Epílogo

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"Creo que todos estamos enfermos mentales. Aquellos que estamos fuera del asilo lo escondemos mejor, y a veces no tan bien después de todo".

— Stephen King

La verdad.

Violet Steinfeld

"Debes terminar con esto"

"Debes salir"

Me repetía una y otra vez mientras salía del hospital, iba camino a una reunión con mi abogado y el juez, les mostraría la grabación y acabaría con esto de una vez por todas.

Nunca había considerado tener cosas materiales de valor. Solo en una ocasión, en la fiesta de mi graduación de la universidad. Llevé una gargantilla de diamantes que era de mi bisabuela, valorada hoy en día, en casi en un millón de dólares, nunca había estado tan preocupada como esa noche, sentía que cualquiera podría salir en algún momento y arrancarme la gargantilla de golpe junto con un pedazo de mi cuello... Aunque nadie sabía lo costosa que era, para todos era solo un simple collar, no disminuía el terror en mí.

Igual que para todos lo que llevo en mis manos ahora mismo es un simple teléfono.

No era un simple teléfono, el resto de mi vida dependía de el, o de lo que yo hiciera con él. Así que, tenía sentido que mis manos sudaran tanto mientras me dirigía hacia el auto. El sol estaba tan intenso que picaba en mi piel, el camino se hacía interminable, pero finalmente puse mi mano en la manilla del auto y entré.

Lancé el celular al asiento del copiloto junto con mi cartera, la cual fue brutalmente registrada por los de seguridad del hospital.

Mis manos a dos y diez sobre el volante, la diferencia de temperatura del hospital y la calle era más que evidente, hacía un calor impresionante.

Di vuelta a la llave y el auto encendió fácilmente, el motor rugió y mi alma volvió al cuerpo al sentir el aire frío inundar el interior del auto.

Respiré hondo y finalmente, sonreí.

Solté una carcajada que inició nerviosa y terminó desenfrenada.

— Lo hice... Finalmente lo hice. Me dije una y otra vez.

· ━ ━ ━ ━ ━ ━ ━ ━ ※ ━ ━ ━ ━ ━ ━ ━ ━ ·

— ¿Qué no debía tocarla? Eres una sínica.

— Tal vez, pero te lo advertí, deje que hicieras lo que quisieras con Morgan, pero no con Alice.

— Eres parte de esto también, lo sabes.

— Lo se... Lo se. — Dije, en un desafiante susurro — Pero, ¿Creíste que me sacrificaría por ti? O que, ¿Dejaría que quedaras impute de intentar asesinar a Alice? Estas mal.

— No es justo.

— Créeme, no esta ni cerca de ser justo, pero tu fuiste quien apretó el gatillo, no yo. ¿Sabes que es lo mas gracioso de todo? Que hasta el final pensaste que ella te amaba, y nunca lo hizo, ni por un solo segundo. Y, por cierto, se me hizo fácil escribir las cartas y sonar como ella, es mi hermana, bueno, lo era. Dije soltando una pequeña risa burlona.

— Supe desde el principio que, de entre nosotros dos, yo era el mas cuerdo.

— ¿En serio? ¿Quién esta con uniforme de psiquiátrico en este momento? Ambos sabemos la obvia respuesta, adiós Nathan, hasta nunca.

— Mas gracioso que lo de las cartas, es que no toda mi historia era falsa.

— Lo se... ¿Derek? ¿En serio? Que poca creatividad tienes.

— Al menos me inspire en algo real, en aquella noche, la recuerdas muy bien.

— No, no la recuerdo, pero que bueno que tu si, ya que estarás aquí por un muy, muy, muy largo tiempo. Dije, saliendo finalmente de la habitación de visitas.

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— ¿Qué hiciste? Dijo una pequeña, pero débil voz desde el asiento trasero.

Me sobresalté por el susto.

— Alice...—Dije en un suspiro — Pensé que estarías dormida. Volteé hacia atrás esperando alguna respuesta de su parte, pero solo desvió su mirada.

Puse en marcha el auto dejando el hospital detrás.

No podía negar que me sentía un poco culpable, pero hice lo que debía hacer.

Morgan no la merecía.

No merecía nada.

Ella siempre lo tenía todo, y yo solo me quedaba con las sobras.

No era justo, en absoluto.

Que idiota fue al creer que las cartas las había escrito Morgan... Solo necesitaba que se enamorara de ella, sabía perfectamente que no terminaría en nada bueno.

Lo sabía, conocía su pasado de abajo hacia arriba y viceversa.

Pero no pudo hacerlo aquella noche cuando irrumpió en la habitación de Morgan, débil, se acobardo, aunque si, no podía arriesgarse a que llamara a la policía en ese momento... No, ese no era el momento.

El momento indicado fue aquella noche donde Morgan me escribió diciéndome que se separaría de Klaus.

Nathan no dudó ni un segundo en viajar de Los Ángeles a San Diego cuando le comenté.

Y la muy estúpida se dejó engañar para ir a la cabaña... Cabaña que se alquiló con mi dinero porque el malnacido no tenía ni donde caerse muerto. Patético.

Pero le dije... Le dije muy bien que podría hacer lo que se viniera en gana con Morgan, pero no con Alice, ella debía ser para mí.

No era justo que ella pudiera tener hijos y yo no.

Y, ¿Pensaba criar a Alice en un ambiente como en el que vivía con Klaus? No, no lo podía permitir.

Un revólver con 4 balas y una cabaña hecha cenizas fue lo único que quedó de aquella noche.

Pienso y pienso y no logró decidir cuál historia es más inverosímil, la que Nathan inventó en vano para atrasar su muerte, o lo que en realidad sucedió.

Creo que hay un empate.

Ya casi llegaba a la oficina de mi abogado, finalmente podría quitarme esta soga del cuello e iniciar mi nueva vida junto a Alice. Será mi hija y yo seré su mami. Mis ojos se cristalizaban mientras la veía por el retrovisor. Sonreía para mí, no podría creer que lo habría logrado. Finalmente podría ser feliz.

Respiré hondo y solté un largo suspiro.

— Alice, ¿Quieres escuchar música? Dije señalando al reproductor, mientras la veía por el retrovisor.

Movió su rostro hacia mí un segundo, solo para decir con sequedad y desánimo:

— No... No quiero.

Recuerdos Vacíos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora