Una fría cabaña.
A la mierda, ¿Creen que podrán retenerme en mi casa mientras mi hija está perdida?
Dios, mi Alice... Esto es mi culpa, lo sé, lo sé, tuve que haberlo sabido, tuve que haber prestado más atención esa mañana, tuve que haberle hecho caso, ella no quería ir.
Mi corazón latía tan rápidamente que no podía escuchar otra cosa que no fueran los latidos recorriendo todo el lugar, mi visión se nublaba con la rabia y la impotencia que sentía, pero aún podía ver el camino, una antigua cabaña que teníamos en Big Bear era mi destino, la compré cuando Alice cumplió 5, el mismo día de nuestro décimo aniversario, era una cabaña pequeña pero acogedora, había tenido planes de pasar navidad del año pasado allí, pero haber ido solamente con Alice... No lo podría haber soportado, tenía muchos recuerdos con Morgan allí.
— Intenté hacer chocolate caliente, se amable, por favor, es la primera vez que lo hago. Dijo Morgan mientras caminaba hacia mi con dos tazas en las manos.
— Está perfecto. Dije, después de tomar el primer sorbo.
Morgan se sentó a mi lado junto a la chimenea, a ambos nos cubría una frazada, el frío era atroz, un blanco manto de nieve cubría la cabaña y sus alrededores, pero junto a Morgan, valía la pena.
No se a qué iba, tal vez pensaba que Alice habría llegado a allá de algún modo, no tenía sentido, lo sé, pero no perdía nada intentando, no sabía que más hacer.
50 metros, esa era la distancia entre la cabaña y yo, tales eran mis nervios que mis manos sudaban a pesar del frío, aunque soportable, pero seguía siendo frío.
«¿Qué crees que estás haciendo, para qué has venido?»
«Las respuestas que necesitas no las encontrarás aquí.»
Ignoraba esas voces en mi cabeza que se repetían una y otra vez, debía entrar, me dije, de pie en la puerta con la llave en la mano, tal vez encontraría algo, algún indicio, alguna pista que me pudiera direccionar al paradero de Alice. No estaba seguro, ni siquiera un poco, pero no perdía nada intentando.
Respiré profundamente y entré, la cabaña se sentía más vacía que nunca, un corriente de frío entró al yo abrir la puerta e inundó el lugar, se encontraba desolada, si, pero aún podía recordar cada día que la pasamos aquí, cada risa, cada comida, cada delicado toque.
Caminé por toda la cabaña, la chimenea estaba apagada, lucia extrañamente recién apagada, aunque tal vez solo era mi mente jugando conmigo de nuevo, cenizas dispersas en el suelo frente a la chimenea, daba vueltas por todo el pequeño lugar, entré al baño, nada, entré a la habitación principal, nada, una vibra escalofriante abordaba esta habitación en especifico, salí rápidamente y llegué de nuevo a la sala, me senté en el sofá, viendo fijamente la chimenea apagada, mis ojos se fueron empañando lentamente, sentía como un alambre de púas envolvía toda mi garganta, quería gritar, pero las lágrimas salieron primero que cualquier cosa, todo esto era tan difícil, demasiado difícil, me dolía, me dolía pensar que era un incompetente por no saber siquiera donde estaba mi hija, me sentía un imbécil por no haber detenido a Morgan esa mañana en el supermercado. Sabía que si hablaba con alguien, y decía como me sentía, fuera quien fuese, me dirían lo típico, me dirían que no fue ni culpa, que no pude saberlo con antelación, pero, así me sentía.
Me puse de pie, vi a mi alrededor y me di cuenta de que lo que sea que estuviera buscando, no lo encontraría aquí.
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12:57pm
El sol del mediodía impactaba directamente sobre mi cara, cegándome, regresaba a casa, toda ésta salida fue una perdida de valioso tiempo, un tiempo que pude haber usado buscando a Alice por los alrededores del vecindario, quería encontrarla allá en la cabaña, sabía en el fondo que no lo haría, pero no quería perder la esperanza, hasta un desconocido podría notar la frustración y decepción en mis ojos, conducía lo más rápido que podía, sabía que eso no aliviaría mi rabia pero debía intentarlo.
Doblando en la esquina de la manzana, aceleré hasta llegar a la casa de Elizabeth, estacioné bruscamente sobre la acera, ocasionando un brinco de susto de parte de Elizabeth, no me importó, me bajé rápidamente y tiré la puerta del auto detrás de mi, caminé hacia Elizabeth, no podía creer lo que veía, no pude evitar que una sonrisa de alivio se formara en mi rostro, Elizabeth caminaba por su jardín con Alice tomada de su mano, me acerqué lo suficientemente hacia Alice, la abracé como nunca lo había hecho.
Subí la mirada para encontrar a Elizabeth viéndome, extrañada pero sin poder moverse, ¿Acaso estaba en shock? ¿Por qué lo estaría? Imaginé que vio a Alice llegar a casa, y como yo no estaba, se acercó a ella y la trajo a su casa a esperar que yo llegara.
«¿Donde había estado Alice?» Ya tendría tiempo para hacer esa pregunta luego, lo que importaba era que estaba aquí, ya estaba conmigo.
— Alice, mi bebé, ¿Dónde habías estado?—Pregunté, agachado frente a Alice, acunando su cara con mi mano— Beth, Dios Santo, gracias, no tienes idea de cómo me he sentido estos días sin Alice, ¿Cuándo llegó? ¿Qué te dijo? Pregunté, emocionado, subiendo mi mirada hacia Elizabeth.
— Nathan, ¿Estás bien?—Dijo, apartando a Alice de mis brazos— Creo que debería llamar a algún—La interrumpí.
— Es mi hija, gracias por haber cuidado de ella, pero ya nos vamos.
— ¿Qué te pasa?
— ¿Cómo que qué me pasa? Espera, ¿Fuiste tú? ¿TU TUVISTE A ALICE TODO ÉSTE TIEMPO?—Grité, mi pecho subía y bajaba rápidamente, un nudo se posaba en mi garganta, tal vez no pensaba con claridad, pero ¿Qué otra respuesta había? Tuvo que haberla tomado ella— ¡YO TE CREÍ CUANDO FUISTE A MI CASA A DECIRME QUE FUISTE A BUSCAR A TU HIJA! Claro, aprovechaste y tomaste a Alice también, ¿PARA QUÉ?
— Nathan, cálmate. Dijo Elizabeth, bajando sus manos lentamente.
— ¿Qué me calme? Estas loca si crees que me voy a quedar de brazos cruzados.
Le di una mirada fulminante a Elizabeth y caminé hacia Alice que estaba a un lado de Elizabeth, se veía asustada, la tomé por los hombros, puse mis manos en ambos lados de su rostro.
— Cariño... ¿Estás bien? ¿Te hicieron algo?
Pregunté, Alice se quedó inmóvil, no decía absolutamente nada, puse mis manos en sus hombros y empecé a agitarla en un arranque de pánico, pero Alice no decía nada, segundos después, sentí un jalón por la parte detrás de mi camisa, volteé y antes de poder darme cuenta de quién era, un puño golpeó mi ojo izquierdo, el golpe fue tan fuerte que caí en el suelo como un saco, pestañeaba rápidamente pero con mucho esfuerzo y dolor, mi visión se nublaba, busqué a Alice con la mirada y por lo visto, fue un golpe recio, lo suficiente para imaginar que Alice era Rose, la hija de Elizabeth.
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Recuerdos Vacíos ©
Mystery / ThrillerSi tan solo no las hubiese dejado ir, nada de ésto habría sucedido. Su partida ocasionó un efecto dominó en mi vida, todo caía por su propio peso, me había quedado solo al cuidado de nuestra pequeña, y ahora, había desaparecido. O eso parecía. Un i...