Epílogo.

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3 de mayo del 2002.

-... a decir verdad lo que me da más miedo es que me remplaces con Fred, el gemelo Weasley. Él siempre ha sido muy divertido, no te lo voy a negar... tenía miedo que en una de esas navidades que pasabas con la familia de pelirrojos de repente me reemplazaras con alguno de ellos dos, eran muy graciosos, tal vez hasta más que yo.

Ya habían pasado 4 años de la muerte de ella.

Con la profesora McGonagall como directora ya Hogwarts está totalmente restablecido, como si la batalla no hubiera ocurrido. Alumnos como todos los años y sus sonrisas intactas, la razón por la que estaba en ese momento ahí era que habían traído el espejo de Osed. Aquel espejo en donde vi reflejados a mis padres en primer año porque era lo que mi corazón más deseaba.

Me encontraba en la sala de menesteres donde estaba ubicado el artefacto. Si, yo era un masoquista al estar ahí sabiendo que lo que iba a ver era su más puro reflejo, la iba a ver a ella.

Pero yo no era el único al que le gustaba echarle sal a la herida. Blaise Zabini también estaba ahí, no había notado mi presencia, él hablaba con el espejo y yo le di su total espacio, necesitaba su privacidad. Por como le hablaba supe que él también la veía a ella... al parecer él también deseaba con todo su ser que ella estuviera... viva.

-Mi relación con Luna va muy bien, tengo pensado pedirle matrimonio dentro de un año... quiero que cuando tengamos una niña le pongamos tu nombre, sería lindo- su voz se escuchaba nostálgica pero no devastado, él si llevaba bastante bien eso de la superación -pero no te preocupes, enana, le voy a decir que tú eras su tía. Haré que se sienta orgullosa de llamarte tía.

Se le escapó un sollozo, eso no me lo esperaba. A la distancia que estaba ni siquiera podía ver que era lo que observaba en el espejo pero supe que su herida estaba abriéndose y volviendo a sangrar.

-...Yo te extraño, te extraño mucho- tartamudeó -, Luna siempre me escucha y no le molesta que le hable de ti sin parar. Hermana mía, te quiero aquí, nadie quiere dejar su trabajo por un día y entrar aquí a robar comida conmigo.- al decir aquello vi como todo su semblante divertido, positivo se esfumó y volvió uno amargo y deprimente, me equivoqué, él tampoco había sanado.

No dijo más y se dirigió a la salida, limpiando sus lágrimas de manera brusca con el dorso de su mano, se fue sin saber que yo estuve ahí.

El espejo quedó solo, era mi momento.

A pasos lentos me acerqué a el, sin hacer ruido, como si hubiera un bebé que no quisiera despertar ahí dentro.

Cuando logre mirar mi reflejo en el sucio vidrio la vi.

Ella... llevaba su uniforme limpio, su cabello en bien peinado, su piel se veía tan cremosa como siempre. Todo en ella transmitía paz, alegría y vida.

Pero a su lado estaba yo. Mis ojos hundidos, unas manchas decorándolos por debajo por mi falta de sueño, mis pómulos más marcados gracias a mi falta de apetito y todo en mi transmitía... agonía, mi simple imagen era deplorable mientras ella era tan perfecta yo era tan solo un manojo de defectos.

Me dediqué a observarla, recordarla, ver sus manos a través del vidrio y recordar que con un solo toque de ellas a mi mejilla todo en mi cuerpo se cernía en puro amor. Sus ojos, que al mirarme se llenaban de ese brillo tan genuino, sus labios suaves que me otorgaron alegría en mis peores momentos.

-Hola, bonita.

Finalmente hablé sentándome en el suelo de piernas cruzadas mirándola, siguió mis movimientos y parecía como si estuviera a mi lado.

Mariposas negras +18 (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora