13 HORMONAS ALTERADAS

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Un cincuenta por ciento de la población espera el 14 de febrero con ansias, y el otro cincuenta por ciento solo quería que pasará. Yo era del otro cincuenta por ciento.

Pasarla sola, viendo películas o series, era normal para una chica de mi edad. El amor es extraño, tan extraño que cuando no lo tienes todo te da igual.

Había pasado mis últimos tres años con alguien, que hoy me parecía tan extraño y me sentía tan inútil. No podía creer que me pavoneaba por la casa con mis flores, peluches y chocolates. Que ridícula pensé meneando la cabeza.

Me levanté temprano como de costumbre. Hice mi rutina diaria de ejercicio. Y la mayor parte del día y tarde me la pasé en el campo, con los toros, caballos y los perros siempre conmigo. Mauricio y Naima estaban en México. Franco y Alec habían ido a una tienta a Puebla, junto con sus papás, mis papás y Dothy; Sebastián pasaba la tarde con una chica y Daniel trabajaba con un ganadero.

La música era la mejor compañía del mundo. Desde que Daniel me advirtió acerca de Diego, trataba de evadirlo. Porque odiaba que tuviera la razón. Pero cuando ya iba de salida a mi casa, me lo encontré.

- Tenías razón... - hablé triste – me ilusioné más de lo permitido.

- Paso por ti a los nueve.



Me di mi tiempo en arreglarme. Me vestí con unos pantalones de tiro largo color café, una blusa blanca de tirantes y mis Adidas blancos. El cabello lo deje suelto, sujeto solo con una diadema. Me puse una chaqueta. Y exactamente a las nueve, Daniel pasaba por mí.

Fuimos a nuestro lugar favorito Vancouver Wings, que estaba en Avenida Universidad. Escogimos una mesa en la esquina, para evitar a tanto enamorado. Esperábamos a Alec y Franco, que según nos dijeron vendrían. Y al momento de a ver pedido la orden, el Dúo desastroso entraba, con chamarras y sin haberse arreglado. Traían su traje corto, pero para eso la chamarra ocultaba algo. Les hice una señal y se acercaron a nosotros.

- ¿Por qué en la esquina? – preguntó Alec.

- Para evitar a sus admiradoras, hermano mío – me burlé -. Hola Fran.

- Me parece... idóneo – habló, sonriéndome. Se sentó y empezó a hablar –. Nos fue muy bien, el ganadero nos hecho unas vacas muy buenas, solo una muy mansa – se recargo en la mesa, pasando una mano por mi cabello y alborotándomelo. Fruncí el ceño y quito la mano antes de que pudiera darle un manotazo. Volví a acomodarme la diadema.

- Sí, estuvo padre, nos regalaron chocolates por el día – agregó Franco, cruzándose de brazos.

- ¿Y por qué en la esquina? – volvió a preguntar Alec, echando una ojeada a la multitud.

- Estuvo bien – admitió Franco –, ve a esas hormonas alteradas, ¡caray!, pero en noviembre, los hospitales estarán llenos – empezó a reírse.

Los cuatro empezamos a hablar del lugar y de las siguientes fechas de sus corridas. Alec sonreía al teléfono, algo que me parecía muy extraño. Traía el collar, con una cruz colgando. Me pregunté qué significado tendría y más para un hombre. El dije que yo traía significaba, amistad. Entré él y yo.

Hasta que bloqueo su celular y me volteo a ver.

- ¿Qué?

- Esa sonrisa.

- ¿Qué tiene mi sonrisa? Se que es perfecta, pero...

- Oculta muchas cosas...

- Claro que no... - ocultaba su sonrisa.

LA GANADERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora