes de pintura y me dejé llevar, en el primer cuadro, retrataba la colorida noche sobre el acantilado, los colores se mezclaban tan naturalmente entre sí, ese cielo me recordaba a Saturno, y pensé en lo extraño que es que recordemos cosas que nunca hemos visto o vivido en realidad, es como si fueran parte de nosotros y no necesitáramos verlas para saber que están ahí o que son así.
En el segundo cuadro, me enfoqué en la brillante nieve que yacía sobre el interminable bosque, capturando su pureza y beatitud a la perfección, como el aire pasaba entre los árboles tan delicadamente, como si temiera hacer a la nieve caer, lucía sublime.
Para el tercer cuadro ya escuchaba movimiento dentro de la casa, los pequeños rayos del sol vespertino ya entraban por las ventanas, fue extraño darme cuenta que no estaba solo en el mundo y que el tiempo seguía pasando.
Cuando pintaba todo se resumía a un solo instante. Un solo mundo y lugar. Mi mente.
Siempre he considerado a los retratistas la base del arte en general, es tan difícil capturar el alma de una persona solamente a través de sus ojos en un pedazo de tela, no era mi fuerte, pero extrañamente, lo logré, me vi a mi mismo sumido en el absoluto terror, con un amenazante e infinito mar a mis pies, a centímetros de la desgracia.
Lo amaba, amaba tanto pintar como amaba a Morgan, era tan decepcionante saber que no podía vivir de ello, y lo que más me atormentaba era no saber el porqué, no es por alabarme, o ponerme sobre los demás, pero daba una vuelta por mi alrededor, personas que se hacían ricas a diario vendiendo cuadros duplicados en fábricas, vacíos, sin alma.
Veía los míos y no entendía porque no se vendían, contaban una historia, transmitían algo, me hacían sentir algo, ¿Por qué a los demás no?
— Son espectaculares, no tienes que venderlos para saber que tienes talento. Dijo Morgan, de pie en la puerta del estudio, como si estuviera leyendo mi mente, amaba eso de ella, como me descifraba solo con una mirada.
Estaba arrodillado en el suelo ante los cuadros, Morgan se acercó lentamente hacia mí y me abrazó por atrás.
— Sé que no, pero quisiera poder vivir de lo que amo. Dije, un tanto decepcionado.
— Algún día llegará tu golpe de suerte, lo sé, veremos tus pinturas viajando por todo el mundo, tendrás pedidos especiales de famosos... — Decía, explicando todo con las manos, emocionada— Ya lo verás. Añadió.
— No sé que haría sin ti. Dije, dándome la vuelta y dándole un beso en la frente.
— Ni yo sin ti — Dijo, dándome un pequeño beso en los labios — Ya hice el desayuno, ven conmigo. Continuó, poniéndose de pie y extendiéndome su mano.
La tomé, y salí del estudio, dejando mis cuadros atrás.
ESTÁS LEYENDO
Recuerdos Vacíos ©
Mystery / ThrillerSi tan solo no las hubiese dejado ir, nada de ésto habría sucedido. Su partida ocasionó un efecto dominó en mi vida, todo caía por su propio peso, me había quedado solo al cuidado de nuestra pequeña, y ahora, había desaparecido. O eso parecía. Un i...